Laura Cuesta Cano es una mujer entusiasta. Y esa pasión la muestra cada día en su perfil de Twitter, dando clases en la Universidad Camilo José Cela o en su trabajo en el Servicio de Prevención de Adicciones en adolescentes y jóvenes del Ayuntamiento de Madrid. Licenciada en Historia del Arte, es experta en cibercomunicación y digitalización, y últimamente se esfuerza por hacer entender que una comunicación saludable en el seno de la familia puede evitar muchos riesgos a los adolescentes en su relación con las redes sociales. Reconoce que ella misma es incapaz de desconectar –trabajo obliga– pero siempre se guarda un rato a la semana para el interiorismo y la jardinería. Un buen détox. En Levanta la cabeza hemos charlado un rato con ella y hemos aprendido mucho.

Te hemos visto muy activa los últimos días advirtiendo de que plataformas como OnlyFans, un servicio de contenidos (vídeo, fotos y transmisiones en vivo) por suscripción de pago, están centrando su negocio en la pornografía y en ‘enganchar a los más jóvenes con una fórmula de ganar dinero fácil.

Onlyfans no es una plataforma nueva, pero, sin duda, la alarma saltó en 2020 por cómo empezó a cambiar el contenido que se subía a ella. Es una aplicación que alberga u hospeda contenido que los creadores suben en formato vídeo de diversa índole: salud, cocina, yoga, fitness. Y los usuarios interesados los siguen mediante suscripción mensual.

Pero ahora, el nuevo negocio es hacer vídeos porno ‘caseros’ y conseguir cientos de personas dispuestas a pagar por ese contenido. Un canal que no pone restricciones. Tan solo el límite de edad, tener más de 18 años, aunque como ya sabemos por otras redes sociales y apps, no hay un sistema de doble verificación que permita comprobar la edad real de los usuarios. Esa verificación es muy laxa, basta con enviar un selfie, y ya se ha comprobado que cientos de menores envían fotos de otras personas… El peligro está en los riesgos que pueden correr las menores, como ser víctima de sexting, sextorsión, grooming, o incluso el acoso de pederastas o pedófilos que buscan y llegan a estos contenidos en la red.

La verificación de edad provoca auténticos quebraderos de cabeza en casi todas las redes sociales. Recientemente, una niña de 10 años murió en Italia después de realizar un ‘challenge’ difundido a través de TikTok.

El problema que tenemos con las edades es que la mayoría de plataformas no tiene ningún sistema de verificación de la edad, salvo el preguntarte cuántos años tienes y en qué año naciste. La mayoría de los menores no dicen la verdad, por eso nos encontramos con perfiles de menos de 14 años. Otro riesgo es el desconocimiento por parte de los padres de lo que hacen los menores. La familia de la niña italiana sabía que estaba en TikTok pero pensaban que subía vídeos y no que participaba en desafíos. Cuando hago un aula con padres me encuentro a progenitores que ni siquiera saben que su hijo tiene un perfil en TikTok o Snapchat, y no tienen ni idea de lo que es. Es fundamental conocer cómo es la vida digital de nuestros hijos. No solo vale con darles un smartphone y conectárselo a una tarifa de datos, hay que saber qué es lo que hacen y acompañarlos en esta supervisión en las edades tempranas. Es la mejor manera de prevenir riesgos.

A los pocos días, la autoridad competente italiana recurrió al Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) y decidió bloquear la red social china TikTok. ¿Qué le ha parecido esta respuesta?

Legalmente me parece correcta, aunque no sé durante cuánto tiempo se podría mantener vigente. Desde que se redactó el nuevo RGPD, en cada país se fijó la edad mínima en la que las plataformas pueden recoger datos personales de menores (14 años en el caso de España) y, por tanto, no podrían tener perfil en ninguna plataforma salvo con consentimiento familiar. El sistema de verificación de la edad es el gran problema de las plataformas.

