Antonio Rodríguez de las Heras está especializado en los impactos del mundo digital en nuestra vida. En esta entrevista reflexiona con optimismo acerca de los cambios que ha supuesto la tecnología para la sociedad.
¿En qué momento de tu vida llegan a ti las nuevas tecnologías? El ordenador, móvil… ¿Cómo cambian tu vida?
En la segunda mitad de la década de 1970 comencé a interesarme por la computación, aunque era profesor de Humanidades en la Universidad. Conseguí una perforadora de tarjetas y llevaba mis cajas de tarjetas perforadas al Centro de Cálculo de la Universidad, a la vez que luchaba con el lenguaje de programación FORTRAN. Al cabo de unos días me entregaban los resultados en largas y anchas tiras de papel. Fui afortunado por esta decisión, pues si bien en ese tiempo parecía que el camino de esta tecnología y el de las Humanidades iban a ser divergentes o, al menos, indiferentes no ha sido así, sino, muy al contrario, convergentes, hasta el punto de trenzarse íntimamente y poder hablar ahora de una cultura digital.
¿Pensabas de forma diferente antes de tener tanta información, de que cualquier dato estuviera a tu alcance? ¿Tu cerebro pensaba diferente o era más imaginativo?
Un entorno rico de información es estimulante. Claro que, si bien la carencia de información seca, el exceso embota la imaginación. Hay que procurar, por tanto, mantener la dosis adecuada para poder metabolizar la información. Naturalmente, esto no solo depende de cada uno de nosotros, sino de la sociedad en que vivimos…, y hoy es una sociedad sobreinformada: el exceso produce disipación, desatención y, en consecuencia, ruido, que es una forma de contaminación. Aún no hemos reaccionado ante esta otra forma de contaminación, y seguimos cargando sin freno el entorno de más y más información, que se degrada en ruido.
¿Qué ocurre con los conceptos “memoria” o “imaginación humana”?
La imaginación se hace en la memoria. La memoria no solo guarda, sino que guarda despiezadas las vivencias, así que como la memoria no es solo registro, sino una inteligente caja de piezas de Lego, las experiencias vividas, aprendidas, se pueden recombinar y obtener composiciones ilimitadas a partir de esas pocas piezas: de este modo trabaja la imaginación sobre una memoria inteligente. De manera que sí, memoria e imaginación son imprescindibles para que nuestro mundo personal se dilate más allá, mucho más allá de lo que una vida, tan reducida en el tiempo, puede experimentar.
“Vivimos en lugares sin espacio, sin distancias.” En nuestra sociedad, y hablo de aquí y ahora, ¿puede alguien vivir de espaldas a la tecnología digital?
Zigmunt Bauman habló con genial acierto de vivir en un mundo líquido. Yo creo que el mundo digital no es líquido, es húmedo. Una densa, envolvente y penetrante humedad de ceros y unos que nos empapa hasta los huesos y reblandece las certezas hasta ahora firmes, las instituciones…, todo: hasta los objetos de cualquier tipo, que eso es “internet de las cosas”.
Somos contradicción. Si intentamos educar a los niños para que no tengan móvil hasta los 14 años, ¿qué hacemos si el colegio ya ha decidido que no haya papel y la enseñanza sea electrónica cuando tiene 10?
Estamos aún desconcertados por la rapidez de los cambios, y nuestros movimientos pueden ser erráticos, nuestras razones contradictorias y nuestras decisiones exageradas. Aunque el móvil es una prótesis, aún no está plenamente incorporada: produce roces que nos molestan, pero por otro lado queremos integrarlo para que sea precisamente eso: una prótesis, una asistencia que no perturbe. Es tan poco el tiempo que lleva con nosotros y tal su potencia que si bien del codo para bajo lo manejamos con destreza, del codo para arriba nuestras neuronas no se han adaptado y alcanzado la habilidad de nuestros dedos, a ese nivel somos por el momento muy torpes.
Los artefactos han ido creando distancia entre los más próximos, a la vez que nos aproximaban a otros seres humanos alejados.
Antes podíamos pasarnos la tarde ante un café discutiendo sobre un autor de un libro, un actor de una película… a todo eso la tecnología ha puesto fin. ¿Tanta comunicación escrita ha apagado la comunicación oral, presencial?
