Los científicos han encontrado evidencias de ello en las montañas Transantárticas, una cadena montañosa que divide la Antártida oriental de la occidental, en las que se han hallado fósiles de hojas de Glossopteris, un árbol extinto que dominó los bosques periglaciares.

En tiempos algo más cercanos, otros fósiles revelaron la existencia de frondosos bosques de helechos y coníferas entre los que caminaban dinosaurios como el Cryolophosaurus, de casi cinco metros de alto y ocho de largo, o los gigantescos Saurópodos, unos herbívoros de cuello largo que podían alcanzar los 20 metros de altura.

No obstante, la “época dorada” de las plantas modernas en la Antártida se asentó en el Cretácico (entre 145 y 66 millones de años), cuando la Península Antártica estaba poblada por una densa vegetación propia de climas cálidos que servía de refugio a diversos linajes de dinosaurios.

Estos bosques estuvieron dominados por coníferas, como grandes araucarias, hayas, ñirres, coigües y arbustos pequeños, además de plantas con flores.

Uno de los misterios que los científicos no han podido resolver es cómo estos bosques polares, parecidos a los que actualmente se encuentran en zonas de climas templados, pudieron sobrevivir a las condiciones de oscuridad invernal.

A pesar de que la temperatura varió de forma considerable, la latitud a la que se encontraba la Antártida no lo hizo, motivo por el cual las plantas y los animales debieron “adaptarse” a los seis meses de casi completa oscuridad que se instalan en el Continente Blanco entre mayo y septiembre.

Los sucesivos enfriamientos del clima sumados al impacto del meteorito en Yucatán, además de las erupciones de la meseta del Deccan en la India, terminaron con el periodo “hipercaliente” del Cretácico.

A partir de ese momento -hace 47 millones de años-, la Antártida comenzó a enfriarse de nuevo.

La tundra, el último remanente de los bosques antárticos, desapareció hace 15 millones de años, cuando el continente se congeló por completo y adoptó la apariencia de desierto helado que conocemos actualmente.
Pero esa estampa podría no durar para siempre, puesto que el cambio climático amenaza con pintar de nuevo de verde la blanca planicie antártica.

El calentamiento global, la introducción de plantas invasoras producto del traspaso de genes de una especie a otra y el retroceso de los glaciares están poniendo sobre la mesa las condiciones necesarias para que la Antártida vuelva a ser una superficie cubierta de frondosos bosques. Que esto suceda es solo una cuestión de tiempo para los científicos.