Este vínculo entre depresión y suicidio se da, especialmente, en grupos vulnerables como ancianos y adolescentes, y cuando la depresión se vuelve crónica.

De hecho, los expertos destacan que el 90 % de las personas que se suicidan tienen un problema de salud mental, y que este, principalmente, es depresión.

En Europa, de las 60.000 personas que mueren por suicidio, más de la mitad tenían depresión.

En nuestro país, el suicidio es la causa externa más frecuente de muerte, por delante de los accidentes de tráfico, y la segunda causa de muerte más frecuente en el grupo de edad entre los 20 y los 24 años, según datos del 2017. También destaca el aumento de la depresión vinculado con el envejecimiento de la población, la vida en soledad y patologías crónicas asociadas.

Cuando no hay acompañamiento social, cuando estas personas no encuentran lugares donde poder conversar y compartir su dolor, se sienten estigmatizadas y desconectadas de la sociedad y su sentimiento de culpa y desesperanza puede convertirse en depresión.

Con el tiempo, pueden comenzar a desarrollar la ideación suicida, pero en esta fase no saben donde, como y cuando lo van a hacer. Ven la muerte como una salida a su sufrimiento, pero todavía no está elaborado.

La falta de acompañamiento clínico y social pueden promover una estructuración de esta ideación suicida, bajo la creencia de que los que les rodean van a estar mejor sin ellos.

La cultura de la inmediatez y de las redes sociales también incide. La imagen del éxito y de la apariencia cuentan más que tener una identidad personal solida y es ahí cuando pueden comenzar conductas, que pueden derivar en trastornos de ansiedad o depresión.

En cuanto a los más mayores, puedes sentirse abandonados y desconectados de un mundo que va rápido, que no entienden ni comprenden y al que no pueden acceder. Por lo que se sienten desamparados. Una situación que se ha visto especialmente agravada con la pandemia.

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