En un mundo lleno de dióxido de carbono, los árboles podrían prosperar si no fuera por los 'bichos' comedores de plantas, revela un nuevo estudio publicado en 'Nature Plants'.

Un gran descubrimiento ya que los modelos de cambio climático, por lo general, no tienen en cuenta los cambios por la actividad de los artrópodos en el ecosistema, según el director de este estudio, Richard Lindroth, profesor de Ecología de la Universidad de Wisconsin-Madison, en Estados Unidos. La investigación sugiere que es hora de añadir los insectos a esos modelos.

El dióxido de carbono, por lo general, hace que las plantas crezcan más rápido y las hace más eficientes en la forma en la que utilizan los nutrientes. Pero la magnitud del daño causado por los insectos que comen hojas analizados casi se duplicó en condiciones elevadas de dióxido de carbono, lo que lleva a una pérdida estimada de 70g de captura de carbono por parte de la biomasa por metro cuadrado por año. 

"Ésta es la primera vez, a esta escala, que los insectos han demostrado comprometer la capacidad de los bosques para capturar dióxido de carbono", subraya Lindroth. Además, conforme aumentó su alimentación, se pasaron más nutrientes del follaje al suelo del bosque en forma de materia fecal de insectos y restos de hojas masticadas, mezclándose en el suelo y probablemente alterando el perfil de nutrientes del bosque. "Los insectos mascan hojas y expulsan los restos en los excrementos, por lo que cambian los tiempos del ciclo de nutrientes, así como la calidad", explica Lindroth.

John Couture,  autor principal del estudio, pasó tres años con su equipo analizando el impacto del aumento del dióxido de carbono por sí solo, altos niveles de ozono (que es altamente tóxico para las plantas) por sí solo y los niveles elevados de ambos gases combinados en el cremiento de álamos y abedules en lo que fue uno de los mayores ecosistemas simulados en el mundo, 'Aspen Free-Air Carbon dioxide and ozone Enrichment' (Aspen FACE), un experimento ubicado cerca de Rhinelander, Wisconsin.

A diferencia de un invernadero o cámara atmosférica, el sitio de FACE (ahora fuera de servicio) era un área experimental masiva al aire libre que permitió a los árboles crecer en condiciones naturales, como el suelo natural, la luz del sol y la lluvia. Las únicas condiciones artificiales fueron las que se realizaban experimentalmente.

El sitio consistía en una docena de grupos de árboles creciendo en parcelas de 30 metros de diámetro, rodeadas por una red de tuberías de PVC diseñadas para evacuar los gases en el medio ambiente que los rodea.

Fueron expuestos a dióxido de carbono y ozono en los niveles previstos para el año 2050, aunque Lindroth dice que el nivel de dióxido de carbono de 560 partes por millón estudiado es probablemente demasiado bajo. 

Los árboles fueron plantados como árboles jóvenes a mediados de la década de 1990 y con el tiempo Couture recogió datos para el estudio desde 2006 hasta 2008, tiempo en el que habían crecido hasta parecerse a cualquier número de las masas forestales alteradas que se encuentran a lo largo de Wisconsin.

Tras la recogida de hojas y excrementos de los animales que se alimentan de ellas, el experto midió la cantidad de área foliar consumida por los insectos en cada parcela y tamizada a través de sus excrementos y los alimentos expulsados por estos animales para evaluar la cantidad de nutrientes que salen de los árboles a través de sus excrementos y para ver la pérdida de la biomasa de los árboles.