Estudios científicos ya habían confirmado lo que hace poco tiempo desveló un estudio interno de Facebook: Instagram y sus filtros provocan depresión, ansiedad, trastornos alimenticios, pensamientos suicidas… No era nuevo. Incluso hay jóvenes que se operan el rostro usando como referencia una foto suya de Instagram pasada por un filtro.
Una de las grandes paradojas de la sociedad es por qué continua tan enganchada a redes sociales como Instagram si la propia compañía ha reconocido que sus efectos negativos en los usuarios jóvenes son la ansiedad, la depresión y los pensamientos suicidas.
Instagram tiene más de 1.221 millones de usuarios activos en un mes. Esta es una de las redes sociales con mayor crecimiento. Pero sigue haciendo daño a los jóvenes. ¿Es necesaria más educación? ¿Potenciar la autoestima de los menores?
Todos esos datos los reconoció recientemente Facebook, dueño de la red social, a través de un documento secreto que el periódico The Wall Street Journal sacó a la luz. Sin embargo, la realidad es que Mark Zukerberg no necesitaba de un informe interno para ser consciente de esos datos.
La red social mueve ficha
Por este motivo, el pasado 7 de diciembre la red social movió ficha y anunció nuevas funciones y herramientas para aumentar la seguridad de los jóvenes en la aplicación, así como funciones para padres y tutores con los que, por ejemplo, podrán ver cuánto tiempo pasan sus hijos dentro de Instagram y regular el uso de los menores.
Parece una decisión lógica y necesaria, sobre todo después de que una investigación de Tech Trasparency Project (TTP) sacase a la luz cómo, en cuestión de un par de clics, los jóvenes podían burlar los filtros de Instagram y acceder a ofertas de compraventa de drogas como el Xanax o el MDMA, y cómo el algoritmo de la aplicación les sugería cuentas de personas que vendían este tipo de sustancias si habían seguido algún perfil de este tipo.
Estamos más que habituados a ver en esa red social pieles de porcelana y sin la más mínima arruga o mancha facial. Por eso, la Advertising Standards Authority (ASA), organismo de autocontrol publicitario del Reino Unido, dio hace pocos meses la señal de alarma sobre el abuso de los filtros de belleza que usan las y los influencers para anunciar cosméticos.
Esas caras no existen, pero quienes las ven y creen que para llegar a ellas no se han usado filtros en las fotos pueden pensar que sí. Y ahí está el problema. El uso de estos filtros no solo funciona como publicidad engañosa en los productos que se anuncian, sino que abren la puerta de la llamada dismorfia corporal –distorsión de la propia imagen– de un público fundamentalmente joven (de entre 15 y 30 años) y femenino.
La dismorfia corporal es una obsesión, un trastorno de la salud mental que lleva a quien lo sufre a potenciar en su cabeza lo que ve como sus propios defectos corporales y faciales. Por eso, el mayor enemigo de la dismorfia es un filtro, sobre todo si ese filtro se llama Top Model o Holy Natural.
Estudios recientes establecen que los filtros incentivan estos desajustes y los relacionan con trastornos de la conducta alimentaria. Estos son cada vez mayores en una sociedad dominada por los ideales de perfección y belleza distorsionada por patrones estéticos trastocados por la cirugía plástica.
Nada de esto es exagerado. Según The American Journal of Cosmetic Surgery, en la última década ha habido un aumento de los procedimientos de cirugía estética, impulsada por la baja autoestima. La Sociedad Estadounidense de Cirugía Plástica Estética lo confirma asegurando que los propios pacientes llegan a las clínicas con fotos suyas pasadas por un filtro de Instagram para que los cirujanos hagan su magia.
Pero no es solo cosa de EE UU. En España, según datos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica y Reparadora, uno de cada diez pacientes llega a la consulta con una foto suya con filtro que ha recibido una gran cantidad de likes. Para los pacientes no puede haber mayor prueba de aceptación social que esa. Así es como los quieren sus seguidores y en eso deben convertirse.
