Para la investigación, en los seres humanos la orientación es más complicada que el aprendizaje o la memoria, pero tiene un impacto muy dramático en la vida cotidiana, y las estructuras clave de la navegación de la red del cerebro, que son muy sensibles tanto al envejecimiento saludable normal como a factores patológicos.

Hoy en día, la enfermedad del Alzheimer se diagnostica por la historia clínica de un paciente, factores de riesgo genéticos y su desempeño en pruebas que miden la memoria, el lenguaje y las disfunciones en el razonamiento. Un ejemplo es el de las personas mayores sanas, que prefieren asignar objetos y puntos de referencia en relación con su posición corporal. Esta estrategia llamada egocéntrica hace mucho más difícil para ellos aprender la disposición espacial en un entorno y puede así reducir su movilidad, un signo que preocupa en el caso de jóvenes.

Con este indicio se abre un camino para desarrollar una prueba de diagnóstico temprano del Alzheimer, que hasta ahora tardaba hasta 10 años en mostrar los resultados anormales, pero que a partir de este momento se podría reducir.

Estas pruebas de navegación de las redes de cerebro se ven frenadas por un par de obstáculos: el primero es la falta de pruebas estándar para las tareas de navegación y las normas con las que evaluar los resultados, y el segundo es que las habilidades de navegación varían de persona a persona, más que para la memoria u otras funciones cognitivas.

El diagnóstico eficaz necesita datos longitudinales, lo que quiere decir que se tienen que seguir los comportamientos de la navegación de un individuo en diversos puntos a lo largo de su vida para predecir si se desarrollará Alzheimer o cualquier otra patología neurodegenerativa.

Con estos datos, los científicos concluyen que será factible una batería de pruebas de navegación análogas a las utilizadas para la memoria y el aprendizaje.