Conseguimos una piel perfecta, labios carnosos, cejas peinadas, ojos grandes y pestañas largas… todo en solo un clic. Tenemos presión social por transformarnos en la mejor versión de nosotros mismos. Debemos vernos bien físicamente para ser felices. Hasta hace no mucho se pensaba que nuestra predilección por determinados cánones estéticos era algo que variaba dependiendo de nuestra cultura. La ciencia llegó a demostrar que la biología tiene mucho que ver en si algo es bonito o no. Las redes sociales y la facilidad en la modificación de la imagen digital, unido a los cánones de belleza poco realistas que nos rodean, está incidiendo en el aumento de la dismorfia corporal. Empezamos a tener una disociación de nuestra imagen real y la digital.
Según la Anxiety and Depression Association of America (ADAA), una de cada 50 personas en Estados Unidos tiene el Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). Puede afectar tanto a hombres como a mujeres por igual, y hasta el momento, no se ha identificado una causa exacta, pero ya hay estudios que lo relacionan cada vez más con el uso de redes sociales. Los filtros que se han incorporado a estas redes permiten modificar nuestras “imperfecciones” y la presión aumenta para encajar con el modelo de belleza preestablecido.
En la mayor parte de los casos, este trastorno dismórfico se desarrolla durante los años de la adolescencia, un periodo de la vida donde la aceptación por parte del entorno cobra gran protagonismo y donde los filtros arrasan. Las personas con TDC están hiperconcentradas en la percepción de defectos, sobre todo en las zonas del cabello, piel, nariz, pecho, ojos y labios. Suelen preocuparse por la simetría, la forma e incluso el tamaño.
Del aislamiento a problemas de salud mental
Ante este problema, ocho personas con perfiles relacionados con las artes, la psicología y humanidades, y los ámbitos digital y empresarial se han juntado para dar forma a Dis-like, un proyecto que quiere visibilizar la dismorfia, un trastorno que empieza con un simple selfie y puede acabar traduciéndose en aislamiento social, en dificultad para avanzar en los estudios, en acudir a la cirugía como solución o, en los casos más extremos, en problemas de salud mental.
“Este proyecto nació en octubre de 2020, en plena pandemia, pero consiguió ver la luz gracias a nuestros co-financiadores con sus donaciones (junto con las de la Diputación de Guipuzkoa) el 11 de noviembre de 2020. Para nosotros, fue detonante ver muchas personas de nuestro entorno afectadas, de alguna forma, por el lado más cruel y oscuro de las redes sociales. Trastornos alimenticios, obsesiones con defectos inexistentes, cambios de actitud en cuanto a la socialización… Todo en edades muy diferentes y entornos completamente opuestos: cine, moda, educación…”, explica a Levanta la cabeza Verónica Vieites, directora de comunicación Dis-like.
Con Dis-like quieren generar transformación social a través del teatro y la realidad virtual (RV). En una primera fase del proyecto, que tiene como madrina a la actriz Marta Etura, el colectivo Dis-like trabaja únicamente con la metodología del Teatro Foro, una modalidad teatral basada en la participación y creada en Brasil en los años setenta que toca temas que afectan a la comunidad. Se trata de pequeñas obras en las que se proponen preguntas al público. La idea no es resolver el problema que se plasma en el escenario, sino identificar situaciones críticas y buscar en conjunto posibles estrategias para encontrar alternativas a esa realidad. En este caso, serán siempre los adolescentes los que propongan distintos finales y distintas soluciones para afrontar los problemas que surgen a raíz de las redes sociales.
En la obra teatral se plantea desde el principio que no existen apreciaciones buenas ni malas. Tras hacer la representación, se abre paso a un foro donde los que eran espectadores puedan pasar a ser miembros de la obra. De forma voluntaria, el espectador se puede ver identificado con un personaje de la obra y puede crear una escena distinta a la original. El objetivo principal es intentar cambiar el desenlace fatal probando distintas maneras de actuar. No se trata de encontrar una solución mágica, lo que quieren es pasar de las palabras y la opinión a la acción. “Todavía no hemos hecho una representación. La actriz Alessia Cartoni, miembro del equipo, acaba de terminar la primera versión de la dramaturgia. Es un proceso que necesita investigación, creación y ensayo para que sea efectivo y pedagógico”, señala Verónica.
Esta propuesta promueve la iniciativa individual y estimula la creatividad transformadora del grupo. Es un teatro que apela a la experiencia colectiva. “Queremos crear un espacio de libertad donde la población joven pueda conectar profundamente con su experiencia, sabiduría, recuerdos, emociones e imaginación para inventar otro posible futuro, en lugar de sentarse a esperarlo de brazos cruzados”.
Realidad virtual como herramienta
En la segunda fase, Dis-like aprovechará la RV. “Queremos que la realidad virtual permita poner a los jóvenes literalmente en el centro de la acción. Gracias a la RV experimentan en primera persona aquello que queremos mostrarles con realismo, de manera activa y utilizando herramientas que conoces y que les parecen atractivas. Usar la misma tecnología que a priori está causando este mal, nos pareció una idea disruptiva y el mejor ejemplo de que una misma herramienta puede tanto hacer el bien como el mal”.
Dis-like pretende dar a conocer la dismorfia y la disociación entre la imagen digital que conseguimos con todo tipo de filtros y la imagen real, además de dotar a la comunidad educativa de herramientas necesarias para detectar y prevenir trastornos derivados del uso de redes sociales. Además, también quieren utilizar el arte como motor de transformación social y tener un puente entre la generación nativa digital y sus familias. “La respuesta de la gente está siendo muy honesta. Nos escriben, mayoritariamente por Instagram, y nos cuentan sus casos, nos dan las gracias, o se sienten identificados y se dan cuenta, por primera vez, de que efectivamente algo hay que no les sienta del todo bien en su día a día con las redes sociales. Y creemos que eso es maravilloso”.
Fueron tales las ganas de cambiar esta realidad existente que crearon una asociación cultural sin ánimo de lucro llamada Ojos de Cambio, que tiene al arte como motor de cambio. “Trabajamos con el arte como herramienta de transformación social”, detalla Vieites. Ya en octubre de 2020 hicieron un pequeño experimento social en unas jornadas en Madrid. Les dieron un móvil a unas cuantas personas con una aplicación que les permitía modificar el rostro a su gusto, sin límites. “La idea surgió mientras hacíamos la planificación del contenido de divulgación para redes sociales. Habíamos agendado unas entrevistas con perfiles muy diversos y nos pareció interesante hacerles esa ‘encerrona’ y grabarles las reacciones. El resultado nos sorprendió para bien, porque sin trampa ni cartón se vio perfectamente cómo adultos con un criterio, experiencia y juicio crítico se vieron afectados por ese ‘juego inocente’ con su imagen”, detalla Verónica.