El robo de información se ha convertido en un negocio millonario. Cada 10 segundos se produce un ciberataque en el mundo, y España se ha convertido en el tercer país que más sufre ataques. La pandemia ha hecho que las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos se convirtieran en refugio, escapatoria, vía para trabajar y estudiar y una pequeña ventana para estar con los nuestros.
Durante el 2020, la Oficina Europea de Policía (EUROPOL) ha detectado un aumento de casos sobre ciberdelincuencia, fraudes en Internet y falsificaciones de productos que daban soluciones milagrosas a la COVID-19. Los estafadores digitales han sido astutos y veloces y han adaptado sus modelos de ataque a las circunstancias que estábamos viviendo. De ahí los aumentos de casos de phishing, vishing, smishing, también de hoax y keyloggers.
Esta época ha sido reflejo de cómo los ciberdelincuentes se dirigen ahora a responsables empresariales y ejecutivos. Somos diana a través de nuestros correos electrónicos, de los mensajes instantáneos y personalizados que llegan a nuestros móviles, y también de los links que nos informan que hemos ganado un sorteo. Las trampas también están en nuestro propio teclado, en la cámara de nuestro móvil e incluso cuando descolgamos el teléfono de un número desconocido. Como afirmaba Carlos Otto, experto en tecnología y periodista freelance detrás de El enemigo anónimo, explicaba para Levanta la cabeza que “la ciberestafa perfecta no existe, pero sí la rentable, fácil y barata. Hoy te puedes descargar programas en internet y planificar una campaña de phishing. No hay que tener grandes conocimientos. Te puede costar 100 euros mandarla a millones de personas”.