Desde el calor de la primera hoguera, que hacía que no tuviéramos que acurrucarnos junto a otros para pasar la noche, nos hemos ido separando de los otros humanos próximos. Los artefactos han ido creando esta distancia, a la vez que nos aproximaban a otros seres humanos alejados. Este flujo y reflujo hace nuestra historia. Hoy, el mundo en red nos aproxima a humanos hasta ahora irremediablemente perdidos, inalcanzables, en la distancia, pero, a la vez, sus artefactos interfieren en la comunicación próxima, cara a cara, y la disloca. Es una curiosa paradoja. Pero creo que es una perturbación pasajera. La Red ha alterado los lugares y hay que rehacerlos, reinterpretarlos, porque ya estamos todos afectados por este espacio sin lugares, sin distancias y sin demoras que es la Red. Y sí, en una sociedad «pantallizada», curiosamente, comienzan a despuntar nuevas formas muy prometedoras de oralidad, de oralidad digital (es decir, la oralidad favorecida por los nuevos desarrollos tecnológicos). La voz, la palabra hablada, van a encontrar su lugar y creo que con una fuerza de transformación cultural muy importante.
¿Ha cambiado nuestra forma de escritura?
Estamos viviendo el espacio y el tiempo de manera distinta, pues ahora el espacio en red no tiene lugares y, por consiguiente, distancias y el tiempo no tiene momentos (momentos de espera) sino que está hecho de instantes. La escritura es la palabra hablada que se remansa en una página u otro espacio de lectura; por tanto, la estrechez del tiempo va en su contra y limita mucho sus posibilidades, sin que por eso acabe con ella. Desde luego la cultura escrita está en una encrucijada por el nuevo escenario que se ha abierto, y tendrá que encontrar el camino que le lleve a instalarse en este nuevo mundo.
¿Cuál es la clave para escapar de las paparruchas, de las noticias falsas?
Como decía antes, vivimos en un mundo húmedo, empapado de ceros y unos, que lo reblandecen. Así que también se nos desmoronan las certezas y todas las referencias que hasta ahora nos parecían firmes, a la vez que, en sentido contrario, se está creando una masa plástica y rezumante de átomos y bits con la que construir un escenario nuevo. Habrá que esperar. Pero en cuanto a las perturbaciones que con este reblandecimiento sentimos está esa pérdida de confianza en lo que oímos, incluso en lo que vemos (deepfakes), cuando hasta ahora lo que teníamos delante (objetividad) y podíamos ver era garantía de certeza. Estamos por el momento en el centro de la tormenta, es decir, de la confusión. El primer paso para salir es, precisamente, sentir la turbación de la situación. El crear conciencia de lo que nos está ocurriendo es ya la tabla de salvación, pero evitando que las llamadas a tener conciencia vayan acompañadas de mensajes de miedo (del que la sociedad abusa), pues eso genera encogimiento, entrega y dependencia. Hay que cuidar la pérdida de autonomía personal que genera el miedo (lo saben muy bien los poderes, que tanto lo usan), para no ser presa de profetas, gurús, y mesías. Un largo proceso de reconstrucción de la confianza, de creación de nuevas formas de autoridad, de narradores para un mundo que nos desborda, de una educación centrada principalmente en proporcionar autonomía personal.
Nos enfrentamos a actividades obligatorias como la Declaración de Hacienda, el permiso obligatorio de una institución pública para acceder a un parque natural… ambas te exigen la solicitud por internet. ¿Qué solución le damos a personas mayores de 75 años que no han manejado un ordenador en su vida y que sus móviles son simples?
Hay que reconocer que la evolución de la ergonomía para moverse por este entorno digital ha mejorado extraordinariamente durante estos años. Sin embargo, aún hay brechas en la sociedad, unas profundas y anchas, otras capilares. Y brechas que no dependen de las destrezas en manejar artefactos o navegar por una app, sino que son mentales, culturales. Estas últimas están creciendo a medida que el nuevo entorno demanda más comprensión y no solo habilidades. Si antes pensábamos que el problema era la brecha entre nativos digitales y migrantes digitales, ahora nos damos cuenta de que el reto es mucho más profundo y extenso, pues es conseguir una cultura digital, por tanto, no es solo ver este mundo emergente, sino saberlo mirar.
¿Qué esperas conseguir con el movimiento Levanta la Cabeza?
Es una oportunidad, que agradezco, de reunirme con personas que desde distintos ángulos profesionales e intelectuales coincidimos en la importancia del momento en el que estamos y de la necesidad de actuación a favor de organizar la «vida en digital» de la manera que resulte más provechosa individual y colectivamente. Y oportunidad también de disponer del compromiso de unos medios tan potentes de comunicación social como Atresmedia para la difusión de mensajes y propuestas en ese sentido.