Diego Hidalgo es mitad francés y mitad español. Tiene 37 años y vive en la ciudad marroquí de Rabat. Cuando era un adolescente y llegó el primer internet a su casa, se empezó a hacer preguntas, casi las mismas que ahora intenta responder en su libro de reciente aparición Anestesiados: La humanidad bajo el imperio de la tecnología (Ed. Catarata): “¿Nos ayuda la tecnología a ser más felices?”, “Cómo inciden las tecnologías digitales en nuestra libertad?”. Hoy, este emprendedor amante de la magia, el tenis y el piano vive sin teléfono inteligente, no tiene WhatsApp ni Instagram, y sus hijos más pequeños no han tocado un smartphone todavía y solo ven dibujos en una pantalla media hora un par de veces a la semana. No, no te estreses, a él tampoco le angustia. Ha sido una decisión meditada con un objetivo: ser más feliz. Con su ensayo pretende hacernos partícipes de una preocupación cada vez más extendida sobre el poder de los gigantes tecnológicos y el uso abusivo de las pantallas. “Con las tecnologías digitales pasa lo mismo que con el cambio climático, cuando tomemos conciencia de que tenemos que actuar, puede ser demasiado tarde”.

¿Parece que la magia te ha ayudado a entender la ilusión que producen las nuevas tecnologías?

Soy mago desde niño, mi primer trabajo fue haciendo magia en restaurantes, en eventos. Aunque no quiero exagerar el paralelismo, veo conexiones entre la magia y las tecnologías digitales. Una de las técnicas principales del mago es controlar la atención del público para que se fije en lo que le interesa mientras se cuece el truco en otro sitio; el mago intenta leer la mente de las personas y desarrolla técnicas para que piensen que son libres de elegir y controlar así sus decisiones. Es lo que hace la tecnología digital hoy en día.

No nos desilusiones, con lo bonito que es dejarse engañar por un ilusionista.

Una de las grandes diferencias entre magia y tecnología es que cuando formas parte del público de un espectáculo de magia, sabes que estas allí para dejarte engañar y las decisiones que tomas en el marco del espectáculo se quedan ahí, es un paréntesis en tu vida. Con la tecnología, el espectáculo es constante y las decisiones que tomas bajo estados de anestesia son el mayor peligro.

¿Tan preocupante es la situación?

En el libro llego a conclusiones bastante alarmistas, aunque el tono con el que está escrito no lo es. Nos estamos jugando el futuro de nuestra humanidad si no tomamos medidas individuales, colectivas y políticas para poner a la tecnología en el lugar que debería tener para servir a la humanidad. Las tecnologías digitales nos están robando una parte de quienes somos y de nuestra libertad. Sus modelos de negocio se basan en revender pequeñas parcelas de nuestra libertad a terceros, y nos desposee de nuestra capacidad para tomar decisiones autónomas.

Aseguras que igual que con el cambio climático, la concienciación sobre los efectos nocivos de las tecnologías digitales “no ha implicado un cambio a la altura del reto existencial al que nos enfrentamos”.

Hace 20 años se podía debatir el papel del ser humano en el cambio climático, había evidencias, pero no un consenso absoluto en torno al papel del ser humano y la necesidad de actuar si queríamos salvar el planeta. Con la tecnología pasa lo mismo, cuando tomemos conciencia de que tenemos que actuar, puede ser tarde.

En Anestesiados… conecta la economía de la atención, el impacto de los comportamientos adictivos de la tecnología, la vigilancia y la concentración de poder de los gigantes tecnológicos, las fake news. ¿Por qué estamos así?

El problema clave es que hemos digitalizado muy rápidamente todas las facetas de nuestras vidas, las hemos subido, más o menos voluntariamente, a una misma matriz tecnológica, que nos ha dado diversión, comodidad y otras cosas prácticas. Pero se ha hecho de tal manera que a cambio hemos aportado gran capacidad propia para tomar decisiones libres. Y esta matriz está controlada por un grupo de actores muy pequeños, de forma casi monárquica, que persigue intereses que no hemos elegido nosotros y funciona con una lógica de eficiencia ad infinitum, que pone en cuestión el papel del ser humano en el mundo. Si aceptamos que gobierna la ideología de que la eficiencia es el valor supremo y que la tecnología lo va a hacer todo más eficiente que el ser humano, éste poco a poco va a ser más obsoleto y desaparecerá de muchos procesos. A veces ese reemplazo se centra en el mundo laboral, pero si vamos más allá, llegará un día en que te dirán que tus hijos tienen que ser educados de la forma más eficiente, por una máquina. Si lo aceptamos, tendremos que borrarnos de la foto de familia.

Uff, parece que no hay mucha esperanza. Aunque también es verdad que esa preocupación ha dado lugar a iniciativas y organizaciones que buscan la versión ‘más humana’ de las tecnologías. Grupos de científicos se han unido en el último año para reclamar una inteligencia artificial (IA) más justa y ética, el control de la videovigilancia y el reconocimiento facial, etc.

Esta muy bien que haya iniciativas así, pero debemos tener una visión más radical, no extremista, que vaya a la raíz del problema. Y me temo que muchas de estas iniciativas sean solo de buena voluntad.

Hablando de la IA, que parece que lo invade todo, ¿por dónde empezamos?

