Su pasión siempre ha sido aprender. La filosofía le ha ayudado a hacerse preguntas; la neurociencia, a descubrir que puede cambiar sus ideas preconcebidas, y con la sociología se dio cuenta de cómo influyó la socialización primaria en su forma de entender el mundo. Anna Plans estudió Ciencias Políticas, Filosofía y Neurociencia y es técnica superior en Marketing Digital. Se define como madre activista pro-derechos del menor y a lo largo de los últimos años ha hecho investigaciones sobre cómo impacta la tecnología en los adolescentes. “Estamos en un momento en el que nada es seguro, todo es cambiante y efímero: nuestro puesto de trabajo, nuestras relaciones, nuestros deseos… Todo ello genera ansiedad y una sociedad individualista. Por ello creo que es absolutamente necesario introducir la filosofía en las aulas para fomentar el pensamiento crítico de las futuras generaciones”.

Pertenece al grupo de expertos de la Fundación Aprender a Mirar, cuyo trabajo es atender a las personas más indefensas frente a los abusos que se comenten en el entorno digital. También es presidenta de la Associació de Consumidors de Mitjans Audiovisuals de Catalunya y en 2020 ha publicado su libro ‘Respeta mi sexualidad. Educar en un mundo hipersexualizado’ (Ed. Nueva Eva). Sobre esta temática asumirá sus próximos retos profesionales. “Me imagino un proyecto en el que jóvenes con baja autoestima, que sufren las consecuencias de este mundo hipersexualizado, aprenden a valorarse y a salir de ello. Y sin necesidad de pagar, porque ahí estaría el principal valor: que sientan que las personas que los van a acompañar lo hacen de forma desinteresada”

¿Podrías definirnos de forma sencilla y clara qué es la hipersexualización y cómo está afectando a la sociedad?

La hipersexualización es la tendencia a resaltar los atributos sexuales de una persona por encima de cualquier cualidad que pueda definirla. Estamos en una sociedad hipersexualizada. Basta salir a la calle y fijarse en los anuncios de la vía pública. En casa, enciendes el televisor y zapeas por concursos, realities, anuncios, etc., y es fácil comprobar que abunda el gancho erótico sexual. El mismo que vemos en videoclips y videojuegos. Además, los referentes que lo petan en los programas, series y redes sociales, son modelos erotizados. La exposición de las más jóvenes de forma continuada a estos prototipos puede moverlas a auto cosificarse, con la falsa creencia de que actuar así las empodera. De hecho, la mayoría sienten que dominan a los chicos cuando son admiradas sexualmente por ellos, pero hay evidencias que demuestran que se trata de un falso poder.

¿Qué condiciona esta hipersexualización?

Esa obsesión por resaltar los atributos sexuales por encima de todas las demás cualidades de la persona suele tener consecuencias muy negativas. Pueden aparecer las fragilidades contemporáneas con problemas como fobias sociales, anorexia, bulimia, depresión e incluso suicidio. A los jóvenes que basan su autoestima en la percepción de su cuerpo, si la visión es negativa, les puede afectar a la hora de elegir amigos y parejas tóxicas. Y es así porque la hipersexualización condiciona nuestra imagen corporal, nuestra identidad y cómo nos relacionamos con los demás.

Sobre esta temática has escrito tu libro que salió a la luz en octubre del pasado año…

Escribir este libro no estaba en mis planes. Pero al planteármelo, pensé que podía ser útil para que padres, madres y educadores abrieran los ojos ante esta realidad en la que nuestros hijos e hijas están inmersos. De ahí mi esfuerzo por recoger los suficientes datos para que puedan comprobar por sí mismos esa realidad. Por otro lado, veía necesario que perdieran el miedo, y creo que tener herramientas para actuar es imprescindible. Así que también he intentado ofrecer recursos útiles. Se trata de un libro sencillo, fácil de leer y también con muchos recursos.

¿Qué podremos encontrar en sus páginas?

El libro te muestra la realidad en la que se mueve la infancia de hoy. Y también responde preguntas fundamentales que se pueden usar como argumentos para hablar claro de una vez por todas sobre pornografía, sexting y sexualidad saludable. Un padre, madre y/o educador después de leerlo estará preparado para afrontar preguntas incómodas cómo “¿Y si descubro que mi hijo o mi hija consume pornografía?, “¿Cómo lo hablo con ellos?” o “¿Qué hago?”.

Sobre esto último que comentas, la Agencia Española de Protección de Datos (AEDP) publicó que la edad media de acceso a pornografía entre menores se sitúa en los 8 años. ¿Qué impacto puede dejar esto en el cerebro de un menor?

