La respuesta está en la obsolescencia programada, que consiste en programar la caducidad de los productos. Sobre todo de los productos electrónicos. Hay una tendencia, por ejemplo, de cambiar de teléfono móvil cada cierto tiempo; bien porque se estropea el antiguo, bien porque se ha quedado anticuado y se desecha aunque funcione perfectamente.

Y ese usar y tirar constante tiene graves consecuencias ambientales. Países como Ghana se están convirtiendo en el basurero electrónico del primer mundo. A esos vertederos acuden los niños para manipular los desechos electrónicos que contienen sustancias peligrosas  como  el mercurio o el cadmio.

Una solución al problema sería reducir la generación de desechos electrónicos a través de la compra responsable y el buen mantenimiento.  Sin olvidarnos de la opción de donar los productos viejos a organizaciones que los reparan y reutilizan con fines sociales.