El origen del término ‘sexting’ viene de la unión entre ‘sex’ y ‘texting’. Consiste en la transmisión de mensajes con alto contenido erótico. Suele ser entre dos personas que, o bien tienen ya una relación de confianza o van camino de tenerla. Esto es la teoría idílica del sexting, la realidad es mucho más grave. Especialmente entre jóvenes.

El problema reside en las malas prácticas en algo tan sensible como es la intimidad. La difusión de contenido íntimo de otra persona es un delito penado con entre uno y cuatro años de cárcel. Aunque el sexting puede ser una herramienta para sentir cerca por vía digital a una pareja, su parte oscura, de la mano del peligro de las redes sociales, acaba por ser un arma de destrucción.

Esta práctica está latente en jóvenes y adolescentes. Ingenuos y en proceso de experimentación, a veces no piensan en las consecuencias de esos mensajes. Hay que diferenciar entre el deseo y la imposición, clave para diferenciar entre delito y consentimiento. Si hay complacencia y el hilo de la conversación va en el tono privado, la práctica de sexting puede ser considerada como una herramienta de relación a distancia. El problema viene cuando se traspasa los límites morales y por venganza o cualquier estado similar se acaba por difundir esas imágenes íntimas que en un clima de confianza se han recibido y enviado.

La policía alerta de dos tipos de delitos sexting. El sexting activo que es el que difunde imágenes privadas de otra persona. Y el sexting pasivo, el que las ve y es partícipe de su difusión. Diana Diaz, directora del teléfono ANAR aconseja a los adolescentes que “no publiquen ninguna información de carácter privado y mucho menos fotos de contenido sexual”.