Este estudio, por ejemplo, exploró cómo la cantidad de tiempo dedicado a usar los medios sociales y la frecuencia de comportamientos específicos en ellos, es decir, los comportamientos que implican la autoprecepción, estaban relacionados con la vigilancia del cuerpo y la vergüenza corporal.
Imagen corporal, vergüenza corporal
Los análisis indicaron que los mayores niveles de uso de los medios sociales predijeron una mayor vergüenza corporal entre los jóvenes, y esto fue mediado por un aumento asociado en la vigilancia del cuerpo.
Casi un tercio de las adolescentes con problemas de imagen corporal dijeron a Facebook que desplazarse por Instagram empeoraba esos problemas, según los documentos analizados por el periódico estadounidense y que proceden de la investigación interna de la compañía de Mark Zuckerberg.
Pero, realmente, no debió sorprender demasiado a sus directivos. Lo único que ocurría es que en este caso se dejaba en evidencia que eran plenamente conscientes de ello desde dentro.
Por eso, recientemente Facebook canceló el lanzamiento de una versión de Instagram para niños. Después de que el pasado mes de julio confirmara que habría un nuevo un formato para menores de 13 años (la edad legal mínima para abrirse un perfil de Instagram son 14), la compañía se ha echado atrás y todo hace pensar que se debe a la información publicada por The Wall Street Journal.
“Un 32 % de chicas dicen que cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram las hace sentir peor”. Ese es uno de los datos más impactantes que aparecen en el informe del que se hace eco el periódico.
El pasado marzo se preguntó a Marc Zuckerberg sobre los niños y la salud mental y su respuesta fue: "El uso de aplicaciones sociales para conectarse con otras personas puede tener beneficios para la salud mental". Está claro que su propia compañía no le da la razón ni tampoco las investigaciones científicas.
Precisamente las jóvenes, dice el informe, “culpan a Instagram de los aumentos en sus tasas de ansiedad y depresión. Esta reacción no fue provocada y fue consistente en todos los grupos". Según el propio estudio, más del 40 % de los usuarios tienen 22 años o menos, lo cual pone de manifiesto que son los más jóvenes los más vulnerables a esta red social.
Círculo vicioso
Instagram es la red del físico y el estilo de vida. Todo brilla en ella, y lo que no es brillante no tiene demasiados seguidores. Cuando más estética sea la imagen, cuanto más artística, más 'me gusta' obtendremos. Y qué decir de esos cuerpos bronceados y musculosos, pasados por decenas de filtros, rostros sin una sola sombra ni arruga que miles de adolescentes creen que son naturales.
La tendencia a compartir solo los mejores momentos y la presión por parecer perfecto pueden llevar a los jóvenes por el camino de desórdenes de todo tipo. Se trata, además, de un círculo vicioso: cuantos más videos de este tipo se consumen, más los recomienda el algoritmo que sugiere publicaciones en la sección de explorar.
Un estudio realizado por la Royal Society of Public Health y la Universidad de Cambridge llevado a cabo en 2019 sugirió que “los jóvenes que pasan más de dos horas al día en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram son más propensos a sufrir problemas de salud mental, sobre todo angustia y síntomas de ansiedad y depresión".
En países como Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, Canadá, Australia o Nueva Zelanda, Instagram ha puesto en marcha la función 'Take a Break' (Tómate un descanso), que avisará a los usuarios del tiempo que lleva haciendo scroll, y les pedirá tomarse un respiro de la red social. Se prevé que llegue a España a principios del año que viene.
La educación es vital para ayudar a los jóvenes a sentirse bien con su propio cuerpo; a darse cuenta de que la perfección de las fotos que aparecen en Instagram por lo general no existe en la vida real, y a que deben salir más de las pantallas para disfrutar de lo que tienen a su alrededor.