También hay que decir que es muy fácil, y políticamente correcto, culpabilizar a las plataformas o a la propia tecnología. Como sociedad nos toca reflexionar… ¿por qué una niña de 10 años tiene un perfil de Tik Tok y sus padres no tienen la menor idea de lo que hacía realmente en esa app? ¿Por qué a edades tan tempranas no hay una supervisión, no hablo de un espionaje, de su actividad digital para evitar riesgos y/o al menos reducir los daños?

El debate tiene aún más calado cuando esos padres se dan cuenta de quiénes son realmente muchos de los referentes de sus hijos menores. Y no hablamos solo de El Rubius y su 'huida' a Andorra .

Tenemos que conocer, aunque no nos gusten, quiénes son esos referentes, y solo se consigue conversando. Es un trabajo de pico y pala, de hablar muchísimo en casa. En la mía, donde hay preadolescentes y posadolescentes, llevo años de trabajo hecho y se nota. También cometí errores, sobre todo al darles el primer móvil. A mí me horroriza cómo se expresan, por ejemplo, Ibai Llanos o AuronPlay, pero me pongo con mis hijos a ver sus vídeos, necesito saber lo que les gusta para poder tener una defensa, una crítica, una valoración argumentada. Me he sentado con mi hijo a jugar al Fortnite, primero para saber qué es y luego para comprobar si tiene algún riesgo.

¿Y te has asustado alguna vez?

En las aulas de padres cuento alguna anécdota. No me gusta alarmar porque creo que la tecnología es fantástica pero no podemos estar ciegos ante los riesgos. Hace unos años, un compañero informático estaba jugando a un juego en línea con su hijo, era un juego sencillo. Tenía la posibilidad de chatear en tiempo real con alguien y, de repente, uno de los usuarios le preguntó cuánto le medía el pene, así que fíjate cómo se quedó su padre. A veces nos preocupamos más cuando bajan solos a la tienda de al lado de casa a comprar unas chucherías que de lo que hacen con su smartphone o de porque están dos horas con la tableta jugando con amigos cuando solo tienen 7 u 8 años. Y lo peor es que a veces les dejamos solo para que nos dejen tranquilos.

Por tu profesión y por ser madre, ¿cuál es la edad ideal para entregarles su primer móvil?

Hay niños con 9 y 10 años que ya tienen teléfono móvil. No hay una edad, las familias tendrían que preguntarse si sus hijos son maduros, y no solo digitalmente, sino para adquirir ese tipo de responsabilidad. Hay que analizar si va a ser capaz de cumplir las normas límite que le pondremos. Y también hay que plantearnos para qué le damos un teléfono. A veces es tan egoísta como que nos beneficia a nosotros. ¿Tenemos el tiempo suficiente para aprender ciertas pinceladas sobre redes sociales, privacidad, apertura de perfiles? ¿para acompañarlos en los primeros pasos, ponerles un control parental…? No hablo de espiar, pero sí de supervisar esos primeros años. ¿Tenemos ese tiempo? Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos. Hay que explicar por qué no debes dormir con el móvil en la habitación, por qué hay que hacer momentos de desconexión, cómo afecta a sus ojos. Lo extraño es que le demos un móvil a un niño con 10 años y a los 16 pretendamos sentarnos a hablar sobre redes sociales y poner más límites.

¿Pueden compararse la adicción a las drogas con el ‘enganche’ a las tecnologías?

En la comunidad científica la adicción digital no existe, no hay adicción al móvil, no se reconoce la adicción tecnológica, ni a las redes sociales ni a internet. No podemos hablar de adicción digital, como vemos en muchos titulares de medios de comunicación. Crean mucha alarma social en las familias. La Organización Mundial de la Salud (OMS) solo reconoce como adicción el trastorno por juego de azar y el trastorno por videojuegos. Sí podemos hablar de uso abusivo de las tecnologías, de las redes sociales. Con las pantallas hablamos de un uso abusivo que en muchos casos puede requerir una intervención o asistencia clínica, e incluso puede estar relacionado con un trastorno de salud mental. El problema no es el móvil o internet, es el uso que hagamos, hay que conseguir un uso saludable.

