Nuria Guisández es Doctora por la Universidad Complutense en Ciencias Biomédicas, especialista y experta en alcohol, drogas y conducción. Toxicóloga Forense, Especialista en Criminalística y Ciencias Forenses,  Perito Sanitario. Especialista en Valoración del Daño Corporal y experta en Sistema Visual y Ocular. El objetivo de su tesis ha sido determinar la afectación de la agudeza visual cercana y lejana, la variación en la respuesta pupilar, la modificación del tiempo de respuesta y la variación de la velocidad a la que conduce un individuo, todo ello comparando estos parámetros bajo los efectos del alcohol, con los experimentados en un estado basal normal, sin alcohol en sangre. Para ello se ha hecho el estudio con 123 voluntarios (80 hombres y 43 mujeres), mayores de edad, analizando tres grupos de edad; menores de 24 años, entre 25 y 39 años y mayores de 40 años.

Los resultados han sido sorprendentes, teniendo en cuenta que en ningún caso se ha superado la tasa permitida de 0,25 mg de alcohol en aire expirado. La agudeza visual cercana disminuye tanto en la medición monocular como binocular y también lo hace la lejana en visión binocular, detectándose un ligero aumento en la agudeza visual lejana monocular.

En cuanto a los efectos en la pupilas se percibe una menor respuesta pupilar bajo los efectos del alcohol, lo que condiciona la rapidez de acomodación de las misma a los cambios de luz, circunstancia que puede resultar especialmente peligrosa en conducción nocturna donde los cambios de luz que se producen al enfocarnos los vehículos que vienen de frente son numerosos y constantes. Además se ha observado que con tasas por debajo de 0,25 mg/l, se produce irritación ocular y fotofobia. Debido a que las pupilas se vuelven midriáticas, es decir, aumentan significativamente su tamaño sin que ello responda a estímulos lumínicos.

El tiempo de reacción se reduce, algo que resulta sorprendente y paradójicamente positivo a priori en la conducción. Sin embargo, la reducción de la respuesta psicomotora deja claras las negativas consecuencias. Sistemáticamente, a lo largo del estudio se ha podido demostrar que, incluso, con una ligera reducción en el tiempo de respuesta, la capacidad de frenado del conductor se ve mermada y con grados muy pequeños de alcohol en sangre la distancia de frenada se ve aumentada con respecto de la medida con la tasa 0,0.

Por otro lado se pone de manifiesto un significativo aumento de velocidad en la conducción a partir de los 0,11 mg/l de concentración de alcohol, lo que unido a la mayor distancia de frenado elabora un “coctel” netamente peligroso. Este aumento de velocidad se hace más significativo en los mayores de 40 años.

Se puede concluir del estudio que la ingesta de alcohol dentro de la legalidad vigente condiciona la conducción. Resumiendo, se puede afirmar que disminuye la agudeza visual, aumenta el periodo de acomodación de la vista lejos/cerca, disminuye el tiempo de reacción, pero se compensa con una menor capacidad psicomotora que en las pruebas llevadas a cabo se traduce en un aumento de la distancia de frenada debido a que se condiciona la precisión y la fuerza ejercida sobre el pedal de freno y por último se detecta una tendencia a conducir más rápido especialmente en las edades más altas. Y lo más importante se multiplica por dos el riesgo de tener un accidente, insistimos, con tasas de alcohol dentro de los límites legales.

Con todo ello queda a nuestro juicio bastante claro que la mejor tasa de alcohol para ponerse al volante debe ser 0,0 mg/l.