Laura Cuesta es una de las mayores expertas del país en la relación entre niños, niñas y adolescentes con la tecnología. Después de una larga trayectoria dedicada a la educación y alfabetización digital, lanza su primer libro Crecer con pantallas (Profit Editorial), un trabajo en el que comparte pautas, herramientas y recursos esenciales destinados a ayudar a las familias en el proceso de acompañamiento y educación digital de sus hijos e hijas.

En Crecer con pantallas se percibe un cuidado del lenguaje para su mayor accesibilidad y una intención práctica, que ayude a las familias con sus preguntas y retos más frecuentes. Conversamos con Laura al respecto del libro, sus principales temas y su proceso creativo.

La primera palabra que me ha venido a la cabeza al leer el libro es sensatez. No hay una demonización de la tecnología ni tampoco una idealización. Y se percibe un esfuerzo evidente de proporcionar consejos en todos los ámbitos en los que la tecnología influye en nuestras vidas. ¿Fue premeditado?

Sí, me he podido nutrir de muchos de los libros de un montón de compañeros y compañeras que han escrito hasta ahora sus proyectos. Desde mi experiencia en el servicio de prevención de adicciones de Madrid Salud con familias de diferentes ámbitos, colegios, barrios y nivel social, veía que disponían de libros que estaban bien documentados y que para mí, como profesional, me parecían increíbles. Sin embargo, pensaba: “esto es muy complicado para un padre y una madre que están desbordados por la tecnología. Necesitan algo más sencillo”. A veces les resulta difícil llegar a las guías y recursos gratuitos y los consejos resultan tan técnicos que son elevados. La idea de lanzar el libro en papel tenía sentido porque precisamente la gente que más lo necesitaba era la menos digitalizada. Hay familias que tienen tecnología y móviles, pero no los usan para buscar recursos educativos.

La idea era aportar datos y equilibrarlo con esa parte de consejos un poquito más fácil, crear una lectura accesible para padres y madres con pautas y consejos adaptados a cada tema o fase del crecimiento. Que puedan leer capítulos concretos con recordatorios importantes sobre esa temática, ya sea sobre sobre riesgos, cómo hacer mejor una mediación parental o un acompañamiento, o con las opiniones de la gente fantástica que me ha acompañado en el libro.

Comienza el libro con la frase de B.F. Skinner: “La educación es lo que sobrevive cuando lo aprendido ha sido olvidado”. ¿Cómo trasladamos esta frase al ámbito digital?

Hoy justamente en el evento que he estado moderando sobre el proyecto de Campus TikTok, durante el cierre, hablaba de la importancia que debemos darle al ‘respeto digital’, que no es otra cosa que trasladar los valores del entorno físico al entorno digital. Al final todo redunda en los valores que queremos inculcar a nuestros hijos. Queremos que nuestros hijos sean personas buenas y responsables y, sobre todo, que sean felices. Y para ello tenemos que educar también el entorno digital, una parte fundamental de la educación. Ellos ya no hacen distinción entre el entorno real y digital. Sus límites se han difuminado. Simplemente a veces están conectados y a veces desconectados. Y, por supuesto, es un canal diferente con sus propias características, que hay que aprender. Pero lo que siempre queda es la educación.

En el libro hace un esfuerzo de contextualización del momento en el que estamos y derriba mitos como ese “he llegado demasiado tarde a la tecnología”. ¿Nos autoimponemos inconscientemente barreras para no “pringarnos” con la alfabetización digital de nuestros hijos e hijas?

Por supuesto, te lo confirmo. Educar lleva mucha implicación, tiempo y horas. Y muchas veces las familias no tienen el tiempo suficiente por sus horarios de trabajo, o creen que no están preparados. Entonces es más fácil pensar “esto me supera”, antes que pensar que “esto es un deber”. En el momento en el que estamos dispuestos a abrir a los adolescentes una puerta de una herramienta tan fantástica, pero también tan potente como es la tecnología, tenemos un compromiso detrás. Y conlleva tener conocimientos de tecnología. A veces, encuentro padres que no tienen ni los conceptos mínimos de ciberseguridad en casa. No saben cómo configurar la Wi-Fi, cómo cambiar la contraseña periódicamente o cómo poner un antivirus.

