Miles de kenianos, jóvenes en su mayoría, han tomado las calles de la capital, Nairobi, y de otras ciudades y pueblos del país en protesta contra la propuesta de subir los impuestos, que según ellos encarecerá el coste de la vida de quienes ya tienen dificultades para llegar a fin de mes.
Las protestas han contado con una importante participación de jóvenes que utilizan los medios digitales para organizarse y expresar su oposición al Gobierno. Muchos de los agitadores pertenecen a la Generación Z, nacidos aproximadamente entre finales de la década de 1990 y principios de la de 2010, y caracterizados por su destreza digital y su conciencia social. Han creado este movimiento orgánico de base que ha utilizado plataformas, como las redes sociales, para movilizarse y coordinar esfuerzos rápidamente.
A través de mi trabajo he documentado hasta qué punto los medios digitales han sido esenciales para la participación política en Kenia en la última década, especialmente entre las comunidades marginadas, como los jóvenes y las mujeres.
En las protestas actuales estamos viendo lo innovadores que pueden ser los activistas a la hora de utilizar los medios digitales. Las herramientas y estrategias digitales empleadas hoy llevan el activismo a un nivel completamente nuevo. Muestran una sofisticación y un alcance difíciles de imaginar, desplegando una serie de estrategias antiguas y nuevas.
Entre las nuevas se encuentra la Inteligencia Artificial (IA), que se ha utilizado para crear imágenes, canciones y vídeos que amplifican los mensajes del movimiento y llegan a un público más amplio.
La IA también se utilizó para ayudar a educar a un público más amplio sobre el proyecto de ley. Los desarrolladores, por ejemplo, crearon modelos GPT especialmente diseñados para responder a preguntas sobre la ley de finanzas.
Se están utilizando plataformas como Tiktok y X para compartir vídeos de personas que explican la ley de finanzas en varios dialectos keniatas.
Hashtags como #OccupyParliament y #RejectFinanceBill2024 han sido tendencia en las redes sociales durante varios días, lo que pone de manifiesto el poder del activismo digital para movilizar apoyos y mantener el impulso de las protestas.
También ha tenido mucho éxito la financiación colectiva a través de plataformas digitales. Esto ha permitido a los simpatizantes enviar dinero para el transporte, permitiendo que más personas se unan a las protestas en el distrito central de negocios de Nairobi.
Otra ha sido el uso del pirateo de sitios web gubernamentales, interrumpiendo los servicios y llamando la atención sobre su causa.
Se filtró información personal, como los números de teléfono de dirigentes políticos, para que los manifestantes pudieran enviarles spam con mensajes SMS y WhatsApp. Esto obligó a la oficina del comisario de protección de datos a emitir un comunicado advirtiéndoles de que dejaran de hacerlo.
Los activistas también crearon un sitio web con un “muro de la vergüenza” que enumera los nombres de los políticos que apoyan la Ley de Finanzas. Esto ayudó a los manifestantes a aumentar la presión sobre los parlamentarios para que cambiaran su postura. Algunos electores están tomando medidas para destituir a sus diputados.
Una bomba de relojería
Estas protestas son orgánicas y los jóvenes están desempeñando un papel fundamental. Llevan mucho tiempo sintiéndose ninguneados y desatendidos por el gobierno. Este sentimiento generalizado de privación de derechos era una bomba de relojería, y finalmente ha estallado en un ferviente activismo.
A diferencia de las protestas anteriores, estas manifestaciones surgieron espontáneamente de las bases. Este cambio subraya una transición significativa en la política keniana. Estamos asistiendo a un cambio de la movilización basada en el origen étnico al activismo basado en cuestiones concretas. La gente no se une por su tribu. Se están uniendo para luchar por cuestiones que afectan a su vida cotidiana, como las políticas económicas, la responsabilidad del gobierno y la justicia social.
Esta nueva forma de activismo refleja la creciente madurez política de los kenianos, que dan prioridad a las preocupaciones comunes frente a las divisiones étnicas. Establece un nuevo precedente para abordar los problemas sociales y políticos del país.
Lo que también ha destacado es cómo el activismo digital ha impulsado las protestas físicas a escala nacional. Los jóvenes han salido de sus pantallas y se han echado a la calle, obligando a los dirigentes a escuchar e incluso a hacer enmiendas a la Ley de Finanzas antes de que fuera aprobada. Esto demuestra cómo los movimientos en las redes pueden traducirse en cambios en el mundo real. Demuestra el poder y la eficacia del activismo digital para dar forma al discurso político.
El activismo digital ofrece una poderosa plataforma para que se oigan voces diversas, catalizando el cambio. Ha permitido una rápida movilización de apoyos, ha acortado distancias entre grupos diversos y ha llamado la atención sobre problemas acuciantes en tiempo real.
¿Existen inconvenientes en este uso del espacio digital?
Durante muchos años, el activismo en los medios digitales ha sido etiquetado como “slacktivism”, un término que se refiere a actividades de mínimo esfuerzo como gustar, compartir o hacer comentarios en las redes, es decir, acciones de escaso impacto en el mundo real.
Sin embargo, los últimos acontecimientos demuestran que los líderes políticos pueden sucumbir a la presión de las redes sociales. Demuestran que incluso pequeños cambios iniciados en internet pueden provocar resultados sustanciales.
Los medios digitales son vulnerables a la censura y las injerencias gubernamentales. Durante las recientes protestas en Kenia, hubo presuntos indicios de ralentización de Internet, lo que se tradujo en retrasos en la descarga de archivos e interrupciones de los servicios en determinadas apps.
A pesar de estos problemas, no se puede subestimar el impacto del activismo digital. Ha revolucionado la forma en que la gente se moviliza, se comunica y aboga por el cambio.
Job Mwaura, Postdoctoral Researcher, Wits Centre for Journalism, University of the Witwatersrand
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.