Al calor hay que añadir el aumento del ejercicio físico, es por esto que debemos preocuparnos sobre todo por el mantenimiento de una correcta hidratación.

Los pequeños pueden estar hidratados mediante la ingesta de alimentos adecuados y de líquidos.

Los lactantes y los niños menores de 3 años son los grupos de mayor riesgo ante la aparición de la deshidratación en verano. En este sentido, para prevenirla, se debe evitar la exposición al sol en los niños hasta los 6-8 meses de edad. También es recomendable pasear o estar a la sombra protegido de los ambientes calurosos.

El niño debe beber diariamente entre 0,6 litros en el primer año de vida y los 1,8- 2,6 litros  de agua en la adolescencia. Cuanto menor es el niño menor capacidad de expresar el deseo de la sed, por lo que le ofreceremos agua sin forzar, sobre todo, si la temperatura ambiental es elevada, como en el verano.

Estos niños, sobre todo los recién nacidos, deben consumir cantidades mucho mayores de agua, en relación a su peso, que un adulto. Si se administra una cantidad insuficiente, sobre todo en esta época, aparece la denominada “fiebre por deshidratación”, habitual a esta edad, y que consiste en la aparición de fiebre, que puede llegar a ser elevada, debido a una insuficiente toma de líquidos.

Los niños más mayores también sufren los efectos del calor, pero ya son capaces de pedir agua o beber solos cuando tienen sed.

La principal fuente es la ingesta de agua de bebida como tal, o la empleada durante la preparación culinaria de diferentes alimentos, que poseen a su vez una mayor o menor cantidad de agua. La leche, que es el único alimento natural que permite por sí solo subvenir las necesidades de los mamíferos durante largos periodos, es un producto muy rico en agua (88%).

El agua y la leche deben seguir siendo las bebidas fundamentales del niño y el adolescente, sobretodo en los meses de verano.

En cuanto a la alimentación, en los lactantes y niños pequeños el cambio es mínimo en este sentido, debiendo mantener el ritmo y el tipo de lactancia habitual.

Como norma general, fuera del período de la lactancia, la distribución de la dieta debe ser: el 25% con el desayuno, el 30 % con la comida, el 15 % con la merienda y el 30 % con la cena.

La distribución calórica debe ser del 50-60% en hidratos de carbono, el 30-35% en grasas y el 10- 15% en proteínas de alta calidad.

Para finalizar, es importante que procuremos  no alterar mucho  las costumbres alimenticias del niño, ni en horario ni en tipo de alimento, aunque lógicamente se pueda introducir alguna variación propia de la época de calor, como aumentar el consumo de líquidos y de comidas frías.