Lincoln (Nebraska), 1957. Se acercaba un crudo invierno, con sus fuertes nevadas, y la doctora Reba Benschoter, asesora de salud mental, no sabía cómo iba a aclarar las dudas a los médicos del hospital de Norfolk, situado unas dos horas en coche de su casa. Lo resolvió mediante la novedosa técnica de la videoconferencia, a través de un circuito cerrado de televisión.

En aquellos años también se utilizaba el teléfono para apoyar a las personas con ideas suicidas. Así que puede decirse que el uso de tecnologías en este ámbito de la salud tiene una larga historia.

Del primer chatbot a los tratamientos autoguiados

Más tarde, en 1966, el científico germano-estadounidense Joseph Weisembaum desarrolla ELIZA, uno de los primeros chatbots (programas informáticos capaces de mantener una conversación). ELIZA podía resumir la pregunta y contestar al interlocutor. Este tipo de respuesta era muy similar a la que propuso Carl Rogers (1902-1987), pionero de la psicología humanista y conocido por desarrollar la llamada terapia centrada en el cliente.

Otro importante avance tuvo lugar en 1972, cuando se informatizaron los test psicológicos. Es decir, hace más de 50 años ya disponíamos de herramientas tecnológicas en el terreno de la salud mental.

Más tarde, en los años 90 del siglo pasado, algunos estudios empezaron a reflejar la satisfacción de los pacientes de salud mental con la teleatención. Pero los profesionales se sentían incómodos y torpes usando esas tecnologías.

En aquella época también se desarrollaron tratamientos autoguiados. Gracias a ellos, la persona puede conducir por sí misma una intervención para manejar su ansiedad o estimular sus capacidades cognitivas, como si se valiera de un libro de autoayuda. La novedad era que se hacía con un ordenador. Y más importante: estos tratamientos no solo eran satisfactorios, sino que comenzaban a demostrar su efectividad.

… Y llegó la pandemia

A partir del cambio de siglo, los desarrollos tecnológicos avanzan de forma vertiginosa, pero la telesalud mental los adopta lenta y discretamente. En los congresos y publicaciones que se dedican al tema no todo el mundo participa, y quienes abordan este tipo de investigaciones son criticados por volcarse hacia la tecnología. Una reacción parecida ocurrió cuando se inventó el telar industrial a principios del siglo XIX.

Hasta que, en diciembre de 2019, se registran en Wuhan (China) los primeros casos de una extraña infección causada por un coronavirus.

Al llegar la pandemia de covid, el uso de la telesalud mental era testimonial en la mayoría de los países. Solo se salvaban aquellos que, por su gran superficie y baja densidad poblacional, habían desarrollado modelos de telemedicina.

Literalmente de un día para otro, todo lo que se hacía cara a cara debió llevarse a cabo con mediación de tecnologías y a distancia. Nadie estaba preparado, a pesar que Reba Benschoter y tantos otros habían señalado durante décadas que las tecnologías eran una oportunidad.

Durante la pandemia, alrededor del 90 % del trabajo en salud mental se desarrolló utilizando tecnologías y sin contacto presencial. Las plataformas de videoconferencia tuvieron que adaptarse a las necesarias normas de confidencialidad y encriptado. Pero el medio que más se utilizó fue el teléfono, tal como se hacía hace más de 60 años para prevenir el suicido.

Actualmente, el uso de tecnologías de forma habitual para proveer servicios de salud mental es solo algo mayor que en 2019. La pandemia nos obligó a distanciarnos para cuidar nuestra salud mental y, una vez superada, poco aprendimos.

Aplicaciones por prescripción facultativa

¿Sirven las tecnologías en salud mental? La respuesta es corta y clara: sí. Por ejemplo, los estudios señalan que las intervenciones tecnológicamente mediadas tienen efectos similares a las que se realizan cara a cara en trastornos de ansiedad y depresión moderadas. Países como Alemania, Inglaterra o Brasil han desarrollado normas para que se puedan utilizar aplicaciones como medicamentos. Por explicarlo mejor, hay países en donde se puede recetar una app.

Las tecnologías son útiles tanto para la evaluación como para tareas administrativas y proveer tratamientos. Por ejemplo, es posible valorar el nivel de depresión utilizando un cuestionario on-line que arroja un resultado instantáneo. Dicho resultado puede grabarse en la historia clínica electrónica, facilitando la coordinación y la toma de decisión de los profesionales.

El tratamiento cognitivo-conductual mediante videoconferencia ha demostrado ser efectivo en el tratamiento de la depresión. Incluso, hay estudios que han mostrado efectos positivos en psicosis y apoyo a cuidadores.

Muchas investigaciones indican también que la realidad virtual funciona en el tratamiento de fobias y estrés postraumático. Y hace poco un trabajo piloto demostraba que una intervención con un chatbot basado en inteligencia artificial era útil para disminuir los síntomas de depresión a corto plazo.

Todo ello, sin profundizar en las posibilidades de la evaluación ecológica instantánea (por ejemplo, mediante un cuestionario de estado de ánimo que se responde cada mañana y cada noche utilizando el móvil); la utilidad del fenotipado digital (representación de las características de las personas a través de los datos que recoge el móvil, como pasos, rutinas de sueño y uso del dispositivo); los apoyos que pueden dar los dispositivos wereables (ponibles) para mejorar la autonomía de una persona con un daño cerebral, o los efectos positivos de los robots sociales en demencias.

En síntesis, las intervenciones basadas en tecnologías han demostrado ser efectivas para apoyar tratamientos en salud mental. Pero su uso es bajo y su implementación, testimonial. La historia de las tecnologías aplicadas a este ámbito está llena de estudios piloto con resultados positivos, pero pocos llegan a ponerse en práctica. La mayoría de los desarrollos exitosos quedan obsoletos o se abandonan a los cinco años.

La ley de la selva

Entonces, ¿se están aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías en salud mental? A día de hoy, la respuesta es cruda, simple y dolorosa: no.

A pesar de que estos avances han venido para quedarse, que los utilizamos de forma habitual en nuestra vida diaria y que hay evidencias de su efectividad, no existen políticas de implementación ni de formación para aprovecharlos. Hoy, el uso de tecnologías en salud mental se rige por la ley de la selva.

Cualquier profesional acreditado para ofrecer servicios cara a cara puede dar atención por videoconferencia sin la más mínima experiencia previa. Las universidades imparten contenidos sobre telesalud mental en sus asignaturas de forma muy escasa e insignificante. Solo la salud privada ha visto y aprovechado estos modelos de atención, pero no cuenta con profesionales formados.

Y peor aún. Como no hay profesionales preparados para aprovechar estos avances, no se sabe muy bien cómo manejar los problemas y cambios que conllevan su uso. Así, más que disfrutar de las ventajas tecnológicas, estamos sólo sufriendo sus consecuencias negativas.

Para aprovechar las tecnologías en salud se debe cambiar el modelo de atención, lo que requiere un cambio de estrategia. Para ello se requiere la voluntad de la administración, nuevas leyes, políticas definidas y personal formado. De momento no tenemos nada de eso. Solo hay muchas Reba Benschoter que siguen demostrando que estamos desaprovechando las oportunidades que nos dan las tecnologías en salud mental.

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Por Felipe Soto-Pérez, Adjunct professor en Psicopatología y Salud Mental del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos, Universidad de Salamanca