Estrella Montolío es Catedrática de Lengua Española de la Universitat de Barcelona y directora de investigación del centro de Estudios del Discurso Académico y Profesional (EDAP). Además de asesorar a empresas e instituciones sobre comunicación, es autora de numerosos artículos presentes en publicaciones nacionales e internacionales y forma parte del Comité de Expertos de Levanta la Cabeza.

En esta entrevista, Montolío habla del uso de redes sociales entre menores y adolescentes, de la hipersexualización de la tecnología, de la evolución del lengua con la mensajería instantánea y de los beneficios de la conversación cara a cara frente al uso abusivo de la tecnología.

Montolío se unió al equipo porque el proyecto aborda un tema relacionado con sus intereses investigadores sobre la transformación comunicativa que han traído consigo las nuevas tecnologías y en qué sentido esa transformación impacta en nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos.

Vivimos un momento de exhibicionismo ¿A qué edad es conveniente el uso de redes como Instagram, tan habitual en los chicos desde los 12 años?

Está fuera de discusión que la protección de la infancia y la adolescencia exige el control de la publicación en las redes sociales de la imagen personal del menor de edad. Una práctica de seguridad mínima es que las cuentas de los menores sean, sin excepción, privadas y solo tengan acceso previo permiso de su administrador. Es decir, las redes sociales como Instagram pueden funcionar de manera controlada y positiva, en la infancia y la adolescencia, de los cero a los dieciocho años, como álbumes, primero familiares y luego de grupos de amigos y compañeros. Cualquier otra modalidad de uso supone una actividad de riesgo para los menores. En este sentido, conviene seguir los principios de la Carta de los Derechos Digitales de los Niños, Niñas y Adolescentes impulsada por la Fundación Anar.

¿Crees que si no se les permite entrar en las redes se sentirán desplazados, unos apestados sociales por sus amigos?

El sentimiento de pertenencia a un grupo, de ser aceptado por los demás, de estar en la onda de lo que se comenta, es un impulso primario, ancestral, al que difícilmente puede sustraerse el ser humano, mucho más cuando su identidad todavía se está configurando. Las redes sociales imponen una nueva prueba a este impulso gregario. Como padres y educadores, sería aconsejable cerciorarnos de que, antes de formar parte de las redes sociales digitales, nuestros hijos se integran en otras redes sociales en el mundo físico, como equipos deportivos o grupos de música o teatro, por ejemplo. No tenemos que impedir, sino fomentar, que nuestros hijos formen parte de grupos o redes sociales -a la postre, lo que nos define como humanos cooperativos-, pero sí velar para que las redes sociales digitales no sean las únicas en las que tengan actividad.

Te hemos escuchado hablar del “espanto por la hipersexualización a la que conducen las redes sociales a las niñas” ¿Es diferente el uso en chicos o chicas?

Sin ánimo de generalizar, en las fotos y selfis de las redes sociales, llama la atención que las niñas, chicas y mujeres aparezcan, con sorprendente frecuencia, auto exhibidas y con poses faciales y corporales hipersexualizadas, en una actitud que se pretende empoderada, pero que está muy lejos del empoderamiento real, pues refleja una desalentadora sumisión a los cánones imperantes de lo que “se espera de una chica guay” y expresa la súplica de gustar a los demás. Esta extremada dependencia actual de la mirada de los otros es, sin duda, más radical y nociva para las niñas y las chicas que para los varones de sus respectivas edades.

¿La tecnología es sexista?

Las grandes multinacionales tecnológicas, hasta allá donde sabemos, no aplican políticas de igualdad en ningún nivel de su actividad. Ni en la revisión ni rectificación de los sesgos sexistas de sus algoritmos, ni en la ergonomía de sus productos, hasta donde yo sé, ninguna empresa tecnológica ha dedicado iniciativas o esfuerzo en aplicar una perspectiva de igualdad en la creación, diseño y producción de sus programas o productos. Sin duda, la tecnología actual es sexista porque en su génesis y en su desarrollo nunca se han aplicado controles de calidad de la igualdad.

