Llevamos años presenciando un cambio en nuestra forma de relacionarnos con la tecnología. La pila de apuntes en papel se ha convertido en varios archivos .pdf, los álbumes de fotos en amplias carpetas de imágenes en el teléfono móvil, las búsquedas en enciclopedia en unas a golpe de clic, y las interacciones presenciales en otras a través de Instagram o Tinder. En un mundo en el que lo analógico ha dado paso a lo digital, ¿es lo virtual más sostenible?

Al parecer, no. Según un estudio publicado en 2019por investigadores de la Universidad de Amherst (Massachusetts, Estados Unidos), entrenar un sistema de inteligencia artificial para que sea capaz de aprender el lenguaje de los humanos tiene un coste para el medioambiente cinco veces mayor de lo que contamina un automóvil durante toda su vida útil.

“Se estima que una consulta de ChatGPT consume entre 0.001 y 0.01 kWh, mientras que una consulta en Google consume de media 0.0003 kWh. Por lo que, incluso en el valor mínimo del rango, ChatGPT consume 3 veces más que una consulta en Google. Imaginemos ese sobreconsumo extrapolado a los más de 100 millones de personas que ya usaban diariamente ChatGPT en enero de este año”, reflexiona José Andrés López de Fez, miembro del Comité de Sociedad Digital del Instituto de Ingeniería de España e ingeniero industrial.

Lo mismo sucede con otro tipo de herramientas, como los hardwares punteros o el bitcoin. El informe Clicking Clean, de Greenpeace, ya señalaba en 2017 que la huella energética del sector de las tecnologías de la información equivale ya a un consumo de aproximadamente el 7% de la electricidad mundial.

Además, el estudio Assessing ICT global emissions footprint: Trends to 2040 & recommendationsconcluyó que todo lo relacionado con el mundo digital había sido responsable del 1,4% de las emisiones de CO2 en 2016, alcanzando el 14% en 2040 si no se implantaban medidas. Por su parte, el Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index, elaborado por la Universidad de Cambridge, recogía que, en 2022, las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero derivadas del bitcoin fueron similares a las de países como Nepal y la República Centroafricana.

La huella medioambiental derivada de la presencia digital

“Aunque la generalidad de la población ha asimilado ya el impacto contaminante de productos físicos como el motor de combustión o los plásticos, cuesta mucho más percibir la huella medioambiental asociada a productos y servicios inmateriales. No se ve, como sí se ve el humo de los camiones o los plásticos en los ríos y las playas”, explica José Andrés López de Fez. A pesar de que todo lo que alberga internet es etéreo e inmaterial, el uso de la IA o las plataformas en la red requiere de infraestructuras informáticas y dispositivos físicos que consumen energía, recursos minerales y agua.

En este sentido, López de Fez citaun informe conjunto de las Universidades Colorado Riverside y Texas Arlington donde se revela que las compañías tecnológicas están usando una gran cantidad de agua dulce para enfriar los servidores dedicados a alimentar los diferentes productos y sistemas de la inteligencia artificial. Según este estudio, Google consumió, en 2021, 12.700 millones de litros de agua dulce en los procesos de refrigeración de sus equipos informáticos.

“Todas las tecnologías eran extremadamente ineficientes al principio y fueron mejorando con los años”, afirma el ingeniero industrial. Lo ejemplifica con el ENIAC, uno de los primeros ordenadores de la historia. El dispositivo pesaba 30 toneladas y consumía 174 kW de potencia. Fueron los avances de las empresas tecnológicas de la época los que permitieron progresar hasta la utilización del teléfono móvil de hoy en día, capaz de hacer mucho más que el ENIAC de entonces.

Transformar la huella medioambiental en una más sostenible

Algunas áreas donde las tecnologías digitales pueden tener un impacto medioambiental significativo son los centros de datos, que, según López de Fez, podrían representar hasta el 3% del consumo global de electricidad para 2025; las redes físicas de cable y fibra óptica; las torres de telefonía móvil y los satélites para las comunicaciones inalámbricas; los software y servicios en la nube; los dispositivos de usuarios y la IA.

“Precisamente porque lo digital sigue requiriendo de una parte física, es inevitable que la tecnología tenga una huella en el medioambiente”, reflexiona Paloma Herranz, Digital Transformation and Business Development director de IPM. Según Herranz, el hecho de que sea inevitable no quiere decir que se deba ignorar. “Desde hace tiempo, las empresas del sector IT tratamos de implementar mejoras y estudiar toda posibilidad de optimización para que, precisamente, la tecnología consuma menos (o requiera de menos energía y recursos) y para que sea habilitadora de la sostenibilidad”, explica.

La especialista reconoce que la tecnología ya no es un mero complemento o recurso, sino una parte indispensable de nuestra vida en la actualidad. Por eso, argumenta que su renovación y optimización es un elemento diferenciador y necesario para las organizaciones. Tanto es así que, de acuerdo con datos compartidos por la propia Herranz, más del 45% de los directivos invierte en soluciones tecnológicas con el fin de crecer en sostenibilidad.

De esta manera, ya son muchas las compañías que implementan medidas cuando se trata de abordar el impacto medioambiental. Entre las posibles soluciones, López de Fez cita la adopción de energías renovables para alimentar los centros de datos, la investigación en eficiencia energética de la IA –en el uso de modelos y técnicas de entrenamiento más eficientes–, la mejora en la eficiencia energética de los servidores y los chips, y la implementación de programas de reciclaje de productos electrónicos. Así, el miembro del Comité de Sociedad Digital del Instituto de Ingeniería de España concluye: “Se necesita una acción coordinada de las administraciones públicas, las empresas y los consumidores para abordar estos problemas de manera efectiva”.