El pasado mes de febrero saltó la noticia: las Big Five de las redes sociales recibieron una denuncia del estado de Nueva York por los perjuicios que causan a la salud mental de la juventud. La denuncia enfatiza que las plataformas usan algoritmos para mantener a los usuarios conectados y animan a una utilización compulsiva.

Tanto en la forma, como en el fondo, las redes sociales han cambiado las reglas del juego para la juventud. Sus referentes se encuentran, en gran medida, en el ámbito digital y plataformas como Tik Tok, Youtube o Instagram se encuentran entre sus principales fuentes de información. En cuestiones de salud las redes sociales son la segunda fuente de información, solo por detrás de la consulta directa al doctor.

Esta tendencia adquiere cierta controversia por lo que implica para las autodiagnosis de problemas de salud mental. Cada vez son más los coaching, líderes espirituales, divulgadores y perfiles de todo tipo que realizan contenido dando consejos para superar una depresión o tomar conciencia de problemas de salud mental. A menudo, los consejos son contraproducentes.

Un escenario nuevo con riesgos y oportunidades

Los expertos coinciden en tres aspectos a tener en cuenta: el surgimiento de un nuevo paradigma social, la necesidad de interpretar este escenario en términos de salud mental y la aspiración de generar un marco colaborativo que arrincone la desinformación.

Para el sociólogo y miembro de La comarca científica, Javier Cencillo, entender la coyuntura actual en torno a la salud mental en las plataformas virtuales requiere “contextualizar que la sociedad del año 2024 es muy diferente a la sociedad de hace veinte años. La sociedad postmoderna está caracterizada por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad. El mundo occidental experimenta cambios muy rápidos, muchos de ellos relacionados con el uso de Internet: causa y consecuencia de lo que vivimos”.

En su opinión, las nuevas tecnologías conducen a los jóvenes a cierto aislamiento, donde la libertad se usa para buscar soluciones individualizadas. La autodiagnosis supone, por tanto, un espacio de intimidad y confort. La persona afectada no tiene que pasar pudor al exponer sus problemas ante adultos ni pedir ayuda al entorno inmediato, ya tiene la red. “Ese refugio digital permite mantener el anonimato antes que hacer preguntas cara a cara como, «oye me ha salido una verruga o llevo dos semanas sin la regla». El problema es que la democratización de la información ha provocado que esta no siempre provenga de fuentes fiables”.

Las redes proporcionan un sentimiento de pertenencia, son de fácil acceso, y funcionan por imitación y recompensa: el cóctel ideal para que la desinformación los invada. Así, se pasa de compartir viajes, recetas o trucos de belleza, hasta llegar a dar, con excesiva liviandad, consejos de salud mental. Cencillo incide: “se ha producido una romantización del contenido: podcast, memes, etc. Además, las redes sociales funcionan con algoritmos que nos proporcionan los contenidos que más consumimos. En ese proceso se pierde la rigurosidad. Tendemos a confundir visibilidad con autoridad y damos a los likes categoría de veracidad”.

Nuria López, psicóloga sanitaria y directora de Sicodrama, coincide en que la juventud, por su momento vital, pueden tener dificultades para discriminar los mensajes, ya que tienen un sentido de la pertenencia que les hace más vulnerables. Este momento de desarrollo de la socialización terciaria, donde se eligen libremente aficiones y grupos, genera un escenario propicio para que divulgadores ávidos de reconocimiento irrumpan en su cotidianidad.

Pero no todo son riesgos, López apunta también los beneficios en el uso de las plataformas. El creciente interés social en la salud mental ha roto un tema tabú para las generaciones precedentes. Las personas son hoy más capaces de reconocer sus vulnerabilidades y ponerlas en común. “Los adolescentes usan las redes sociales para exponer sus preocupaciones y este hecho permite elaborar estrategias para detectar problemas de salud mental”.

Las redes sociales, asegura, “han fomentado el hecho de que los adolescentes descubran un lenguaje emocional propio y sepan hablar sobre cómo se sienten. Han tomado más conciencia de sí mismos. Esto les facilita pedir ayuda e incluso influir en sus entornos para detectar quién la necesita. Las redes brindan una oportunidad importante para trabajar de manera preventiva.”

