Los centros urbanos quedaron reducidos a escombros. Coincidiendo con este aniversario, Greenpeace destaca que este día debe servir para recordar el peligro, muy real y presente, que sigue suponiendo el armamento nuclear para la supervivencia del planeta. 

En 2010 se han producido algunos avances, aunque muy limitados e insuficientes, en materia de desarme y no proliferación nuclear. Rusia y EE UU firmaron en abril un tratado de reducción de armas nucleares en Praga. En virtud del mismo, ambos se comprometen a reducir sus arsenales en casi un tercio, unas 1.550 cabezas nucleares cada uno, y también limitarán el número de lanzadores de las que disponen. Se trata de reducciones sobre el armamento desplegado, no el almacenado. 

En mayo, la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación (TNP) concluyó con un documento de consenso en el que se habla de relanzar la idea de hacer de Oriente Medio una zona libre de armas de destrucción masiva. La primera conferencia al respecto se celebraría en 2012. Durante el año 2009 se establecieron dos nuevas zonas libres de armas nucleares, una en Asia Central y otra en África. 

Se trata, sin embargo, de pasos limitados y claramente insuficientes ya que, al mismo tiempo, varias de las potencias atómicas están modernizando sus arsenales. Se cree que ocho estados nucleares (EE UU, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán e Israel) poseen más de 7.500 armas nucleares operativas y un total superior a 22.000 cabezas nucleares.

Las presiones para frenar el programa nuclear iraní se ven obstaculizadas por los dobles estándares que se aplican: de los ocho países mencionados, dos (India y Pakistán) tienen armas nucleares pese a no ser potencias reconocidas por el TNP, y uno (Israel) no es parte del Tratado. Además, el hecho de que las potencias nucleares reconocidas por el TNP (las cinco primeras del listado) no den pasos efectivos hacia el desarme condiciona su credibilidad cuando pretenden disuadir a otros países de obtener capacidad nuclear. 


Una mirada atrás

El 6 de agosto de 1945, apenas pasadas las 8:00 horas de la mañana, el bombardero militar estadounidense Enola Gay dejaba caer sobre la ciudad de Hiroshima la bomba de uranio Little Boy. Con cuatro toneladas de peso, la bomba detonó a 600 metros de altura sobre la ciudad, estallando con una fuerza equivalente a 12.500 toneladas de explosivo altamente destructivo. La ciudad quedó devastada y se estima que murieron más de 140.000 personas. Tres días después, el 9 de agosto, una segunda bomba atómica bautizada como Fat Man fue arrojada sobre la ciudad de Nagasaki, causando también la destrucción de la ciudad y la muerte de alrededor de 100.000 personas. 

Como consecuencia de la detonación sobre Hiroshima, una enorme bola de fuego envolvió la ciudad y provocó enormes temperaturas. Algunos edificios simplemente se derritieron. Muchas personas se volatilizaron, dejando sus sombras pegadas sobre calles y muros. Estas “sombras muerte” son dibujadas cada año por los habitantes de la ciudad como una conmemoración de los que así murieron. Muchos murieron por el extremo calor. Otros lo hicieron en el corto plazo como consecuencia de alteraciones de salud como síndrome agudo de radiación, diarreas, hematomas, disminución de glóbulos blancos en la sangre, etc. Los supervivientes de estos bombardeos se llaman a sí mismos Hibakusha, y muchos de ellos sufren graves afecciones de salud como leucemia y diversos tipos de tumores, anemia, y trastornos psíquicos.