Basta echar un vistazo a las estadísticas de la DGT de los últimos 20 años para comprobar cómo además de esos tres factores hay dos más que han tomado una relevancia especial.
Repasemos que ha pasado con las carreteras en estas dos décadas. Con los 220.000 millones de euros de los fondos de cohesión europea, nuestro país consiguió llevar a cabo una profunda remodelación de las infraestructuras viales que nos ha llevado en conjunto a tener las mejores carreteras de Europa. Tenemos el mayor número de kilómetros de autopista y autovía de todos los países que forman la Unión Europea.
Por su parte, el automóvil ha experimentado una mejora en seguridad activa y pasiva espectacular para proteger a los ocupantes con mucha mayor eficacia y corregir, con los sistemas electrónicos, esos pequeños errores de conducción que pueden acabar mal.
El factor humano apenas ha experimentado cambios. Ni la formación de los conductores ha mejorado sustancialmente, ni el examen para la obtención del permiso de conducir se ha adaptado a las nuevas tecnologías que incorporan los automóviles actuales.
Hay dos factores a añadir. Por una parte, la respuesta sanitaria ante los accidentes, con la creación de una serie de infraestructuras sanitarias que son referente en toda Europa y, por otra, la gestión de las administraciones públicas de todos estos factores de cara a mejorar la siniestralidad.
El número de accidentes no ha experimentado un descenso significativo, lejos de ello lo que se percibe es un aumento de los accidentes con víctimas que, sin embargo, han llevado en los últimos 15 años a un descenso en las víctimas, pero ¿cómo es posible? Si ahora los coches protegen más, las carreteras perdonan más errores y la asistencia sanitaria es rápida y eficiente lo que permite que los accidentes, aunque más numerosos tengan consecuencias menos graves.
Es urgente que la administración tome cartas en el asunto y empiece a trabajar en el factor humano. Con nuevos contenidos en el examen de conducir, una mejora de la enseñanza y una labor de información que permita una formación constante de los conductores, con el objetivo de crear una conciencia real, no solo por evitar sanciones.
El 90 por ciento de los accidentes tienen su origen en el factor humano, por este motivo no podemos dejar a criterio de los conductores y de su curiosidad, más o menos intensa, la formación que requieren las nuevas tecnologías que incorporan los vehículos, la concienciación sobre conductas y actitudes peligrosas, así como desechar de una vez las leyendas urbanas y las técnicas de conducción que parcialmente válidas en los años 70 siguen siendo aplicadas, y lo que es peor, enseñadas en el siglo XXI.
Hay que ponerse a ello, porque de lo contrario seguiremos mejorando en las tres patas en las que se basa la seguridad vial, pero la mesa seguirá caída porque la cuarta y la quinta pata son demasiado cortas.