Nos hace gracia comprobar lo que ocurre cada minuto del día en internet. Año tras año, el servicio de infografía de la empresa Domo nos muestran en forma de ruleta una realidad asombrosa. Ahora mismo se suben más de 340.000 stories a Instagram cada 60 segundos, 147.000 fotos a Facebook y 500 horas de vídeo a YouTube. Mandamos más de 41 millones de mensajes de WhatsApp y más de 200.000 personas participan en videoconferencias de Zoom. Y todo en un solo minuto.

Puede que nos haga menos gracia saber que cuando vemos un vídeo, subimos una foto, enviamos un correo electrónico, almacenamos un documento en la nube o descargamos una serie estamos consumiendo electricidad y generando una huella ecológica. En la actualidad hay más de 4.000 millones de usuarios con conexión a internet y hay más de 30.000 millones de dispositivos conectados. Todo el tráfico digital que generamos necesita energía.

Ver durante diez minutos un vídeo en el móvil equivale al consumo de tener encendido un horno de 2.000 vatios durante cinco minutos. Según Greenpeace, la huella de todo este tráfico digital es equivalente al 7 % del consumo de electricidad mundial, generando el 2 % de las emisiones globales de CO2. En 2020, tal y como ha calculado la consultora McKensey, el mercado de las tecnologías de la información producirá entre el 3 % y el 4 % de todas las emisiones contaminantes en el mundo. En esta misma línea, la iniciativa Digital Future Society sostiene en su informe 'Tecnologías emergentes: Riesgos y oportunidades en la década del clima' que el impacto ambiental de la tecnología emergente “es asombroso”. El consumo del sector mundial de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), incluidos el entretenimiento y los medios, “se estima entre el 5 % y el 9 % del uso total de la electricidad”.

Todos contaminamos y sin embargo nadie nos ha enseñado que detrás de cada clic en nuestro teclado, de cada búsqueda o visionado de un vídeo existen gigantescas redes de telecomunicación, grandes infraestructuras y centros de datos que necesitan gastar energía para funcionar. Por ejemplo, estos centros consumen agua y electricidad para enfriar los servidores cuando comienzan a sobrecalentarse. Ya en 2010, los centros de datos consumieron el 1,5 % de la electricidad mundial, según el estudio 'Electricidad mundial utilizada en centros de datos', de J. Koomey.

Para realizar una búsqueda en internet o mirar TikTok es fundamental contar con un proveedor de internet que a su vez requiere de antenas, fibra óptica o dispositivos inalámbricos. Todo ello sin contar con la electricidad utilizada para el diseño y fabricación de los aparatos electrónicos. En resumen, las tecnologías de la información usan electricidad en la producción de los dispositivos, en el almacenamiento de datos, en las infraestructuras de red y en los propios dispositivos de consumo.

La impredecible llegada de la pandemia de la COVID-19 ha incrementado todavía más el uso de herramientas tecnológicas. Hemos modificado nuestros hábitos, teletrabajamos, consumimos más producciones de plataformas digitales, compramos más por internet… gastamos más electricidad.

La organización francesa The Shift Project, que tiene como objetivo limitar la dependencia de nuestra economía de los combustibles fósiles, denunció en 2019 que solo el visionado de productos audiovisuales supone más del 80 % del crecimiento del tráfico en internet. Esta misma institución explicó en su estudio 'Lean Ict Towards digital sobriety' (Hacia la sobriedad digital), que los vídeos en línea de contenido pornográfico generaron en 2018 más de 80 millones de toneladas de CO2 y los vídeos bajo demanda de Netflix y Amazon Prime un total de 100 millones de toneladas de estas emisiones.

En este contexto ha comenzado a tener protagonismo el término ‘sobriedad digital’. Adoptar hábitos digitales más sostenibles “se convierte en una necesidad imperiosa, ahora que el 5G ha venido para quedarse, lo que supondrá un inmenso avance en la velocidad de circulación de datos: la autopista se ensancha, pero también habrá mucha más contaminación”, ha asegurado hace unos días María Teresa Pérez Martín, doctora en Derecho por la Universidad de Estrasburgo (Francia) y consultora experta en políticas ambientales. “Actualmente la contaminación digital es invisible, silenciosa y poco conocida (…) un enemigo invisible que se ha vuelto ‘obeso’. La sobriedad digital es pues imperativa y supone crear nuevos productos y servicios que consuman menos recursos”, asegura Pérez Martín en su artículo 'Misión sostenible'.

