“El abuso sexual a menores de edad es uno de los fenómenos que genera mayor alarma social y, al mismo tiempo, una de las realidades que menos se conoce, por su carácter de tema tabú”. Es importante partir de esta premisa, incluida en la introducción del informe Abuso sexual en la infancia y la adolescencia según los afectados y su evolución en España (2008-2019), de la Fundación ANAR, antes de entrar de lleno en el análisis de cómo internet y las herramientas tecnológicas están presentes en comportamientos delictivos como el grooming o el sexting. ANAR ha atendido en el último decenio más de 6.000 casos confirmados de abuso sexual y el estudio que sus responsables han presentado hoy es quizás un punto de partida obligado para entender una realidad que no ha sido suficientemente tratada en nuestro país. Hay que echar la mirada hasta los años 90 para observar una investigación sociológica de esta relevancia. El primer dato que asusta es que los abusos contra menores de edad se han multiplicado por 4 en los últimos diez años. En España, cada año se denuncian más de 2.000 delitos cibernéticos contra menores.

"Mediante este estudio la Fundacion ANAR tiene el propósito de abordar con datos esta problemática para legitimar el daño de las víctimas y visibilizar que se trata de un hecho mucho más frecuente de lo que podamos esperar", asegura Benjamín Ballesteros, director de la investigación y de los programas de ANAR.

Para empezar, los abusos sexuales a niños/as y adolescentes se han incrementado, según la base de datos de la fundación, más de un 300 % desde el año 2008, pasando de 273 casos hace doce años a 1093 en 2020. De los 6.183 casos atendidos por ANAR, más de 5.400 corresponden a víctimas de abuso sexual en sentido estricto, 121 a prostitución, 168 a pornografía, y 583 a casos asociados con nuevas tecnologías: grooming (150), sexting (265) y pornografía (168). Son sobre estos dos últimos donde Levanta la cabeza hará más hincapié. Y es que la tecnología está presente en 1 de cada 5 casos de abuso sexual a menores y en 1 de cada 3 cuando la víctima tiene entre 13 y 15 años, según los datos de ANAR.

Cuando hablamos de sexting como conducta delictiva nos referimos a la difusión, revelación o cesión a terceros de imágenes o grabaciones audiovisuales de una persona sin su autorización que afecte gravemente a su intimidad. Entre los supuestos más habituales está el reenvío por WhatsApp u otras apps o redes sociales de fotografías íntimas enviadas de forma consentida por el remitente. Un ejemplo sencillo: una chica le manda a su novio fotos en ropa interior y éste difunde ese contenido. El Código Penal establece una pena de prisión de tres meses a un año o multa de seis a doce meses para el autor. En numerosas ocasiones, una de las consecuencias del sexting es el ciberacoso.

Por otro lado tenemos el grooming, una situación que se da cuando un adulto contacta con un menor a través de internet, teléfono o redes sociales tratando de controlarle emocionalmente y ganarse su amistad para su satisfacción sexual. Este engaño puede buscar la introducción del menor en el mundo de la prostitución infantil o en la producción de material pornográfico. En este caso, el artículo 183 del Código Penal castiga a los autores con penas de hasta tres años de cárcel.

En los últimos cinco años, los casos de grooming han aumentado un 36,7 % y los de sexting, un 25 %. En más de un 84 % las víctimas son adolescentes y mayoritariamente mujeres: por cada cuatro mujeres víctimas de este abuso hay un hombre. En el sexting el agresor suele ser también menor de edad y en más de un 30 % es el novio o la ex pareja. Si hablamos de grooming, el 100 % de los agresores son adultos. ANAR reconoce que en estos ciberdelitos la mayoría de los agresores no tienen relación con la víctima o son compañeros/amigos y en casi un 90 % no se produce violencia física.

Para evitar este tipo de situaciones, ANAR propone a los progenitores una mejor supervisión del uso que hacen sus hijos de los dispositivos tecnológicos. “Los/as niños/as de edades precoces no están preparados emocionalmente para entender contenidos o imágenes inadecuadas como la pornografía, y pueden desarrollar conductas de riesgo con sus iguales”, aseguran desde la fundación. Como recordaba hace una semana en Levanta la cabeza Laura Cuesta, del Servicio de Prevención de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid, “no vale con dar un móvil a nuestros hijos, hay que conocer su vida digital”. Cuesta criticó también los sistemas de verificación de muchas aplicaciones, que en la práctica permiten abrirse perfiles a menores de edad: “El peligro están en los riesgos que pueden correr las menores, como ser víctima de sexting, sextorsión, grooming, o incluso el acoso de pederastas y pedófilos que buscan y llegan a los contenidos que suben a las redes”.

En cuanto a las consecuencias del abuso sexual, no hay diferencias en los casos donde hay presencia de tecnologías. Según las conclusiones de ANAR, entre las niñas y adolescentes destacan los cambios bruscos de conducta y ánimo y los síntomas psicosomáticos, y entre los varones, la conducta agresiva, los conocimientos sexuales no adecuados para su edad y las conductas sexuales explícitas.