Muchos coinciden en que las librerías son las boticas del alma, allá se encuentran remedios para casi todo. Otros creen que las salas de cine son una sala de curas milagrosas proyectadas sobre una pantalla. Están los que piensan que la Naturaleza es la magia en estado puro que borra todos los males. En Levanta la cabeza hemos encontrado un medicamento que a la vez es desintoxicante digital individual y alimento nutritivo para nuestras relaciones: la conversación, la buena conversación.

Estrella Montolío, catedrática de Lengua Española de la Universitat de Barcelona y miembro del Comité de expertos de Levanta la cabeza, difundió en pleno confinamiento un sencillo juego para que los convivientes se reservasen un ratito cada día para conversar, para mejorar su salud emocional, que es en realidad lo que provoca un buen intercambio de palabras y gestos. Montolío, autora de 'Cosas que pasan cuando conversamos' (ed. Ariel), estableció cinco fases:

Fase 1. Nos reunimos todos los que compartimos un hogar en torno a una actividad. La cena, por ejemplo. Todos nos podemos ver las caras.

Fase 2. Fuera dispositivos móviles y esto no significa ponerlos boca abajo o en silencio. En la mesa no habrá ni smartphone ni tabletas. Montolío asegura que la sola presencia de un móvil sobre la mesa modifica la calidad de la conversación porque sin quererlo estamos atentos a ver si recibimos un mensaje o a consultar una red social. De la televisión ni hablamos.

Fase 3. La participación es esencial. Podemos ser más retraídos o extrovertidos pero lo esencial es que todos conversemos con serenidad. Hablar del día que hemos pasado, de lo que nos ha enfadado o nos ha divertido, puede ser un tema socorrido para romper el hielo.

Fase 4. No estamos de fiesta ni somos los protagonistas. Tenemos que saber escuchar, no interrumpir. Respetar los turnos es importante y encima lo aprenderán los más pequeños.

Fase 5. Guarda tus ideas para aportarlas a la conversación. Escucha, mantén el turno y cuando te toque, habla. Si corres el peligro de olvidarte de lo que quieres decir, apunta una palabra clave o coloca algo en la mesa a modo de recordatorio.

Este sería un resumen del juego propuesto por Montolío, quien pasado el confinamiento propone mantener la disciplina conversacional. “No podemos prescindir de una conversación auténtica. Existen pruebas científicas de que cuando dos o más personas profundizan en una conversación, los cerebros se sincronizan, también los cuerpos, los gestos… Se produce un efecto de resonancia, de liberación de hormonas que nos hace estar más felices, agradecidos y satisfechos”. Esta asesora en comunicación, que acaba de publicar junto a Mario Tascón 'El derecho a entender' (edit. Catarata), explica que lo primero que tenemos que hacer es aprender a percibir qué es una buena conversación y quiénes son los buenos conversadores.

¿Cómo detectar cuando una conversación es tóxica? Estrella lo tiene muy claro. “Cuando compartes una alegría y la persona con la que conversas desvía rápidamente el tema; cuando alguien ejerce el poder en una conversación de una forma autoritaria y desagradable, cuando alguien impone los temas o pregunta cosas inadecuadas… Tenemos que ser más conscientes de la importancia que tienen las conversaciones para nuestro estado psíquico. Si empezamos a sentirnos mal y con desazón, estamos ante una conversación tóxica”. Esto no quiere decir que se deban evitar las conversaciones estresantes. Durante la emergencia sanitaria, en todos los hogares del mundo confinado se han vivido conversaciones que podían agobiar y también estimulantes. Todas son importantes para el estado emocional. “También necesitamos conversaciones donde haya preocupación y angustia. No hay que rehuir los temas negativos, hay que invitar a esa conversación a las personas que puedan estar frustradas o tristes. Expresar los sentimientos ayuda a liberar cargas, narrar una mala experiencia en voz alta es un principio terapéutico para llegar a la curación. Puede ser muy armonizador”, explica Estrella Montolío.

Ahora que estamos obligados a relacionarnos e interactuar con mascarilla y que hemos pasado del confinamiento a la ‘nueva normalidad’, los ojos y la mirada se convierten en elementos importantes de una conversación. “Mirarse al hablar sirve para mantener la atención, implica estar en la conversación sin interrumpir a los demás. Mirar es un indicador de atención y el tiempo de esa mirada varía según las culturas. Los nórdicos mantienen la mirada menos tiempo, la bajan, vuelven a mirar y otra vez la bajan. Ellos interpretan que mantener demasiado tiempo la mirada puede ser un tipo de invasión de la intimidad. Aquí somos de otra manera”.