Las cifras de la contaminación ambiental atribuida al consumo digital no están claras. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre cómo medir la huella de carbono que produce el uso de internet. Por ejemplo, cada búsqueda en Google supone la emisión de entre 0,2 gramos y 7 gramos de dióxido de carbono a la atmósfera. Dependerá de si la fuente es el propio buscador de internet o las organizaciones que luchan contra esta ‘ebriedad’ digital. Estas cifras pueden parecer anecdóticas, pero se tornan inquietantes si calculamos que cada minuto se hacen más de 4 millones de búsquedas en Google.

Investigadores del grupo Alarcos de la Escuela Superior de Informática de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) han analizado este consumo de energía y han comprobado que subir un gif a Facebook consume 110 vatios por segundo y un emoticono a Twitter, 141 vatios.

Esta realidad plantea la necesidad de cambios de hábitos a pequeña escala para así reducir nuestra huella de carbono. No significa que hagamos desaparecer nuestros dispositivos, pero sí que los usemos de otra manera. Lo que genera más gasto energético es ejecutar aplicaciones. Por otro lado, también son importantes medidas más ambiciosas a nivel empresarial.

¿Que puedo hacer yo?

Moderar el consumo de internet. En esta realidad donde los gigantes tecnológicos poseen ingentes cantidades de datos para conocer nuestros gustos y marcar los contenidos que debemos consumir, tenemos que ser capaces de moderar nuestro consumo. No tenemos que ver todo lo que nos ponen delante, todo lo que nos sugieren. ¿Cuántos vídeos ves al día que no te aportan gran cosa? Hay que evitar un consumo indiscriminado de contenidos audiovisuales.

Enviar solo los mails necesarios. Un estudio de la compañía energética OVO de 2019 aseguraba que los británicos envían cada día 64 millones de correos electrónicos innecesarios. Este proveedor de energía renovable creado en 2009 asegura que si cada ciudadano enviase un correo de agradecimiento menos al día, el ahorro en toneladas de carbono al año superaría las 16.000 toneladas. Estos son los mails más innecesarios: Gracias, Que tengas un buen fin de semana, Recibido, Saludos, LOL.

Recargar tus dispositivos solo cuando sea necesario. Las baterías de tu teléfono móvil tienen un máximo de 500 ciclos de carga. Después su rendimiento empieza a disminuir. Los expertos recomiendan mantener la batería entre el 20 % y el 80 % de la carga. Por debajo y por encima de esos porcentajes, la autonomía de la batería se resiente.

Eliminar datos de la nube y actualizar el correo. Todos los archivos que subimos a la nube están almacenados en centros de datos, instalaciones y servidores que necesitan un mantenimiento. Si de vez en cuando borramos archivos que ya no nos valen, aportaremos nuestro granito de arena. Igual que si semanalmente actualizamos nuestras bandejas de correo electrónico llenando la papelera y borrándolos.

Mejor móvil o tableta que ordenador. Encender un ordenador de escritorio para consultar tus mails o ver qué ha pasado en las redes sociales consume más energía que hacerlo a través del smartphone o la tableta. Tenlo en cuenta.

¿Qué pueden hacer las empresas?

Fabricar equipos más eficientes. Desde el propio diseño, los fabricantes de hardware y software deberían tener en cuenta su impacto ambiental. Un ejemplo, desarrollar baterías que duren más con la misma carga.

Limitar las ofertas de tarifas planas. Muchas veces esa tarifa plana no coincide con los volúmenes de consumo de internet. The Shift Project propone que las operadoras ofrezcan suscripciones de bajo costo con acceso a volúmenes de datos limitados que contribuyan a regular el consumo.

Extender la vida útil de los dispositivos. Si nuestros aparatos durasen uno o dos años más, se podría reducir el consumo energético asociado a ese dispositivo en más de un 25 %. Sería beneficioso fomentar su reparación y reutilización para luchar contra la obsolescencia programada.

Ubicar los centros de datos en espacios más fríos. Las empresas tecnológicas pueden mejorar los sistemas de refrigeración de sus centros de datos ubicándolos en espacios más fríos. Estos centros de procesamiento de datos consumen una media de 200 teravatios a la hora por año, equivalente al consumo de electricidad de un país como España. Otra opción que se baraja es que estos centros puedan funcionar con energía renovable.

Levanta la cabeza por un uso responsable de la tecnología