Cada vez escuchamos más que a los niños ya se les educa en el buen uso de la tecnología y tienen cierto sentido de la responsabilidad, pero que esa educación no ha llegado a los adolescentes. ¿Hay que pelearse para restringir espacios y tiempos? ¿Cómo podemos pelearnos con ellos y al mismo tiempo ser a ellos a quienes les preguntemos nuestras dudas?

Si los adultos recordamos cómo éramos en la adolescencia y los adolescentes reflexionan cómo quieren ser cuando sean adultos, seguramente podemos encontrar espacios de encuentro y de mutuo respeto personal. Quizá la única tutorización realmente necesaria de los adultos sobre los adolescentes en el terreno de la tecnología sea observar que la relación natural de los adolescentes con la tecnología no se convierta en una relación obsesiva o destructiva. Y para eso hay que plantear límites. Proponer y mantener límites, explicar pacientemente por qué son necesarios y negociarlos a medida que los adolescentes crecen forma parte de la tarea educativa.

Que los chicos sean mucho más hábiles que sus mayores con la tecnología no me parece un problema, sino más bien un aspecto interesante para reforzar la autoimagen adolescente, a menudo en crisis. En un ejercicio sinérgico de ayuda mutua intergeneracional, los adolescentes han de intentar ser más pacientes con la torpeza y falta de familiaridad de los adultos con los dispositivos tecnológicos.

¿Estamos haciendo un uso irreflexivo de las tecnologías de la comunicación?

Creo que la ciudadanía adapta las innovaciones tecnológicas a sus necesidades comunicativas cotidianas, en ocasiones de maneras insospechadas para sus creadores. Aunque hoy en día no solo es posible, sino banal, mantener una videoconferencia -que nos alucinaba en las películas de ciencia ficción de hace solo unos años- su uso no se ha generalizado porque, en estos momentos, parece que las personas preferimos la menor intrusión en nuestras vidas que supone escribir y leer mensajes, controlando cuándo preferimos atender, que ver y escuchar a nuestros interlocutores en tiempo real. En mi opinión, el uso limitado de la tecnología de la videoconferencia es un ejemplo de decisión reflexionada por parte de los usuarios.

Creo que el concepto de “abuso irreflexivo” radica en el tiempo descontrolado de conexión de los usuarios a sus dispositivos. En este sentido, es un abuso que, como sucede en el ámbito de la nutrición, por ejemplo, se relaciona con el diseño deliberadamente adictivo de estos productos tecnológicos, orientados a propósito a la vampirización de la atención y del tiempo de sus usuarios.

¿Crees que las instituciones y gobiernos hacen la vista gorda con los problemas legales y sociales que acarrean las nuevas tecnologías?

Lo cierto es que la mayor parte de los productos tecnológicos que los ciudadanos hemos integrado en nuestra vida cotidiana, como el buscador universal, el sistema de navegación, el correo electrónico, la mensajería instantánea y el almacenamiento en la nube los monopolizan empresas privadas. Habría estado muy bien que esta tecnología de comunicación de uso universal hubiera sido el resultado de proyectos científicos y tecnológicos conjuntos de los gobiernos democráticos mundiales.

Porque ese desarrollo tiene ciertos riesgos...

Los problemas legales, fiscales y sociales que provoca el monopolio privado de la comunicación tecnológica pública en la vida ciudadana del siglo XXI se debe a que los grandes gigantes tecnológicos disfrutan de una política fiscal y legal peculiar, que consiste en prácticamente no existir. El abuso de posición dominante, el espionaje sistemático de la privacidad, la explotación de datos personales -que deberían estar protegidos como un Derecho Humano Digital-, la impune y sistemática evasión de deberes fiscales, forma parte del modelo de negocio de estas grandes tecnológicas cuya limitaciones hasta el momento son poco más que la autorregulación que les plazca aplicarse a sí mismas en materia fiscal y legal.

