Gabriela cambia la textura y el color de su piel con el filtro GrainA4. Lara se afila los pómulos y engorda los labios con Holy Natural. Y Raquel se pone unos cuernos y estira los ojos con BBYDemon. Las tres están a punto de acabar el Bachillerato y las tres comenzaron a utilizar filtros en Snapchat cuando cumplieron los 14 años. Fue la red social nacida en 2011 en EE. UU. la primera en crear filtros predeterminados para que usuarios compartiesen sus fotos retocadas. Hasta ese momento, solo las estrellas de la moda, el cine y la música lo tenían fácil para quitarse una marca de la piel, una estría o cambiarse el color de su mirada. El photoshop mandaba en las producciones para revistas de papel y digitales. Con la llegada de los filtros, el retoque se democratizó. Y se convirtió en una tarea sencilla.

Que sea una buena noticia es otra cosa. La mayoría de usuarios adolescentes y jóvenes han crecido con la cultura del selfie incrustada en su cerebro. Cuando se miran en la pantalla de su smartphone preparan el rostro para mostrar su mejor gesto, ensayan la pose antes de hacer el autorretrato, prueban efectos y aplican filtros de edición de fotos antes de compartir la imagen. Una inteligencia artificial modificará lo que ven en su teléfono. Gabriela, Lara y Raquel lo tienen claro: “Me pongo un flitro si tengo un mal día y se refleja en la cara”, “Me lo pongo para echar unas risas con mis amigas”, “Me gusta jugar, ponerme nariz de gato un día o pecas”.

Como decía recientemente Tate Ryan Mosley, reportera de tecnología en la revista del MIT (el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en sus siglas en inglés), “los filtros faciales que se han vuelto comunes en las redes sociales son quizás el uso más extendido de la realidad aumentada. Los investigadores aún no comprenden el impacto que puede tener el uso sostenido de la realidad aumentada, pero saben que existen riesgos reales, y con los filtros faciales, las niñas son las que corren ese riesgo. Son sujetos de un experimento que mostrará cómo la tecnología cambia la forma en que formamos nuestras identidades, nos representamos a nosotros mismos y nos relacionamos con los demás. Y esto está sucediendo sin mucha supervisión”.

Personajes famosos

Gabriela lo resume muy bien, ni una de sus fotos subidas a redes sociales muestra de forma natural cómo es: “Uso filtros todos los días, con Borboleta me pongo la foto en blanco y negro con maripositas; con BBYDemon me agrando los labios. Veo un filtro en una foto que me gusta, coge el nombre, doy clic, lo pruebo y luego decido si me guardo ese filtro y se lo envío a una amiga”.

Aquí es donde entran en juego los personajes famosos. Por ejemplo, las seguidoras de Kylie Jenner, la famosa influencer, modelo y empresaria de EE. UU., se fijan en los filtros que utiliza y los incorporan a su teléfono.

La mayoría de estas herramientas de retoque utiliza técnicas de visión artificial para analizar al detalle y comprender una imagen del mundo real. Por ejemplo, tu rostro. Una computadora detecta una cara y superpone una malla facial invisible a la que se pueden añadir orejas de perro, bigotes de gato, cuernos o quitarte los granos. Técnicas de realidad aumentada y retoque que triunfan en Snapchat, Instagram o TikTok.

Echar una risas o embellecer

En el reportaje de Tate Ryan Mosley habla la maquilladora y fotógrafa Caroline Rocha, a la que los filtros le sirvieron de mucho en un momento vital difícil. Tras ver como fallecía alguien muy querido y ella misma sufría un derrame cerebral, los filtros de Instagram fueron su consuelo. Los probó pero también investigó sobre ellos, conoció a creadores de realidad aumentada para estética y belleza. Y se divirtió mucho. Hoy, su opinión ha cambiado, ha comprobado que los filtros de belleza han ganado la batalla a los filtros artísticos de efectos para divertirse. “Muchas mujeres no quieren ser vistas sin estos filtros, porque en su mente piensan que se ven así. Todo se ha vuelto un poco enfermo”, explica Rocha.

No hace mucho, los filtros se aplicaban para echar una risas, hoy los filtros son herramientas de embellecimiento.

Y luego está el tema de cómo afecta a la privacidad del usuario, en su mayoría adolescentes y jóvenes. Echando un rápido vistazo a las principales aplicaciones de retoque y edición de fotos nos fijamos en el número de rastreadores y de permisos que solicitan. Como ya os contamos hace unas pocas semanas, es importante conocer la letra pequeña de las apps que te descargas. Todas utilizan rastreadores que reúnen información privada del usuario. Y todas solicitan derecho para poder acceder a tu cámara, micrófono, contactos, archivos o ubicación.

Rastreadores, permisos y 'fleeceware'

Hemos acudido a la plataforma francesa Exodus para conocer los rastreadores y permisos de las principales aplicaciones de edición de fotos. Por ejemplo, Facetune tiene 21 rastreadores y 16 permisos de acceso; la versión 1.5.2 de Beauty Camera utiliza 11 rastreadores y 66 permisos; Beauty Plus, 16 y 30; Retrica, 8 y 31; y YouCam Perfect, 9 rastreadores y 21 permisos.

Para más inri, la semana pasada se publicó un listado de aplicaciones que camuflan abultadas cuotas semanales, mensuales o anuales bajo el periodo de prueba. Es lo que se conoce como fleeceware. Pues bien, las aplicaciones que más abusan cobrando la cuota una vez pasado el tiempo gratuito de uso y que luego cuesta muchísimo desinstalar son las que tienen que ver con la edición de imágenes y los paquetes de filtros fotográficos.

Según Avast, firma experta en seguridad digital y privacidad, más de 200 aplicaciones utilizan estas técnicas cuasi fraudulentas. “Suman más de mil millones de descargas y han logrado recaudar más de 400 millones de dólares”, explican desde Avast. La mayoría son publicitadas en redes sociales como Instagram, TikTok o Facebook.