Ahora que estamos a punto de pasar a la tan cacareada ‘nueva normalidad’, que la gente se lanza, como si no hubiese un mañana, a las terrazas, puede resultar complicado interactuar en tu propia burbuja social, una manera de relacionarse que disminuye significativamente los contagios por coronavirus. Según una simulación informática, las denominadas burbujas sociales –cada grupo elige al círculo social con el que se relaciona y se mantiene dentro de él– reducen la tasa de contagio un 37 % y disminuye el nivel de un brote hasta un 60 %, según explica el Massachusetts Institute of Technology (MIT).
En algunos países –Nueva Zelanda y Canadá, por ejemplo– se han alentado esas burbujas sociales, que en la práctica significa mantener una relación personal siempre con los mismos pequeños grupos de familiares, vecinos o amigos, para así aliviar la presión psicológica en la cuarentena y durante la desescalada y lograr frenar una nueva propagación de la COVID-19. En lugar de mantener solo contacto con tus convivientes (primera burbuja), las autoridades permitieron extender ese círculo de relación más allá de tu hogar, por ejemplo a unos pocos amigos, algún familiar o la persona que atiende a tu padre anciano (segunda burbuja). En principio, la confianza es el eje de esta especie de contrato entre particulares. Todos confiamos en la exclusividad de esta segunda burbuja. Es decir, solo habrá contacto social entre sus miembros. No podemos pertenecer a varias y cada día quedar con otras burbujas que no tienen que ver con la nuestra. Estas burbujas han disminuido los contagios siempre que hayan estado en el mismo municipio.
En Bélgica se decidió que cada familia pudiese recibir en su hogar a otras cuatro personas siempre que fuesen los mismos y se respetasen las distancias de seguridad, una distancia social fijada entre 1,5 y 2 metros, pero algunos científicos ven corta.
Los investigadores de la Universidad de Oxford y del Centro Leverhulme para la Ciencia Demográfica del Reino Unido realizaron simulaciones informáticas con distintas estrategias de distanciamiento social. Valoraron las posibilidades de contagio de personas que solo se juntaban con otras que tenían algo en común (edad, familia o que vivían en el mismo barrio), de aquellas que se relacionaban con grupos cerrados de amigos y de las que crearon las burbujas sociales. El programa de simulación concluyó que éstas últimas disminuían en un 30 % el número de personas infectadas.
Tal y como explica la revista editada por el MIT, estas burbujas, también conocidas como 'cuarenteams', “funcionan bien porque se basan en una elección deliberada sobre quién interactuaremos y con quién no, en vez de depender de los vínculos sociales o geográficos menos voluntarios y que se rompen fácilmente”.