“La soledad no es tanto el no tener amigos como el sentir que estás en una plaza llena de gente y estás gritando: ‘¡Hola, necesito ayuda!’ y nadie te está escuchando. No es que no te presten atención, es que ni siquiera te oyen”.
Para esta joven de 20 años, entrevistada durante la pandemia, la soledad corresponde a la paradoja de habitar un espacio hacinado de gran visibilidad. En él su voz se difumina entre una algarabía. Esa plaza recuerda al muro de Facebook o de Instagram. Pero ¿son las redes sociales las causantes de esta experiencia paradójica?
Frente a la pregunta sobre si las redes incrementan o reducen el sentimiento de soledad, debemos analizar las experiencias derivadas del uso creciente de tecnologías digitales para relacionarnos.
Durante el confinamiento del pasado 2020, muchas personas experimentamos con frustración y angustia que nuestra vida social se restringía a mensajes y videollamadas. Una etapa en la que el sentimiento de soledad se extendió en la población y se agudizó entre las personas jóvenes, las más familiarizadas con la comunicación en línea.
La frase “cada vez más conectados, pero también más solos” se ha convertido en un lugar común, atribuyendo a móviles y redes sociales el aumento de la experiencia de soledad entre jóvenes. Sobrevuela la sospecha de que estos medios ofrecen un sucedáneo del tipo de contacto más auténtico que es el presencial.
La “frialdad” de las pantallas, la “superficialidad” de las fotografías o la “distancia” en la comunicación difícilmente pueden competir con la calidad y calidez de un abrazo. Las redes sociales, al promover la sobreestimulación consumista, contribuyen a generar vínculos más efímeros e inciertos.
La importancia de las redes para comunicarnos
Ahora bien, el testimonio de muchos jóvenes indica que las redes sociales son herramientas útiles para interactuar en la distancia, construir relaciones de intimidad y afrontar momentos difíciles. Facilitar la sensación de control en la comunicación elaborando mensajes, moldeando la imagen personal o modulando la disponibilidad puede rebajar la ansiedad y favorecer el contacto.
Durante la pandemia, muchas personas han expresado saturación de los medios digitales. Sin embargo, estos han sido imprescindibles para mantener el ánimo y las relaciones personales. La ambivalencia y diversidad de estas herramientas son fundamentales a la hora de entender cómo afectan a nuestra vida social, especialmente porque esta está evolucionando muy rápidamente.
Pues bien, los prejuicios sobre las redes dificultan diagnosticar cómo están transformando la vida social. También dificultan imaginar estrategias realistas para remediar las tensiones y malestares de la sociabilidad juvenil. En la investigación ¿Cómo conectamos? Mediación de las redes sociales en la experiencia de soledad de las personas jóvenes, que en breve publicará el Centro Reina Sofía-FAD, se señalan tres dimensiones en las que se está transformando la forma en que viven la soledad las personas jóvenes.
En el informe se presentan los resultados de una investigación que tuvo lugar durante 18 meses, entre enero de 2020 y junio de 2021. Su objetivo general consistió en analizar la mediación de las redes sociales en la experiencia del confinamiento de personas jóvenes y su relación con la vivencia de soledad no deseada para extraer aprendizajes en torno al papel que las redes sociales pueden desempeñar para prevenir ese sentimiento de soledad no deseada.
Los medios digitales y la disponibilidad constante
En una primera dimensión cabe mencionar que, aunque los medios digitales no pueden asegurar el contacto presencial, en contrapartida prometen una disponibilidad y una simultaneidad constantes en la interacción social.
La soledad se expresa como una preocupación por estar fuera de los canales comunicativos, como un miedo por no ser partícipes de ciertos eventos o por ser olvidados por otros. Un tipo de soledad que es sensación de desconexión, de no seguir debidamente el flujo o dejar de estar al corriente (o sin cobertura).
En un segundo nivel, la soledad se concibe como la frustración sobre nuestros vínculos significativos. Aunque es la forma más habitual en la que se ha entendido y estudiado este fenómeno, las redes sociales suponen nuevas formas de mantener esos vínculos. Y esto implica tensiones y frustraciones.
Los muros públicos de Facebook o Instagram ofrecen la capacidad para comunicarse con multitudes en un clic. Ello ha generado un marco cotidiano de reconocimiento en las relaciones personales. Tener pocos seguidores, no ser etiquetado en una publicación o ser ridiculizado por una foto son casos que disparan sentimientos de soledad.
Así, en las redes se prueba la calidad de nuestros vínculos como un complejo juego entre disponibilidad e incertidumbre. Y en este no siempre se encuentra la respuesta que deseamos cuando la deseamos. La experiencia de soledad late entre dos pulsiones diferentes: la exposición pública y la construcción de un cobijo donde intimar con otras personas.
Llegamos a un tercer nivel. Los usuarios de las redes sociales proyectan constantemente quiénes son ante otros. Al elegir la foto de perfil, por ejemplo, expresan cómo quieren ser vistos al tiempo que se lanza una pregunta sobre cómo son los otros y cómo miran. En este juego de espejos se dan dos fantasías contrapuestas:
Una “fantasía de transparencia” en la que las personas serían capaces de representar honestamente quiénes son.
Una “fantasía de control”, generada por las posibilidades de alterar imágenes y textos publicados. Esta permite adaptarse a la mirada de los otros, pero arrastra consigo la desconfianza sobre cómo son los demás. ¿Son estos auténticos o simples personajes o, incluso, usuarios fantasmas?
La soledad remite a una nueva dimensión ligada a miedos existenciales. Implica afrontar el temor a la falta de autenticidad y la dificultad por no saber cómo mostrarnos y obtener reconocimiento y valor. Conlleva así una incertidumbre más profunda. No sobre los vínculos, sino sobre la veracidad de lo que somos y la posibilidad de comunicarnos con otras personas.
Estos nuevos sentidos de la experiencia de soledad llevan a contradicciones que las personas jóvenes deben afrontar en su día a día. Una joven de 16 años expresaba que su deseo con las redes era “conectar con otras personas sin tener que conectar”, un tipo de contacto ideal que no tenga que soportar el peso de los vínculos. Pero no podía negar el deseo de vincularse.
La “conexión” aparece como una metáfora perfecta de la sociabilidad contemporánea. En ella las mediaciones digitales cada vez están más naturalizadas. Sin embargo, generan tensiones entre la búsqueda de exposición pública y el recogimiento íntimo. Entre una luminosa fantasía de transparencia y el temor constante a ser poco auténticas o al control ajeno. Las relaciones entre personas jóvenes entrañan una incertidumbre constante: en una conectividad tan veloz es muy fácil quedar desconectados.
[Los autores de este texto son Igor Sádaba Rodríguez, Profesor de Sociología, Universidad Complutense de Madrid; Asier Amezaga Etxebarria, Adjunct assistant professor, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Carlos López Carrasco, Investigador en sociología, Universidad Complutense de Madrid. Fue publicado originalmente en The Conversation].