Si hay algún denominador común a la hora de la comida de cualquier niño, éste es el rechazo a la mayoría de verduras y pescados que existen. Pero, ¿a qué se debe esta dificultad para tomar determinados alimentos?

"La sensibilidad a los sabores tiene un componente genético indiscutible", ha señalado Francisco J. Sánchez Muniz, catedrático de Nutrición y Bromatología en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid.

"Esa sensibilidad es particularmente alta a aquellos alimentos relacionados con un posible daño para nuestro organismo. Muchos alcaloides son muy amargos y muy tóxicos. Esto explica que la sensibilidad al amargo sea elevada en todas las personas, pero especialmente en niños pequeños y madres gestantes. Esta sensibilidad va reduciéndose a medida que cumplimos años", ha añadido Sánchez Muniz.

"Los niños rechazan normalmente espinacas, coles de Bruselas, acelgas, berenjenas, rábanos o pepinos. Las verduras de hojas verdes oscuras suelen ser más amargas. Zanahorias, tomates maduros, patatas y batatas son una buena opción para consumir hidratos de carbono y fibra dietética", ha expresado el catedrático.

En cuanto al pescado, entre los más aceptados por los niños serían "los pescados blancos frescos de sabor suave, como el lenguado, el gallo, la pescadilla, la merluza y la trucha", sentencia Muniz.