Pero no me negarás que hay apps diseñadas para ‘engancharnos’, para que estemos todo el día liados con ellas.

No se puede decir que el móvil es la nueva droga del siglo XXI. Que un padre vea a su hijo tres horas durante un fin de semana jugando al Fortnite no significa que ese juego sea la nueva cocaína. Incluso con el trastorno por uso de videojuegos, que sí está reconocido internacionalmente, los profesionales no terminan de ponerse de acuerdo. Hay muchas discrepancias. Los profesionales de la salud nos quieren explicar que para que sea un trastorno por videojuegos tienen que darse durante un periodo largo de tiempo una serie de características. Lo que nos tiene que preocupar no es el número de horas, sino si empezamos a ver cambios en la personalidad, en los hábitos saludables. Si está jugando a los videojuegos un número de horas que nos pueden parecer excesivas pero el menor sigue llevando todo bien en el colegio, saca buenas notas, sigue quedando con amigos –ahora menos con el confinamiento–, sigue entrenando su deporte favorito, sigue hablando con la familia, sigue manteniendo una convivencia estable en cuanto a horarios, relación, comidas… entonces no tiene porqué ser problemático. Nos tiene que preocupar, aunque juegue menos horas, si falla en el colegio, se alimenta de otra manera, pierde peso, tiene somnolencia y no duerme bien, está más irascible o no hay convivencia familiar.

El neurocientífico Michel Desmarget asegura que hay evidencias de que el uso abusivo de las pantallas está trastocando el sueño y el rendimiento académico de los chicos y chicas.

Las normas límite deben ser de estricto cumplimiento. Los móviles no se cogen en las horas de las comidas y a partir de cierta hora se tienen que apagar, no se debe cargar el smartphone cerca de la cama para evitar la tentación de las notificaciones. En su habitación no tiene que haber televisores, teléfonos ni ordenadores… todo fomenta un buen descanso. Es importante qué contenidos consumen y cómo lo hacen. Si estás todo el día viendo vídeos en YouTube o haciendo scroll en Instagram, quizá haya que replantear el ocio digital. Hay que fomentar la parte creativa y chula de las tecnologías y que hablen con sus amigos.

¿En el Servicio de Prevención de Adicciones se nota ese abuso de las pantallas?

Más que un uso abusivo de pantallas, lo que sí tenemos son familias con necesidad de reconducir esos tiempos de ocio digital para intentar volver al uso que se hacía antes de la pandemia. En el confinamiento hemos abierto la mano porque los adolescentes y jóvenes no podían salir a la calle. Hay familias que han descontrolado porque las tecnológicas daban contenido gratis, salían apps nuevas continuamente, ha habido un boom de ‘tenemos que entretener a nuestros hijos porque nosotros tenemos que teletrabjar’ y nos ha importado menos que estuviesen más tiempo conectados. Muchas familias, de todos los niveles socioeconómicos, nos han pedido ayuda para bajar un poco el ritmo de horas de consumo de pantallas. También vemos que hay algún problema asociado a trastorno de salud mental, chavales que se refugian en los dispositivos tecnológicos porque tienen un problema previo.

Si hablamos de adicciones parece que las drogas han pasado a un segundo plano y ahora el riesgo está en los juegos de azar y las apuestas deportivas.

Ha aumentado la adicción a juegos de azar y apuestas deportivas porque se está convirtiendo en el nuevo ocio para adolescentes y jóvenes. Las casas de apuestas y el salón de juegos son los sitios donde reunirse los viernes por la tarde o sábados a tomar algo y jugar. Tienen estímulos o gatillos que les enganchan allí muchas horas, les sirven wifi gratis y mientras los hombres están sobre todo con apuestas de fútbol, ellas aprovechan para jugar a la ruleta o el bingo o para estar navegando por internet. La ley dice que solo pueden entrar mayores de 18 años pero sabemos que están entrando menores.

