La huella del mal es una novela policíaca donde la intensa trama narrativa, marcada por el suspense, esconde en realidad una gran reflexión filosófica acerca de la naturaleza y el origen del ser humano.

El cuerpo de Eva Santos, una misteriosa joven obsesionada por la vida prehistórica, es encontrado sin vida en una excavación arqueológica de Atapuerca, en Burgos. El caso presenta muchas similitudes con el asesinato, hace seis años, de Teresa Yaner, cuyo cadáver apareció misteriosamente en la cueva de El Sidrón, Asturias. Este es el punto de partida de una investigación policial donde confluye la adicción a las drogas, peligrosos fetiches sexuales, enfermedades mentales y complejas relaciones sentimentales.

La trama se desarrolla a la sombra de un ficticio programa organizado por Atapuerca, “Perdidos”, que tendría como propósito permitir a los participantes vivir unos días como neandertales con el objetivo de “recuperar valores del pasado olvidados en nuestra sociedad”. Sin embargo, este proyecto, a priori educativo, adquiere un carácter siniestro, ya que los participantes siempre necesitan más: brutales orgías, rituales caníbales y violencia extrema son algunas de sus demandas.

Los personajes, su personalidad y conocimientos, constituyen el arma empleada por el autor para dotar de riqueza e ingenio a los diálogos. Tanto los inspectores como los sospechosos contribuyen con diversos matices que hacen que no decaiga la tensión narrativa en ningún momento de la novela. La historia de amor entre la hermética inspectora Silvia Guzmán y el ex comisario Daniel Velarde, que vuelve al cuerpo para ayudar en el caso, resucita el clásico conflicto sentimientos y razón presente en la búsqueda de la felicidad.

La ingente lista de sospechosos, variada y estrambótica, convierte al suspense en el hilo conductor de la trama: Adrián, el novio de Eva se muestra reacio a dar detalles a la policía sobre un reciente viaje a Tailandia junto a la víctima; Khaleesi, la mejor amiga de Eva, huye del pueblo al comenzar las investigaciones; Gabriel, el hermano de la víctima, padece un trastorno mental que lo convertía en el juguete sexual de Eva; Galder, un apuesto arqueólogo obsesionado con las costumbres prehistóricas, trabajó en ambas excavaciones justo en el momento en el que se produjeron los asesinatos; por último, Carlos es un Taxidermista que desapareció cuando la policía le culpó del asesinato de Teresa hace seis años. ¿Quién mató a Eva? ¿Y a Teresa? ¿Están los crímenes relacionados? Pero… ¿Cuál es el móvil?

Este intenso relato se encuentra sumergido en una documentada reflexión filosófica a cerca de la naturaleza del ser humano. A través de fascinantes conversaciones, los protagonistas debaten sobre la evolución, no sólo en un sentido anatómico sino con un enfoque moral. Manuel Ríos realiza varios guiños a las grandes teorías filosóficas que existen acerca de la naturaleza del hombre, centrándose en Hobbes y Rousseau. De esta manera, del mismo modo que se considera la violencia como inherente a la condición humana, se subraya que la empatía también estaba presente en las primeras civilizaciones: “Esa misma tribu que cuidaba a los suyos practicaba el canibalismo y devoraba niños”.

Del mismo modo, el autor trata temas más polémicos como el origen de la religión o la evolución del concepto de sexualidad. Manuel Ríos repasa el concepto de religión de los primeros hombres y cómo evolucionó con el paso del tiempo, y surgiere mediante una reflexión de uno de los protagonistas que todo se fundamenta en un miedo a la muerte que continúa muy presente en la sociedad actual.

La sexualidad también juega un papel importante, pues el autor quiere poner de manifiesto que hace 40.000 años ya se concebía el sexo como diversión para ambos géneros y no como un mero instrumento de procreación. “Tenemos mucho que aprender de ellos, pues la sociedad actual todavía considera que la vagina es la ausencia de pene y el varón es la medida de las cosas”, afirma uno de los personajes.

Además de la enrevesada trama y el calado filosófico, numerosas referencias históricas están presentes en esta novela a través de la descripción de los escenarios. Gran parte de la ‘La huella del mal’ se desarrolla en las excavaciones de Atapuerca y El Sidróne, ingeniosamente, el autor distribuye a lo largo del relato información acerca de la historia y los principales hallazgos de estos yacimientos. Sin embargo, para marcar un límite entre la ficción y la realidad, la trama se desarrolla en Niebla, un municipio ficticio que presenta las características típicas de las localidades burgalesas.

Una enrevesada trama policíaca, una profunda reflexión filosófica que cuestiona el origen de nuestra moralidad, e importantes referencias a la época prehistórica se dan cita en esta didáctica novela que promete sorprendernos y obligarnos a reflexionar.

Puedes comprar el libro aquí.