No podemos adelantar cada día más la edad en la que damos los primeros dispositivos, pues sería irresponsable pedir justamente esa responsabilidad que no se puede tener a edades tan tempranas como los seis o siete años. Me parece, además, injusto. Los padres y madres tenemos que formarnos mínimamente para poder educar y supervisar la actividad que están teniendo. Saber exactamente qué aplicaciones van a descargar, qué características tienen, qué contenidos alberga. Por tanto, cabe decir a todos los padres que somos capaces de tener las competencias básicas de tecnología para acompañar a nuestros hijos, pues para ello hay muchísimos recursos y guías que nos ayudan. No se puede delegar toda esta parte de la educación a los centros docentes.

Destaca tres palabras clave: orientación, acompañamiento y supervisión.

Pues mira, orientación porque tenemos que empezar esas conversaciones en casa, desde edades tempranas, aunque no les hayamos dado todavía ningún dispositivo digital. Hay familias que quieren retrasar esa responsabilidad tecnológica y no dan ese primer smartphone hasta los catorce o quince años, como fue mi caso. Pero, aun así, muchos años antes en casa ya hablábamos de tecnología. Hemos normalizado su uso sin demonizarla pero sin evitar hablar de los riesgos. Empezamos enseñándoles vídeos en YouTube o hablando de las noticias que salían en los telediarios, adecuando el lenguaje y los contenidos al contexto a la edad que tuvieran, pero ya hablándoles de lo que era la tecnología y todo lo que podían conseguir con ella, formándolos en el buen uso de las herramientas e informándoles de los posibles riesgos van a encontrar en la red.

A veces le orientas no por un uso problemático, sino por desconocimiento o por el uso abusivo de las horas de pantalla. Al final, cuando tú hablas y hablas y machacas, vas dejando poso. Aunque muchas veces te digan tus hijos “jo, mamá, qué pesada eres, ya estás”. Pues sí, ya estoy. Al final, funciona esta orientación y conversación continua desde edades muy tempranas.

El acompañamiento y la supervisión son las otras acciones clave de la mediación parental. Primero, haremos una supervisión muy cercana y próxima, sobre todo cuando damos la tecnología en primera fase, porque tenemos que asegurar y prevenir los riesgos. Tenemos que entender la palabra controlar no significa espiar, sino simplemente supervisar su actividad digital. Ninguna herramienta de control va a permitir leer los mensajes que escriben a través de los mensajes de los correos o de los mensajes directos. Controlar eso realmente no aporta nada, lo único que haría es romper la confianza familiar entre padres e hijos, e hijos y padres. El concepto es de acompañamiento y de supervisión.

Este fin de semana una amiga me dijo que en la relación con el uso tecnológico “no había conversación que valga”, puesto que ellos son menores. ¿Cómo puedo convencer de que el diálogo es la mejor forma de control parental?

Yo fui madre joven para los tiempos actuales, con veintitrés años. Y eso me ha permitido enfocar. Siempre he dejado claro que yo era la madre y ella era la hija, pero generando una confianza muy grande para que realmente me contara todas las cosas que le preocupaban. En ciertas edades, sobre todo en la adolescencia, la familia desaparece del mapa porque sus referentes son sus iguales y somos los últimos a los que van a acudir. Pero si trabajamos desde edades muy tempranas, cuando algo les pasa, si hay un riesgo real, sí que realmente van a recurrir a nosotros.

¿Por qué es un verdadero peligro cuando las personas y los padres se cierran a esto? Porque por mucho que tú quieras, todo lo que no permitas, todo lo que censures, lo van a hacer por detrás por esa atracción de lo prohibido. Porque eso es lo que yo hice, por ejemplo, en mi casa con padres super estrictos, que no me dejaban hacer absolutamente nada. Esas conversaciones las tenemos que tener, nos gusten más, nos gusten menos o nos cuesten más. Ahora lo estamos hablando muchísimo con el tema de la educación sexual y el tema del acceso a la pornografía. Entiendo que no son conversaciones fáciles de enfocar, pero sí que hay que ir adecuando ciertos discursos para ir preparando a los niños a lo que se van a encontrar en años posteriores. Creo que es un error cerrarse a tener las conversaciones y solo imponer. Porque ya te digo que los roles no se van a confundir: siempre van a entender que los padres son los padres y que los hijos son los hijos. Y que hay unas normas en casa.

¿La hipertecnificación conlleva más riesgos de los que hay en la vida real o siempre han existido a ambos lados?