El uso del lenguaje, una de las principales amenazas

Entre los principales riesgos encontramos el abuso de términos usados de forma irregular, propagándose en la red de forma viral. En un momento crítico del desarrollo evolutivo, la mezcla de sensacionalismo y falta de rigor puede ser contraproducente. Lo preocupante, señala López, es que no siempre se usa la terminología correcta y que cualquier persona con altavoz puede difundir mensajes perjudiciales.

Y es que el diccionario, en redes sociales, suele pervertirse. “Es un riesgo que se pueda extender un lenguaje patologizante. El hecho de que se hable de conductas, emociones y sentimientos normales de manera patológica. Los adolescentes están en un periodo evolutivo donde ciertos estados emocionales (cambios de humor, irritabilidad) que pudieran ser llamativos en otras etapas, son normales. Un ejemplo: se escucha mucho “soy bipolar” usándose de manera incorrecta. El riesgo no es que se autodiagnostiquen o banalicen las enfermedades, porque luego se puede trabajar ese malestar, el problema es que este se extienda y no se detecten casos graves que sí necesitan de un tratamiento”. Del mismo modo, se da el caso inverso, normalizar conductas y actitudes patológicas. Esto puede suceder con el aislamiento o las autolesiones. La exposición constante baja el umbral de riesgo y puede hacer que no se consideren importantes conductas que son de riesgo.

La responsabilidad en cuanto a la desinformación es compartida y frenarla atañe a diferentes estamentos sociales. La sociedad tiene el reto de evaluar quiénes están transmitiendo estos mensajes. Establecer alianzas para generar los mensajes correctos y contrarrestar a influencers o coaches que, desde el intrusismo, puedan tener un impacto negativo. La información validada se antoja un aspecto esencial. La regulación de las plataformas aparece por fin en el horizonte.

Javier Cencillo destaca: “Los adolescentes son carne de cañón para la posverdad. La posverdad genera una disonancia cognitiva entre lo veraz y lo falaz. Si recibimos una información X que es falsa, y nos llega una persona que es una autoridad en la materia que lo desmonta, nos resulta más fácil creer la mentira que derribar la falsedad”.

López, por su parte, relata un ejemplo que encontramos de forma habitual en redes. Una divulgadora a la que una adolescente consultó qué hacer ante las dificultades de expresar sus sentimientos, un hecho que le provocaba aislamiento e incomprensión. La divulgadora rebotó la pregunta a su comunidad, abriendo el debate y generando una catarata de consejos no profesionales. Solo un usuario alertó de que quizás debiera buscar ayuda profesional. Ante este tipo de tesituras, López es contundente: “Nunca se debería acudir a las redes para buscar tratamiento. Cualquier tipo de síntoma debe ser valorado y diagnosticado por profesionales especializados”.

Contra la desinformación: la conquista del espacio digital

Desde el punto de vista de Cencillo hace falta más y mejor educación sobre salud mental en espacios con adultos: familias, centros educativos y asociaciones. Este solo hecho contribuiría de manera esencial a que la información veraz fluya con naturalidad. “Podemos invertir cómo llega la información. Si llegamos tarde, después de alguien que han visto veinte veces en las redes, luego es más difícil desmontar la desinformación”. Cencillo destaca el ejemplo de espacios virtuales mixtos y aboga por crear premios y concursos que reconozcan el valor de la información.

Tan importante como hacer llegar la información correcta a sus espacios es plantearse cómo. Nuria López remite a un acercamiento consciente de sus códigos: “Nos queda dar un paso más, llegar a esos espacios compartidos con profesionales que puedan acceder a ellos a través de un lenguaje enfocado a los adolescentes. Vamos a coordinarnos con influencers y generar mensajes rigurosos en el sentido profesional. No digo que hagamos vídeos bailando en Tik Tok, pero sí aprovechar este formato y crear espacios grupales vehiculando ese interés que tienen. Es muy importante escucharles y conocer qué están pidiendo en las redes”.

Ambos profesionales destacan la necesidad de fomentar el espíritu crítico como método de prevención. Cencillo concluye destacando la importancia de la filosofía en el ámbito académico, materia que fomenta el pensamiento crítico.