La IA debería estar regulada de forma más estricta. Desafortunadamente, los gigantes de desarrollo tecnológico son poderosos y están acumulando poder financiero y político. No podemos obviar que las grandes empresas, al vender parcelitas de nuestra libertad en el mercado, tienen un poder político y económico impresionante. Las tecnologías son tan invasivas, y se adhieren a tantas facetas de nuestras vidas, que no es fácil dar marcha atrás y tener una mirada crítica. Soy pesimista con la razón y optimista con el corazón. Si fuese totalmente pesimista, no habría escrito el libro. No lo he escrito por placer, sí por participar en el esfuerzo para crear un nuevo rumbo colectivo e individual.

Siempre hablamos de Europa como un garante más sólido de los derechos de los ciudadanos frente a la intromisión tecnológica si la comparamos con EE. UU. o China. ¿Durará mucho nuestra resistencia?

Europa tiene un papel enorme que desempeñar. En EE. UU. se observa desde hace un par de años una toma de conciencia real de que al menos se estaba acumulando demasiado poder y que algo había que hacer, pero saben que se juegan mucho si regulan como deberían porque estarían limitando su poder. Así lo ven allí. China representa la parte más preocupante, donde la tecnología digital está al servicio de la vigilancia de sus ciudadanos.

¿Qué podemos hacer como individuos? No todos ven la invasión de las tecnologías como algo negativo.

Una de las razones por las que he escrito este libro es intentar que cada vez más personas sean conscientes de la forma en que nos afectan las tecnologías digitales y cambien de actitud, por ejemplo, en la forma de usar los dispositivos. La tecnología nos brinda cosas extraordinarias, pero no somos conscientes de cuál es el precio, de cómo lo estamos pagando. Es como cuando una empresa te hace una oferta muy atractiva pero no leemos la letra pequeña y poco después te cae un pago enorme. Vemos la comodidad y eficiencia que nos proporciona y no leemos dónde explica lo que tenemos que pagar a cambio: El precio es diferido y complejo de entender. Es verdad que hay personas que quieren fusionar al ser humano con la tecnología para crear un híbrido aunque renuncie a la esencia del ser humano. Siempre habrá a quien no le importe renunciar a su libertad y felicidad más profunda.

Quizá muchos nos creemos nativos digitales porque usamos y consumimos tecnología digital desde pequeños, pero en realidad no sabemos hacer un uso responsable y seguro.

La mayor parte de los dispositivos están diseñados para fomentar comportamientos muy impulsivos. Si miramos lo que hacen la mayoría de magnates tecnológicos, veremos que ponen límites a sus hijos con la tecnología. Debemos usarla de forma proactiva y no pasivamente, lo que supone tener capacidad para encender las tecnologías digitales cuando las usas y apagarlas cuando no la usas. Ahora mismo no puedes apagar las tecnologías. Hemos asesinado el botón off, que era imprescindible en cualquier dispositivo. Justamente, toda educación debería ser enfocada a apretar el botón off, que en el caso de los más pequeños debería ser una imposición.

¿Y tú cómo lo haces?

A nivel personal intento mantener el ideal de encender y apagar cuando quiero, necesito estar desconectado. Yo no tengo smarphone, Whatsapp, Instagram... Si usara estas apps y dispositivos, me superarían. Te hacen volver a ellos incluso en momentos que yo no he decidido. Somos vulnerables y eso hay que entenderlo. Hay que encontrar algún tipo de regulación que acompañe este uso y fomente una utilización proactiva de las tecnologías y prohíba los compartimientos más pasivos e involuntarios.

¿Cómo se regula ese uso?

Para empezar, es importante una regulación técnica de todos los mecanismos (notificaciones, push, autoplay…) que permita a la gente retomar el control individual. Al mismo tiempo, estaría bien que se prohibiesen determinados modelos de negocio que hacen que las empresas tecnológicas tengan incentivos para enganchar a la gente de forma tan potente. La idea es que nos preguntemos a partir de qué momento estoy haciendo un uso de la tecnología que no he decidido yo porque la decisión la han tomado por mí.

En Anestesiados… habla de distintas épocas. Primero fue la tecnología sólida, luego líquida y ahora gaseosa. ¿Nos puedes explicar por qué?

La edad de la tecnología sólida empezó en los años sesenta del siglo XX y el paradigma fue el ordenador personal. La materia en estado sólido es fácil de controlar, se queda en un sitio, te puedes aislar y mantenerte al margen. Lo encendíamos y apagábamos. En la era líquida, que yo sitúo en 2007 con la llegada del iPhone, las tecnologías digitales se adhieren más, son más difíciles de contener. Y la edad gaseosa es la que vivimos, está en el aire, respiras tecnología, actúas con ellas de forma continua. Es una tecnología sin color, invisible.

En esta era líquida de la tecnología, ¿qué hacemos con los más jóvenes?

El mejor regalo que puedes hacer a tus hijos es darle claves para ser libres y esto pasa porque tengan interacción social fuera de los soportes tecnológicos. En el libro muestro como la generación post millennial, la nacida a partir del año 2004, está dando lugar al cambio generacional más importante del último siglo cuando ves los datos de baja interacción social, depresión e insatisfacción. Son muy impactantes.

Diego está estos días en España, promocionando su ensayo. En breve volverá a Rabat con su familia y sus amigos, con The Beatles, La peste de Albert Camus y la serie Black mirror.