Está subiendo también mucho el juego online. La laxitud en el control de la verificación de la edad es la clave, como mucho les piden una fotografía del DNI, fácilmente falsificable con las herramientas tecnológicas que hay hoy. Cuando en la Universidad Camilo José Cela preguntó a los alumnos, casi el 95 % de ellos confiesa que apuestan o han apostado online. Muchos desde que eran menores de edad y todos pudieron acceder sin trabas.

¿Cuál sería el principal problema de los videojuegos?

No es tanto el número de horas. El problema es lo que hay detrás para que ese menor esté todo el día jugando. A lo mejor el videojuego es la salida que está empleando ese menor para esconder o amplificar una conducta. Imaginemos que está sufriendo ciberacoso pero en el video juego es un crack, un líder, y lo que hace es esconder ese acoso en el colegio. Oculta el acoso pero se reafirma con el videojuego. O alguien que no tiene amigos y busca a desconocidos a través internet, con el riesgo de ser víctima de grooming que supone.

Si tenemos tan claro que hay redes sociales más tóxicas, ¿por qué no elegimos otras?

El problema es que hay un enorme desconocimiento sobre navegadores, software o redes sociales alternativas. ¿Cuánta gente conoce buscadores como DuckDuckGo o Starpage? Son muy pocas porque las grandes tecnológicas hacen mucho marketing. Antes de los problemas con WhatsApp, ¿cuánta gente estaba, por ejemplo, en Signal?

Me parecen peligrosas algunas redes donde están nuestros menores y que los padres desconocen, como ASKfm o similares, donde se fomenta mucho el bullying. En teoría son redes sociales para mayores de 18 años, pero hay chavales de 10 o 12 años. ASKfm se creó para preguntar cosas y que personas, de forma anónima, te contestasen. Si se utilizasen correctamente, estarían muy bien, pero claro, la gente las usa para el realizar ciberacoso.

Por lo que dices, se necesita más educación digital.

Soy realista, a las aulas de padres que he ido para dar una charla de educación digital para familias y menores, aparecían 20 padres en un colegio con 2.000 alumnos. Hay un montón de padres preocupados por estos temas, que necesitan aprender a gestionar, a hablar de redes sociales… Existe la concienciación pero o no tienen tiempo o no ven los riesgos.

Ha sido muy comentado su artículo en The Conversation sobre los ‘kidinfluencers’, los niños utilizados por sus padres como ‘influencers’ para vender más.

Es la misma explotación que la de los niños actores o cantantes de hace décadas. Es lo mismo que siempre se ha dicho que hicieron con Marisol o Joselito. Tampoco entiendo lo que veo en esos programas televisivos de talentos infantiles. Tenemos muy poco sentido común en la protección de los menores, en su derecho al honor, la intimidad o la privacidad. Lo vemos también en los niños influencer, en personas famosas que utilizan a sus propios hijos para beneficiar su e-commerce porque su propio negocio propio no le salió bien.

¿Les pasará factura a esos niños? ¿Cómo les afectará?

En el futuro puede haber denuncias de hijos a padres que no están conforme con la publicación de sus imágenes cuando eran niños. No solo les puede perjudicar en el futuro laboral, también cuando entren al instituto y muchos compañeros hayan podido ver su vida en fotos desde su nacimiento.

Laura Cuesta se levanta y se acuesta con un dispositivo con pantalla ante sus ojos. Sabe que pasa muchas horas pero también reconoce que en este momento es la mejor herramienta de sensibilización ante los fisuras que crean las nuevas tecnologías. Cuando suelta el móvil, coge a ratos tres libros que también tienen que ver con el tema y que recomienda a todos los lectores de Levanta la cabeza: ‘Redes sociales y menores. Guía práctica’ (ed. Anaya), de María Lázaro Ávila; ‘Nuestros hijos en la red’ (ed. Plataforma), de Silvia Barrera; y ‘El enemigo conoce el sistema’ (ed. Debate), de Marta Peirano. Tres buenas apuestas.