El cerebro de los jóvenes es muy sensible, vulnerable y frágil. Tiene una gran capacidad de desarrollo, pero hay que cuidarlo mucho. De los 13 hasta los 25 años aproximadamente es una de las etapas cruciales en la que se producen cambios muy importantes en el cerebro. Cualquier tipo de impacto potente continuado, como el consumo de pornografía, tiene una carga muy fuerte por ser un estímulo muy poderoso en todo el sistema de placer y recompensa.

Los padres y madres podemos ayudar a cuidar la salud mental de nuestros adolescentes, algo que cobra especial relevancia ante un escenario en el que cada vez aparecen más testimonios de jóvenes que luchan por salir de las consecuencias de esta plaga. Algunas evidencias ya están expuestas en multitud de estudios. Se ha probado, por ejemplo, que el consumo excesivo de pornografía puede llevar a querer consumir contenido más obsceno y violento, y también que puede provocar disfunción eréctil, bajo deseo sexual, masturbación frecuente con poca o nula satisfacción, dificultad para alcanzar el clímax en pareja, y también conductas sexuales de riesgo, comportamientos violentos y trato a la mujer como un objeto, expectativas irreales sobre lo que es el sexo, daños en el cerebro, etc.

También hemos visto el auge de ‘apps’ como OnlyFans donde cada vez hay más contenido sexual.

La industria aprovecha la normalización de la hipersexualización para blanquear la pornografía. En esta línea, en Onlyfans se puede subir contenido explícito sin ningún tipo de censura. Para muchas chicas que ya han normalizado subir imágenes erotizadas a sus cuentas de Instagram, la propuesta de este tipo de plataformas puede ser atrayente, con llamadas del tipo: “¿Por qué conformarte con likes en Instagram cuando te pueden pagar por ello? Además, algunos influencers lo venden como un recurso para ganar dinero fácil.

El principal problema radica en la preocupante cantidad de menores de edad que la utilizan. Nadie les explica la trastienda de una industria que está aprovechando la precariedad económica y la impunidad que tienen en esta sociedad en el que cada vez es más “normal” sexualizar y mostrar la intimidad. Así muchos desconocen que caen en la trampa de perder el control sobre su imagen: este material nunca desaparecerá. Otro de los peligros son los chats privados en los que los seguidores suelen formalizar peticiones como la consumación de ciertas prácticas sexuales, trabajar como escort (dama de compañía) o prostituirse. Esta normalización es el veneno más contundente para alienar a los más vulnerables y hacerles creer que son más libres, cuando en realidad están siendo sometidos a la ley del mercado: quien paga, manda.

¿Cuáles crees que son las razones que llevan a un adolescente a ponerse delante de una cámara, grabar un vídeo explícito y enviarlo sin pensar las consecuencias?

El sexteo suele producirse como expresión de un sentimiento en el marco de una relación. También es posible que se produzca como una forma de sentir placer y reconocimiento. Finalmente, existe la posibilidad de que sea por coerción. En general un joven que comparte contenido explícito (foto, texto, selfie, vídeo), lo hace normalmente en un entorno que considera de confianza (pareja, amistad), generalmente dentro de una relación o un flirteo.

Y ahí llega el origen del ciberbullying, del sexting, del grooming… ¿es más común de lo que pensamos?

El problema de la práctica del sexting suele aparecer a posteriori, cuando la persona a quien se lo ha enviado decide exponerlo. A partir del momento en que el contenido está en la red, escapa a su control. Practicar sexting conlleva un riesgo, y si se ha compartido este tipo de contenido con otros usuarios, la persona afectada puede ser víctima de diferentes formas de acoso, como la sextorsión, la pornovenganza, el grooming, el ciberacoso, etc. También cabe la posibilidad, entre los jóvenes, de que la pareja ejerza presión, exigiendo el envío de imágenes íntimas como “prueba de amor”.

Un suceso que cobró mucha relevancia fue el de Amanda Todd, una chica de 15 años que subió en YouTube un vídeo antes de suicidarse, tras haber sufrido primero grooming y después acoso y ciberacoso. Todo comenzó cuando tenía 12 años y mostró el pecho con un toples a alguien por internet. Amanda desconocía que la persona al otro lado de la pantalla había fotografiado la imagen. Entonces, él la empezó a acosar y amenazar con difundir el material si no le ofrecía más. Amanda se negó y, al final, las fotos acabaron en las bandejas de entrada de los correos de sus compañeros de colegio. Cuando la imagen erótica se divulgó, el acoso y la humillación persiguieron a la menor las 24 horas del día. Huyendo de este acoso, la menor cambió de colegio, incluso de ciudad, pero su acosador reaparecía una y otra vez.

¿Qué papel juegan los padres y educadores para evitar las consecuencias de la práctica del ‘sexting’?

