Las papilas gustativas, unos pequeños miles de órganos sensoriales, son las encargadas de percibir el gusto y transmitir toda la información de la lengua al cerebro. Estas se encuentran en la parte superior de la lengua y cada paladar suele contar con 50 y 100 papilas. Además, contienen moléculas, los receptores, que pueden detectar cada tipo de sabor.

Para identificar esas señales, los investigadores compararon la expresión génica de las células receptoras del gusto, centrándose en el sabor amargo y el dulce, los más diferentes.

Con esta comparativa se descubrió que los dos tipos de células gustativas diferían de manera más sorprendente en la expresión de sus semaforinas, unas proteínas que ayudan a crear circuitos neuronales.

Se comprobó que mientras que los receptores amargos expresaron grandes cantidades de la variante semaforina 3A, los receptores dulces expresaron grandes cantidades de semaforina 7A.

Para demostrar la hipótesis sobre si estas moléculas eran las que conectaban el gusto con las neuronas, los expertos modificaron genéticamente a dos tipos de ratones: uno en el que los receptores amargos expresaron la semaforina 7A, y un segundo en el que los receptores dulces expresaban la semaforina 3A.

Con esto, observaron que las células receptoras del gusto determinan su propia conectividad mediante las señales instructivas a las neuronas. Además, realizaron otra investigación para confirmar que los receptores habían sido reconectados en el cerebro mediante el cambio de las semaforinas.

Los ratones que tenían los receptores amargos, los modificaron para expresar la semaforina dulce y se presentaron tanto con agua pura como amarga. De esta manera, y a diferencia de los controles normales, los ratones no evitaron el agua amarga.