En este trabajo, los autores analizaron datos sobre 3.353 personas inscritas en tres estudios de cohortes diferentes en Estados Unidos, Canadá y Francia. Los participantes se sometieron a pruebas neuropsicológicas y, en el caso de algunos de ellos estaban disponibles los niveles de proteínas y genes asociados con la enfermedad de Alzheimer.

Los resultados fueron que el funcionamiento cognitivo promedio fue mayor en el verano y el otoño que en el invierno y la primavera, lo que es equivalente en efecto cognitivo a 4,8 años de diferencia en el declive relacionado con la edad. Además, las probabilidades de cumplir los criterios de diagnóstico de deterioro cognitivo leve o demencia fueron mayores en el invierno y la primavera que en verano u otoño.

La relación entre la temporada y la función cognitiva siguió siendo significativa incluso cuando los datos fueron controlados por posibles factores de confusión, como la depresión, el sueño, la actividad física y el estado tiroideo, según los resultados del trabajo.

Por último, también se observó una relación con la estacionalidad en los niveles de proteínas y genes relacionados con el Alzheimer en el líquido cefalorraquídeo y el cerebro. Sin embargo, el estudio estuvo limitado por el hecho de que cada participante solo se evaluó una vez por ciclo anual, y solo incluyó datos sobre individuos de regiones templadas del hemisferio norte, no de regiones del hemisferio sur o ecuatoriales.