Cuando conversamos pasan muchas cosas y, sin embargo, hablamos muy poco de la conversación. El lenguaje es una característica humana sobre la que apenas reflexionamos, sobre todo si lo comparamos con toda la literatura en torno a otros rasgos biológicos del ser humano, como la respiración, sus tipos y beneficios, o sobre la nutrición, por ejemplo. Es la tesis de la que parte ‘Cosas que pasan cuando conversamos’ (Editorial Ariel), el último libro de Estrella Montolío, catedrática de Lengua Española y miembro del Comité de Expertos de Levanta la Cabeza, que reivindica los beneficios de una conversación consciente.

Porque ¿quién puede vivir sin relacionarse con los demás? ¿Y qué otra forma de relación hay más relevante que intercambiar impresiones con otros? Lo hemos visto bien durante este confinamiento provocado por el coronavirus, que ha paralizado nuestras vidas pero no nos ha privado de la conversación. “Durante estas semanas hemos podido advertir la enorme importancia que reviste la conversación para mantener nuestra estabilidad emocional -sostiene Montolío-. Por eso, las personas que han quedado confinadas solas han utilizado profusamente las posibilidades que brinda la tecnología para poderse conectar con la gente a la que aprecian”.

Pero esas conexiones por videollamada, que nos han permitido mantener nuestros lazos con los demás, también nos han descubierto, recuerda la lingüista, “la gran diferencia que existe entre las conversaciones naturales, en presencia del interlocutor, y las que tienen lugar por medio de algún tipo de dispositivo”. A juicio de Montolío, esta diferencia demuestra que lo que más echamos de menos durante el confinamiento es la posibilidad de charlar con nuestros seres queridos “en presencia también de nuestros cuerpos”.

Y es que esa circunstancia, la de la conversación frente a frente, es la que permite que pasen todas esas cosas que, según la lingüista, ocurren cuando conversamos. “Cuando hablamos cara a cara, los cerebros de las personas que intercambian impresiones se sincronizan; eso es lo que hace que la conversación frente a frente, cuando es auténtica, tenga un efecto tan espectacular en nuestro estado de ánimo”. Estrella Montolío explica que, si se observan las grabaciones de personas que inician una conversación, de manera casi imperceptible al principio, sus gestos se van sincronizando y, en muchos casos, la manera de hablar y las expresiones también se van asimilando hasta construir un universo común.

Ocurre, continúa Montolío, cuando nos presentan a alguien nuevo, por ejemplo. Los prolegómenos de la conversación son una negociación sobre el tipo de tono que vamos a mantener, qué tratamiento nos vamos a dar, cuándo termina la charla y un montón de matices más. Aquí, claro está, decimos mucho de nosotros mismos y es aquí donde, la mayoría de las veces, aparecen las rarezas de quienes no manejan estos mecanismos (la ironía o el humor, por ejemplo). En este punto, la empatía juega un papel fundamental pero, como todo, la habilidad de la conversación también se puede entrenar.

“A veces las personas meten la pata no por mala fe sino por desconocimiento -explica Estrella Montolío-. Si prestáramos un poco más de atención a cómo manejar una conversación podríamos dar pie a charlas más enriquecedoras, más beneficiosas para todo el mundo”.

Por esta razón, la conversación familiar supone una enseñanza fundamental en la educación de los niños: es el entorno ideal para que los pequeños aprendan a escuchar y a ser escuchados. “Tenemos datos de estudios hechos en EE.UU. que señalan que los niños que han tenido muchas horas de conversación real, que han aprendido a escuchar y a interactuar y a estar pendientes de lo que dice el otro, o a esperar a que hable el otro, tienen mayor éxito profesional y personal en la vida”, concluye Estrella Montolío.

Y no sólo en el hogar. “Ese debería ser también el papel igualador de la escuela: da igual de qué familia vengas; el colegio debería darte las herramientas para que puedas interactuar en sociedad de la mejor manera posible”.