Miles de millones de cargadores de teléfonos móviles andan por el planeta Tierra, enchufados a la red, guardados en la mochila, ocultos en un cajón. La semana pasada, Apple presentó su nuevo iPhone y anunció que la caja no incluirá en esta edición un cargador de pared. La razón esgrimida por el gigante tecnológico es la sostenibilidad. Una de las responsables de medio ambiente e iniciativas sociales de la compañía aseguró que ya hay más de 2.000 millones de adaptadores de corriente, “estamos eliminando estos elementos de la caja de iPhone, lo que reduce las emisiones de carbono y evita la minería y el uso de materiales precisoso (…) Vamos a reducir más de 2 millones de toneladas métricas de carbono al año, es como retirar 450.000 coches de la carretera al año”. Echando un vistazo a los residuos electrónicos que generamos como especie, el gesto –sincero o no de Apple– es importante pero solo un gesto.
El consumo de equipos eléctricos y electrónicos, los conocidos como EEE, se ha disparado en todos los países. La movilidad de los seres humanos –frenada en seco por la pandemia del coronavirus–, la industrialización de los países emergentes, los ingresos disponibles… todo ayuda a la imparable fabricación y consumo de aparatos, que aumenta cada año en 2,5 millones de toneladas. Una vez usados, estos equipos generan residuos (e-waste). Solo en 2019 se produjeron más de 53 millones de toneladas de basura electrónica. O lo que es lo mismo, cada ser humano generó al año 7,3 kilos de esto residuos, según el informe The Global E-waste Monitor 2020, elaborado por Naciones Unidas y la Asociación Internacional de Residuos Sólidos (ISWA, en sus siglas en inglés), que ha calculado que los desechos electrónicos globales han crecido en 9,2 millones de toneladas desde 2014 y se prevé que aumenten hasta los 74,7 millones de toneladas en el año 2030.
¿Por qué tiramos tantos aparatos a la basura? Para empezar porque su vida es corta. Las cosas ya no duran como antes. Igual que ha ocurrido con la moda, incluso con la información o la comida, la tendencia durante los últimos años ha sido el consumo rápido. Tener siempre lo último. Si unimos esta forma de consumir con la obsolescencia planificada –el fin programado por los fabricantes de la vida útil de una aparato–, lo normal es que se consuman cada vez más aires acondicionados, calefacciones, televisiones, tabletas, ordenadores, teléfonos, cámaras, juguetes, mandos a distancia, bombillas, radios, neveras, lavadoras, lavavajillas, aspiradoras, secadores de pelo, hornos, rúteres, impresoras, discos duros, etc. Además, las posibilidades de reparación son mínimas, fundamentalmente en los países desarrollados.
Europa es, tras América, el continente que más residuos electrónicos produce, más de 12 millones de toneladas el pasado año. África, con 2,9 millones de toneladas, y Oceanía, con 0,7 millones de desechos son las dos áreas que menos basura crean. Aunque América genera 1 millón de toneladas más que Europa, por cabeza son los ciudadanos del viejo continente quienes tiran más aparatos: 16,2 kilos al año. Cada español genera 19 kilos de basura electrónica al año, cifra que aún siendo muy elevada se queda corta si lo comparamos con los desechos de suizos (+23 kilos al año), daneses (+22 kilos), noruegos (26 kilos), japoneses (+ 20 kilos) o estadounidenses (21 kilos). Sin embargo, en China, uno de los mayores productores de equipos y componentes electrónicos, la generación de residuos baja hasta los 7 kilos por persona.
Lo preocupante no es que fabriquemos y consumamos elementos eléctricos y electrónicos como si se fuese a acabar el mundo en breve, lo peor es que más del 82 % de los 53,6 millones de toneladas de residuos no se recogen ni se gestionan de forma sostenible. El informe asegura que “su paradero es incierto”. Eso no significa que no se recicle, sino que esa recogida se realiza fuera del sistema oficial, de los cauces formales, o se envía a países en desarrollo. En los países con ingresos más altos, muchos pequeños electrodomésticos y complementos electrónicos acaban contenedores de basura y se eliminan con el resto de residuos urbanos. El informe de la ONU sostiene en la Unión Europea, 0,6 millones de toneladas de desechos electrónicos terminan en el contenedor de basura, pero al mismo tiempo Europa fue el continente con la mayor tasa de recolección y reciclaje, un 42,5 %.
