Tanto se ha puesto el foco en estas dos cuestiones, que la industria parece ir solo en esa dirección. Sin duda, se trata de cambios con una descomunal relevancia, respectivamente, tanto de cara a las emisiones como a la seguridad. Pero creo que como colectivo hemos cometido el error de pensar que ambos cambios estaban listos para ya.

Cualquier evolución significativa requiere de sus tiempos. Y cuanto más radical es, más se amplían los plazos de desarrollo y, en consecuencia, de aplicación. Desde determinados ámbitos, la movilidad eléctrica se ha tomado como la panacea para eliminar las emisiones dañinas, los gases de efecto invernadero y las partículas en suspensión.

Por otro lado, haciendo una ecuación directa, algunos han llegado a la conclusión que, si el factor de los accidentes de tráfico es en un 90% humano, con eliminar al conductor se acaban los males.

Ojalá fuera tan simple. Primero, puesto que las emisiones contaminantes derivadas del transporte sólo representan entre el 27% y el 30% de las emisiones totales. Y segundo, ya que la eliminación del conductor es algo que todavía no deja de ser una entelequia. En gran parte, por la extraordinaria complejidad y las casi infinitas situaciones que se dan en el tráfico.

Por ahora, los coches no son en absoluto inteligentes. Ni tan siquiera los Tesla que, para muchos, son el paradigma de la seguridad. Esto se debe a que sus acciones se basan en aplicar un principio de acción-reacción. Es decir, una serie de sensores y cámaras detectan una situación determinada y actúan en el 99,9% de los casos sobre los frenos.

No piensan y no son en absoluto predictivos. Solo son rápidos de reacción, aunque dependen de que todos los sensores funcionen permanentemente con toda su eficacia. En autopista, un día soleado y con poco tráfico no es tan difícil. Sin embargo, con nieve, lluvia y tráfico denso las cosas se complican.

Como he apuntado en otras ocasiones, los aviones son autónomos desde hace décadas, no obstante, no solo cuentan con un conductor (piloto), sino que llevan dos. Puesto que eliminar el factor humano del tráfico a día de hoy no sólo es osado, sino irresponsable.

En los años 70, la industria del automóvil cambiaba el carburador por la inyección. Y desde aquellas inyecciones mecánicas a las actuales electrónicas han pasado casi 50 años. Aquello únicamente era un cambio en el sistema de alimentación.

Pretender que vamos a eliminar al conductor en apenas 10 años es de una ingenuidad asombrosa. Demos tiempo a los investigadores, esperemos y pasemos por todas las fases de desarrollo y tendremos una tecnología de primer orden. De lo contrario, nos encontraremos con problemas y accidentes que no harán sino generar desconfianza en el gran público y retrasar más de lo necesario estas interesantes y necesarias tecnologías.