La molécula celastinina, es el primer nefroprotector desarrollado en el mundo y que sus creadores, Alberto Tejedor y Alberto Lázaro, investigadores del Laboratorio de Fisiopatología Renal del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, en Madrid, confían en que pueda usarse en los primeros ensayos clínicos a partir del próximo año.

Cuando el riñón está dañado supone una detención brusca de la función de estos órganos, que en su fase inicial puede ser reversible, pero si no se retira la causa, puede progresar y acabar en un tratamiento con diálisis.

Hasta ahora, lo único que había para prevenir o contrarrestar los daños en el riñón era hidratar mucho a los enfermos para que el medicamento tóxico circulase a mayor velocidad, han explicado los doctores. Pero una vez que los pacientes recibían los tratamientos, tenían que ser sustituidos por otros menos eficaces y más costosos para la sanidad pública, e incluso, tenían que ser interrumpidos por el posible daño que le hacía a los enfermos.

La celastinina bloquea la ruta de transmisión que envían unas células a otras cuando reciben un medicamento tóxico para evitar que estas mueran. Esta molécula no es nueva, ya en los 90 se usaba en combinación con un antibiótico en trasplantes como el de corazón, el de pulmón o el de riñón.

A través del estudio se descubrió que esta combinación reducía el riesgo de diálisis en un 72 % y, el daño renal agudo en un 50 %, lo que dio lugar a que extendieran su investigación sobre la función protectora de la celestinina a fármacos quimioterápicos, analgésicos y antifúngicos, en los contrastes iodados, en antirretrovirales y en inmunosupresores.

Tras 10 años se ha logrado conocer esa función protectora en más de un 80 % de los casos, y los científicos han confiado en que el coste del nuevo medicamento que protege el riñón sea “asequible”, dado que el proceso de obtención de la molécula “es sencillo”.

En los próximos años se van a centrar en el estudio de otras causas del fracaso renal agudo que afecta a uno de cada cinco adulto y a uno de cada tres niños, en unos ratios de mortalidad de entre el 50 y el 80 %.