Mi recomendación es iniciar las conversaciones con nuestros hijos lo antes posible, al igual que con el tema de la pornografía, y siempre, como suelo insistir, con un discurso adaptado a la edad del menor. Cuando son pequeños no es necesario profundizar en el concepto de sexting. Es suficiente con que reconozcan sus partes íntimas y lo que tienen que hacer si alguien se las muestra, como también proteger las suyas. Es importante que sepan que los niños y niñas no pueden aparecer desnudos en fotos o vídeos porque, simplemente, está prohibido. Yo animo a padres y madres que se interesen por lo que ven, que les pregunten a menudo, y si les cuentan que han visto algo raro, los escuchen, les agradezcan que se lo hayan contado y actúen. Es clave educarles en la intimidad y también protegerla.

Y conforme se hacen mayores hablarles de los riesgos de esta práctica. En mi libro profundizo en esta cuestión. Lo importante es reflexionar con ellos, escuchar sin juzgar y presentarles evidencias para fomentar su pensamiento crítico.

¿Qué nuevas formas de violencia de género podemos encontrar en las redes sociales?

Hay personas que exigen a su pareja el envío de imágenes o vídeos sexuales mediante coacción, chantaje o la amenaza de difundir determinadas imágenes para humillarles si no hacen lo que se les pide. Ahí estaríamos hablando de sexting coercitivo y de difusión no consentida de imágenes de sexting. ¿Y qué tienen en común? La autoproducción y envío de imágenes sexuales, conocida como sexting. Actualmente el sexting coercitivo, la sextorsión y la ponovenganza, representan las nuevas formas de violencia y control albergadas en el contexto digital. En todas ellas, el control se obtiene mediante la posesión de cierto material que da poder a quien lo posee, privando del dominio y privacidad de este material a su protagonista.

Eres defensora del menor e impartes talleres para asesorar a los padres sobre lo que está ocurriendo en internet. Con tu experiencia, ¿hasta qué punto crees que los padres son conscientes de los riesgos que tienen las redes en sus hijos?

En la mayoría de los casos hasta que no viven las consecuencias en sus familias. Si los padres y madres tomaran las riendas, los riesgos se minimizan considerablemente.

Esta pregunta me recuerda a una charla que di en la localidad de Vic en la que recomendaba a padres y a madres que deberían empezar a hablar con sus hijos sobre pornografía a partir del momento en que suban a un autobús escolar, estén en el colegio, se relacionen con otros niños o tengan acceso a internet a través del móvil y/o tableta. La experiencia me dice que lo antes posible, siempre con un discurso adaptado a la edad del niño o de la niña y a las preferencias de los padres, por supuesto. Una mamá se acercó y me dijo: “Oye Anna, ¿verdaderamente no crees que exageras cuando me dices que mi hija puede acceder a contenido pornográfico? Ella no tiene móvil”. Cuando llegué a casa, recibí un wasap de aquella madre en el que me comentaba que, después de hablar con su pequeña de 9 años, la niña le había explicado que en el colegio había niños y niñas que ya habían buscado en las redes ciertas palabras con claro componente sexual…

Cada vez más padres y madres escuchan de sus hijos que quieren ser ‘influencers’. ¿Cómo pueden gestionar esto?

En primer lugar, los menores de 14 años no deberían estar en redes. En mi opinión, como mínimo 16 años, con límites y siempre dependiendo de su madurez offline. Dicho esto, les recomendaría que se siente con él o ella y le pregunte para qué quiere ser influencer. Si deciden apoyarle, sugiero que los animen a crear contenido de calidad. Para ello recomiendo adelantarse, rastrear nuevos modelos atractivos a partir de sus aficiones. Se trata de encontrar ejemplos que amplíen su mapa mental. Sus hijos e hijas pueden aportar riqueza a partir de sus aficiones: ¿Qué les gusta? ¿Qué se les da bien: ciencia, fútbol, música, windsurf, magia, escribir, debatir…? Quizás consiguen convertirse en revolucionarios y movilizar a la sociedad, como Elena Riera, una joven de 15 años que armó lío en las redes contra los huesudos maniquíes de Inditex. O el caso reciente del chico que movilizó a través de las redes a jóvenes para limpiar los destrozos de los incidentes acaecidos en Logroño después de las protestas en contra de las medidas implementadas por la pandemia de la COVID-19.

El principal reto consiste en acompañar a sus hijos tanto en el mundo offline como en el digital. La sociedad precisa de jóvenes influencers que contribuyan a lanzar mensajes positivos que animen y estimulen a otros, y no solo en internet. Es más, me atrevo a afirmar que cualquier chico o chica puede tener un impacto potente en su entorno inmediato sin necesidad de estar presente en redes como las mencionadas. A mí me ayuda mucho una premisa de Catherine L’Ecuyer: “La mejor preparación para el mundo online ocurre en el mundo offline, el real”.