Diríase que las instituciones y los gobiernos en estos momentos se sienten impotentes, como se ha comprobado con el escándalo de Cambridge Analytica, que ha influido de manera decisiva y sistemática en los últimos procesos electorales en países africanos, europeos y norteamericanos, sin que los órganos de gobernanza mundial hayan podido hacer nada para subsanar el daño causado ni para prever que no vuelva a suceder.

¿Estamos perdiendo lenguaje con la mensajería instantánea?

Como cualquier organismo vivo, el lenguaje evoluciona y se adapta a las nuevas condiciones de comunicación. Algunos “conservacionistas del lenguaje” plantean una foto estática de un momento evolutivo y provisional de la lengua; pero, en realidad, las lenguas solo pueden conservarse y sobrevivir si mutan, cambian y se adaptan a las necesidades cambiantes de la vida comunicativa de sus hablantes.

Si se piensa, advertimos que la mensajería instantánea ha puesto a leer y a escribir de manera cotidiana a la mayor cantidad de seres humanos a la vez en la historia. No parece, pues, que se esté perdiendo el lenguaje, sino que se está ampliando el repertorio comunicativo con nuevos usos y soportes tecnológicos.

Pero a veces nos escondemos detrás de la tecnología, ¿no crees?

Conviene –y mucho—que seamos conscientes de cuáles son los múltiples aspectos de la vida relacional que es mejor tratar en un modo de conversación natural, cara a cara que a través de dispositivos. Por ejemplo, pedir perdón. Contamos con estudios que demuestran que las disculpas expresadas “en directo” tienen efectos más beneficiosos para la relación –sea esta personal o profesional—que las formuladas “a distancia”. Igualmente, el consuelo a un amigo afligido es más terapéutico y refuerza más los lazos de la relación si se realiza cara a cara. Tenemos que mostrar a los más jóvenes las ventajas de la conversación humana, en la que el cuerpo y la voz de nuestros interlocutores nos comunica mucha información sobre su estado de ánimo, del mismo modo que nuestro cuerpo y nuestra voz muestra el nuestro. Hemos de saber calibrar cuándo es más adecuado un tipo de interacción u otra, pues el intercambio de subjetividades, de emociones, es más directo e intenso en las conversaciones no tecnológicas.

¿Podemos hablar de una lengua nueva en la que los emoticonos son tan importantes como las palabras?

La escritura ha evolucionado a lo largo de miles de años, incluyendo siempre algún tipo de sistema visual de ayuda a la potenciación de la expresividad –no hay más que pensar en las prodigiosas miniaturas de las biblias y códices antiguos--, equiparable en cada momento histórico a lo que suponen hoy los emoticonos. En este sentido, podemos entender que los emoticonos son una variante, un desarrollo de los signos expresivos en la escritura.

¿Se usarán los emoticonos dentro de cinco, diez o cincuenta años? Muy probablemente no, porque tal vez hayan sido sustituidos por otras modas infográficas, pero lo que sí podemos aventurar es que seguiremos usando algún tipo de sistema visual expresivo que acompañará a la escritura de una manera auxiliar, y que las palabras seguirán siendo el núcleo que da sentido a la escritura.

¿Cómo ves que los términos que usamos para todo sean en inglés?

Que el inglés sea la lengua de consenso de la tecnología más avanzada es un marcador que evidencia de qué cultura procede la innovación. Es muy loable el esfuerzo por traducir todo el vocabulario tecnológico al español, aunque su adopción por la ciudadanía sea, comprensiblemente, muy limitada. Más fructífero y eficiente sería influir desde el ámbito cultural hispánico en la terminología invirtiendo en formación, investigación, innovación, industria avanzada y emprendeduría. Si esto fuese así, los términos en español entonces llegarían de manera natural y lógica al mundo de la tecnología, no como una traducción, sino como una creación.