Sandra Aza debuta en la escritura con Libelo de Sangre, novela con la que engulle al lector en el Madrid del siglo XVII, concretamente en 1621, cuando al escribano Sebastián Castro y su esposa Margarita son acusados del asesinato de una joven que parece ser parte de un ritual.

Pronto surge en los mentideros un libelo de sangre, acusación falsa contra que culpa a los judíos de sacrificar a menores cristianos para realizar ceremonias de magia negra. Alonso, el hijo mayor del matrimonio, escapa de la Inquisición, que juzgaba estos casos con sus terribles métodos, pero deberá enfrentarse a otros peligros como el frío, el hambre y los retorcidos personajes de los rincones de Madrid.

Asesinatos, rituales y venganzas, entre otros temas, aparecen en este thriller que consigue, forma magistral, retratar una época en la que la fe en Dios encendía corazones, pero los delitos contra ella prendían hogueras.

Como ella misma admite, el lector más que encontrar al Madrid de 1621 "se encontrará en él" porque va a hacer un viaje en el tiempo que le activarán los cinco sentidos: "Verá los colores de Madrid, olerá sus aires, saboreará sus sabores, tocará sus rincones".

Uno de los alicientes de Libelo de Sangre es recorrer las calles que transitaban Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Lope de Vega o Francisco de Quevedo, además de poder conocer más sobre gremios desaparecidos como las lavanderas, los esportilleros, aguadores, pregoneros, predicadores, etc.

Una novela con la que el lector "perderá pie en el presente y se sumergirá en el pasado para reír, llorar y vibrar con los personajes". Unos personajes con los que la autora representa las dos cara de la vida humana.

Tras una carrera como abogada de pleitos, de "toga y tribunal", como admite, a Sandra Aza le intrigó mucho cuánto de historia y cuánto de leyenda había en la Inquisición: "Cuando descubrí que ni se ha contado toda la verdad, ni es verdad todo lo que se ha contado, decidí crear un procedimiento inquisitorial tal cual ocurría, absolutamente riguroso y fidedigno, sin cebar el morbo".

Junto a ello, ha querido rendir homenaje al Madrid de la época, con las dos caras de la ciudad: la de arriba y la de abajo; la de palacios y mansiones y la de calles y chamizos; la corte imperial y la corte del hambre con la que ha querido "pintar el cuadro completo".