Ha cambiado la educación. Desde mi ámbito de docente, como familia, como madre, nos es cada vez más difícil educar a los adolescentes porque la capacidad de retención y de atención es mucho menor. Los nuevos contenidos provocan que cada vez les cueste más consumir el contenido que siempre hemos utilizado para formarles. Los jóvenes no leen como antes y hay que buscar nuevas estrategias y métodos educativos. Pero eso no significa que toda la educación la tengamos que hacer en webinars o en vídeo. Es un peligro y un riesgo, pues la capacidad de paciencia se va reduciendo cada día más. El otro día leí un artículo en el que las productoras digitales se estaban dando cuenta de que no estaban llegando a la generación Zeta, así que estaban sacando píldoras de minuto y medio para distribuirlas por TikTok y engancharles con el fin de que conocieran el contenido de las series.

La capacidad de atención de niños y adolescentes se reduce de una manera bestial por la infoxicación y la multicanalidad. Atender a tantos inputs, en tantos canales, a tiempo real y con contenido efímero, conlleva esa pérdida de la concentración. Y luego también, por supuesto, el problema de la desinformación, principalmente a nivel político. Al haberse multiplicado exponencialmente la cantidad de canales, medios y personas consumiendo y publicando información, hace que sea más difícil que tengan esta capacidad de entender si realmente esa información es veraz o no. Es relevante que se entrene en casa una actitud crítica ante todo aquello que van a encontrarse en el entorno digital, ya sea TikTok, WhatsApp, Telegram o a través de cualquier tipo de canal. Tener la capacidad de dudar para discernir si realmente algo es así o les están intentando vender la moto. Es muy importante que los agentes que trabajamos con ellos se lo enseñemos.

Existe esa idea de que los mayores influencers que tienen los jóvenes son sus padres y madres. ¿Pueden competir con esos canales monstruosos y la fama que tienen los grandes influencers?

No se trata de competir. Es normal y saludable que nuestros hijos tengan sus propios referentes, igual que nosotros teníamos los nuestros a su edad. Que les guste quien sea en cada plataforma, youtubers, tiktokers o streamers. Lo que además sería aconsejable es que nos interesáramos por saber quiénes son, qué les gusta y por qué siguen a unos y a otros. Me acuerdo que, cuando mi hijo era bastante pequeño, el que más veía era Auronplay. Y lo veíamos durante la cena. Eso me servía para ir diciéndole lo que sí me gustaba y lo que no me gustaba. Y se lo comentaba a mi hijo. “No me gusta nada, Rodrigo, que de cuatro palabras tres son tacos, no por ser youtuber tienes que hablar así”. Por supuesto que sí, me sentaba con ellos a verlo. Nosotros no podemos competir con la gente a la que escuchan y a la que ven, pero podemos generar un clima de confianza en el que compartamos qué nos gusta y qué no. Así, ellos nos seguirán teniendo presentes como unos buenos referentes y nos permiten ser influenciadores para ayudarles a buscar nuevos referentes más allá del ámbito digital. Es interesante que les hablemos de las personas que nos han emocionado: escritores, músicos o historiadores.

En casa siempre hemos intentado inculcar a mis hijos que valoren el mundo del arte, de la escritura, de la historia, de la literatura o de la música. Lo podemos hacer si nos implicamos en qué les gusta ahora, a quién leen ahora o de quién ven los vídeos y les decimos: “ah pues mira, he visto un tiktoker que habla justamente de esta temática que también te puede gustar”. Así les podemos abrir nuevos intereses e inquietudes más allá del puro entretenimiento. Para eso sí que tenemos que ser influencers. No para competir con todos los que hay, sino para para poder ayudarles a abrirles a nuevas referencias.

Concluye el libro con una serie de visiones de personalidades muy conocidas en el ámbito digital. ¿Cómo organizaste ese apartado y qué te ha aportado?

Sin lugar a dudas es la parte que más enriquece al libro. Porque el libro tiene la información de lo que yo opino, lo que he leído, y las fuentes que he utilizado, pero al final, todos tenemos nuestros sesgos. Pensé en enriquecerlo con personas expertas en diversos ámbitos para que dieran diferentes opiniones y abrir el abanico. Y creo que aporta una visión super interesante y va a ampliar muchísimo el contenido a los lectores. Además, tienen el contacto de esas personas si necesitan ampliar o resolver cualquier. Hay muchos temas: Delia, por ejemplo, trata temas de familia sobre cómo proteger a los menores en el entorno digital o qué pasa cuando los propios padres o madres exponemos a nuestros hijos (el sharenting). O Juan Francisco Navas, uno de los mayores expertos en el tema de los juegos de azar, que preocupa muchísimo a las familias con el aumento en el acceso a las apuestas deportivas y salones de juego. O Javier Gómez, que trata una visión más positiva, creativa y educativa de la tecnología.