La variación de las precipitaciones está presente en un aumento en otoño y una caída en primavera, lo que tiene una repercusión directa en la planificación hidrológica, ya que las aguas en el primer trimestre del año son muy valiosas para el desarrollo con normalidad de la actividad agraria y para la acumulación de reservas hídricas en embalses y acuíferos.

Estas acumulaciones deben permitir atender el aumento del gasto en los meses cálidos del año, por lo que la disminución debería incluirse dentro del futuro plan hidrológico nacional, que tendrá que redactarse en los próximos años, con el fin de "evitar problemas de desabastecimiento coyuntural".

En cuanto al calentamiento global en el Mediterráneo, se trata de un aumento de 0,8 grados centígrados en los últimos cien años, "con un ascenso muy acelerado desde 1980", apunta Olcina.

"La manifestación más evidente de la pérdida de confort térmico en esta región ha sido el incremento muy notable de noches tropicales, en las que el termómetro no desciende de 20 grados durante toda la noche", asegura el experto.

Desde 1970, el número de noches tropicales en diversas ciudades de la región mediterránea se ha triplicado, al pasar de 20 a entre 60 y 70 noches de calor intenso al año. Incluso, desde 2000, se observa un aumento de noches en las que el termómetro no baja de 25.

A esto se le suma la humedad relativa elevada en áreas próximas a la costa, lo que dispara la sensación de calor. Por encima del 70%, el valor que realmente siente el cuerpo humano sube entre cuatro y siete grados.

Por último, el aumento de la temperatura superficial marina se cifra en 0,8 grados por término medio desde 1980. Es un proceso de acumulación de calor, sobre todo, en los meses de primavera (mayo-junio) y que se prolonga en verano hasta otoño.

Esto favorece la proliferación de noches tropicales en las poblaciones litorales y también supone un riesgo ante posibles situaciones de inestabilidad, que amplía su calendario de posible desarrollo desde la primavera hasta el otoño.