“Sentí el impulso de lanzar el móvil por la ventana”. Era domingo por la tarde y Rodrigo, de 29 años, pasaba el rato con sus compañeros de piso cuando recibió un correo electrónico de trabajo. Rodrigo logró reprimir el impulso, pero ganas no le faltaron, cuenta.

Incluso durante nuestro tiempo libre, vivimos en un estado de hiperconexión, con el móvil siempre cerca y el ordenador a una distancia segura. Todos pendientes de la notificación del mensaje, del like o la llamada pérdida, del correo entrante sobre una oferta laboral o del runrún de la llegada del pedido en línea.

En este contexto, es difícil vivir sin el miedo a perderse de algo: un evento instagrameable, un trend de TikTok o el nuevo meme viral de Twitter. Hace años ya que esta sensación tiene nombre: FOMO (Fear of missing out), que hace referencia al miedo irracional de perderse algo que está sucediendo en las redes sociales.

El fenómeno produce alteraciones en la vida cotidiana, incluso en lo laboral y educativo, y afecta principalmente a las personas más jóvenes. “Quienes lo sufren son siempre aquellos que tienen más expectativas y son más sensibles a la evaluación social”, explica Manuel Armoyanes, coordinador del Behavioural Design Lab y PHD en Psicología.

Vivir con FOMO no es la única opción. Para hacerle frente a esa sensación desagradable, surge el JOMO (Joy of missing things) que apuesta por la desconexión digital para conectar con el presente. “Es un alivio a nivel psicológico, un respiro que llega casi como un detox emocional, es auto cuestionarse y mirar hacia dentro”, explica la psicóloga Judith Viudes. La experta añade que responde principalmente a las preguntas “¿tengo que experimentarlo todo? ¿Soy menos feliz por disfrutar de lo que me apetece y no lo que otros esperan?”

Entonces, ¿hay alegría en perderse las cosas?

Aparentemente, sí. Y mucho alivio. Algunos optan por limitar el consumo obsesivo, mientras otros eligen una opción más radical: eliminar todas sus redes sociales y tener un estilo de vida alternativo, alejado totalmente de las presiones de la hiperconectividad.

Es el caso de Javier (28 años), un programador que dejó las redes sociales hace seis años. A día de hoy, solo tiene WhatsApp. Las razones sobraban, pero pueden resumirse en dos: la cantidad de tiempo que perdía en ellas y la presión que suponían para su día a día. “Sentía que todo lo que hacía tenía que ser fotografiado, interesante y rompedor para poder recibir un feedback positivo, y si no llegaba, significaba que mi vida no era interesante”, explica.

“Ese desfase entre lo que veía en la vida de los demás en comparación con la mía me impedía vivir todo lo bien que podía, así que dije ‘basta”, añade Javier. Uno de los cambios más significativos que ha traído su decisión ha sido liberarse de la presión de tener una fachada externa ideal o digna de likes. “Las cosas que hago las hago por que me gustan a mí, hay momentos que son más valiosos porque solo son míos”, concluye.

Para Manuel Armoyanes, coordinador del Behavioural Design Lab, el JOMO es “una reacción ante esta especie de tiranía social en la que hay que estar siempre conectados, al día de todo y ser productivos”. El psicólogo explica que un gran problema es que, en el contexto actual, no es una opción realista para todas las personas, especialmente para aquellas que trabajan mano a mano con las redes sociales, como influencers y comunicadores.

Entonces, ¿qué opciones tenemos? Los expertos dicen que la clave está en el equilibrio, aunque sea difícil de conseguir. “Un consejo es hacer un análisis racional y sensato del uso que haces de las redes sociales”, recomienda Armoyanes, que asegura que si no miramos Instagram durante tres días, lo más probable es que no pase absolutamente nada. De esta manera, podemos regular el poder que le damos a las redes sociales y no dejar que definan nuestra existencia.

“El equilibrio reside en no dejar que la tecnología nos domine, en poner límites, utilizándola de forma saludable y responsable”, confirma Viudes. La experta explica que la clave está en elegir y disfrutar de nuestra vida sin las presiones externas, así evitamos que el “qué dirán (en redes)” influencie todas nuestras decisiones.

El camino a seguir

No toda la responsabilidad cae en los usuarios. En una economía de la atención, las compañías luchan por captar nuestro interés y retenerlo. Eso es exactamente lo que han logrado las redes sociales más exitosas. “Lo que hace falta es un acuerdo con la industria. El uso abusivo de ellas produce efectos en la vida de las personas, pero nadie le está pidiendo a Meta que diseñe de una manera menos persuasiva”, argumenta Armoyanes.

De acuerdo a un estudio realizado por Electronics Hub, los españoles pasan un 35% de su día viendo la pantalla del móvil. En los más pequeños, las cifras ascienden a un promedio de uso de cuatro horas diarias, según Qustodio. La mayoría de este tiempo se gasta en redes sociales como TikTok e Instagram. Y es que la atención se ha convertido en la moneda más valiosa.

Javier coincide y explica que el JOMO no surge por un odio a las redes sociales, sino por “estar en contra del sistema de competencia interno que generan”. El joven espera que a futuro se creen opciones de plataformas enfocadas a compartir de verdad, y no a capitalizar nuestra atención.