La arena de las playas, ríos y fondos marinos juega, aunque no se crea, un papel relevante en los ecosistemas porque hay una gran cantidad de especies que se viven allí, además también ejerce en las costas protección ante algunos fenómenos atmosféricos intensos, según una investigación.

Sin embargo, en los últimos años, la expansión urbanística ha ejercido una fuerte presión para explotar este material al ser clave en la construcción para fabricar hormigón, asfalto o cristal, pero también la arena es se utiliza para la restauración de costas o para la fracturación hidráulica, lo que genera que la demanda crezca tan rápido como los problemas que conlleva su explotación.

La explotación desmedida de este recurso afecta a la biodiversidad de los fondos fluviales y zonas costeras. Así se daña la cadena trófica, y provoca efectos negativos sobre la producción y obtención de alimentos para las comunidades locales.

Otro de los problemas que se plantean al transportar arena de una playa a otra es la aparición de especies invasoras o la acumulación de agua estancada que favorece la dispersión de enfermedades infecciosas como , por ejemplo, la malaria, según los expertos. Además, se produce una disminución de sedimentos en las playas y deltas, lo que provoca una mayor desprotección de las costas frente a efectos del cambio climático, como la subida del nivel del mar o la intensificación de tormentas, cuyos daños, a su vez incrementan la demanda de arena.

Por este motivo, los expertos reclaman que se tomen medidas para evitar la situación actual en la que la explotación de arena está provocando conflictos socio-políticos. Es imprescindible que los gobiernos cooperen para gestionar el problema de forma conjunta. A su juicio, es necesario fomentar el reciclaje de materiales de construcción, promover convenios internacionales que regulen la extracción, consumo y comercio de arena, y establecer un seguimiento exhaustivo de la planificación y concesión de autorizaciones.