Lo normal en los países con ingresos altos es que un 8 % de los desechos electrónicos pequeños se tire al cubo de la basura, los productos que pueden ser reutilizados se envían como mercancía de segunda mano a países con ingresos medios o bajos. De estos, una cantidad considerable se exporta ilegalmente como chatarra o con el pretexto de ser reutilizado. En los países de destino no suele existir una infraestructura de gestión de este tipo de residuos, que es manejada por un sector informal del mercado laboral. Es cierto que en la mayoría de los casos este comercio es el único ingreso para las familias, pero a la vez las condiciones de manejo de esa basura no son las más adecuadas para el bienestar y la salud de los afectados. Desde 2014 hasta hoy, los países que han aprobado una legislación para gestión de la basura electrónica han pasado de los 61 a los 78. Los expertos echan de menos una armonización de todas las regulaciones que evite las consecuencias de una mala gestión de estos residuos. Muchos de estos desechos contienen aditivos tóxicos o sustancias peligrosas como mercurio, retardantes de llama bromados (BFR) o clorofluorocarbonos (CFC). “La gestión inadecuada de los desechos electrónicos también contribuye al calentamiento global”, comentan los responsables del estudio The Global E-waste Monitor 2020, quienes advierten que aunque estos aparatos han permitido “a gran parte de la población mundial beneficiarse de niveles de vida más altos, sin embargo la forma en que producimos, consumimos y nos deshacemos de los desechos electrónicos es insostenible”.
Entre 2014 y 2019, los dos tipos de basura electrónica que más ha aumentado son los equipos de cambio de temperatura (aparatos de aire acondiconado, neveras y bombas de calor), con una subida del 7 % en el último lustro, y el grupo de grandes electrodomésticos: lavadoras, secadoras, lavavajillas, estufas electrícas e impresoras. Estos desechos se han incrementado un 5 % desde 2014 llegando a los 13 millones de toneladas.
En el informe se dibujan cuatro escenarios de gestión de residuos electrónicos y eléctricos:
Residuo electrónico recogido formalmente. En países con regulación, los residuos son recopilados por organizaciones designadas para esa tarea, empresas privadas o públicas. En España es el municipio el responsable de la recogida a través de servicios de recogida o puntos limpios municipales. El destino final son plantas de tratamiento especializado, donde se recuperan los materiales útiles y el resto se envía a vertederos controlados o se incinera.
Residuo electrónico en contenedor de basura. En ocasiones, la basura electrónica de formato pequeño acaba en el cubo de la basura diaria. Lo normal es que vayan juntos a la incineradora o vertedero sin derivar en un reciclaje de material. El impacto en el medio ambiente es mayor y se pierden recursos.
Residuo electrónico recolectado fuera del sistema oficial en países con infraestructura de gestión. Hay países donde son empresas de distribución de desechos las que negocian los canales de gestión. A menudo, la basura electrónica no se trata en plantas de reciclaje especializada en e-waste y, problablemente, acabe exportándose de manera informal.
Residuo electrónico recogido fuera del sistema oficial en países sin desarrollo de gestión. En muchos países emergentes o en vías de desarrollo, un número significativo de trabajadores independientes e informales se dedican a la recogida y reciclaje de basura electrónica. Los desechos se reparan, se actualizan o se desmantelan de forma manual para revender o reutilizar sus componentes. Otras veces se incinera y se derrite el material para convertirlos en materias primas secundarias. “Este ‘reciclaje de patio trasero’ causa graves daños al medio ambiente y la salud humana”, explican en el informe.
Respecto al diseño de los materiales, en los equipos eléctricos y electrónicos podemos encontrar hasta 69 elementos de la tabla periódica de elementos químicos, desde metales preciosos (oro, plata, cobre, platino, paladio, rodio o iridio, entre otros), materias primas críticas (cobalto, germanio, bismuto o antimonio) o materias primas no críticas (aluminio o hierro). “Un mayor y mejor sistema de reciclaje a nivel mundial reduciría la presión sobre los materiales vírgenes”, comentan los autores del estudio. De hecho, el valor de la materia prima contenida en la basura electrónica en 2019 podría ascender a 57.000 millones de dólares si el reciclaje se hiciese dentro de un escenario ideal. Los expertos ponen un ejemplo: si se reciclase todo el cobre, hierro y aluminio presente en los equipos electrónicos, conseguiríamos 25 millones de toneladas de estas materias primas y todavía se necesitarían otros 14 millones de toneladas para poder fabricar todos los aparatos que la humanidad demanda.
Desde 2017, año en que se publicó el anterior informe global sobre basura electrónica, el número de estudios sobre los efectos adversos para la salud de estos desechos se han multiplicado. Y no solo por la exposición a toxinas. Recientemente y según The Global e-Waste Monitor 2020, una investigación ha encontrado que los desechos electrónicos no regulados afectan al neurodesarrollo, al aprendizaje, tienen efectos cardiovasculares y respiratorios contraproducentes, influyen en el sistema inmunológico y en enfermedades de la piel, y en ocasiones pérdidas auditivas y cáncer.