La ganadería extensiva es un modelo que contamina mucho menos que la intensiva, favorece la reducción de las emisiones de carbono y la conservación de los ecosistemas y genera más empleo. Sin embargo, ambos modelos se suelen confundir.

La Política Agraria Común (PAC) no favorece su diferenciación, de manera que ambos modelos se ponen en la misma situación y esto perjudica al modelo extensivo. Así, algunos proyectos como Prodehesa Montado hacen hincapié en esta separación.

La investigadora de este proyecto, Mireia Llorente, afirma que la ganadería extensiva favorece la mitigación del CO2 gracias a su relación con la conservación de ecosistemas que resultan beneficiosos para el medio ambiente.

Así, en el caso de la dehesa (el ecosistema en el que se basa este proyecto), se secuestra menos carbono cuando hay pérdida de arbolado o matorralización a causa de la actividad pastoril. En estas condiciones, la ganadería extensiva secuestra 3,34 toneladas de carbono al año, por lo que la absorción en pastos de alta montaña es casi el triple.

La ganadería extensiva aprovecha los suelos más pobres para la agricultura y los mejora mediante el abono de los excrementos de los animales, a diferencia de lo que ocurre con los ganados intensivos, que generan un problema de residuos.

Por otro lado, este tipo de ganadería genera más empleo al estar más relacionado con el territorio, lo que podría traducirse en una economía rural.

Además, la ganadería extensiva produce menos emisiones que la intensiva. Así, el modelo español, basado en este tipo de ganadería, emite menos gases de efecto invernadero que en toda Europa.

Sin embargo, la escasa diferenciación de precios entre un tipo de ganadería y otra hacen que la extensiva no resulte rentable sin ayudas.