Cada momento histórico tiene sus modas, sus gurús, sus términos fetiche. Hoy hablamos con toda naturalidad de ODS, los retos fijados por Naciones Unidas para lograr un mundo mejor en el año 2030; sostenibilidad, ese equilibrio para satisfacer las necesidades de las actuales generaciones sin hipotecar las de las futuras; o infodemia, la sobreabundancia de información, rigurosa o falsa, sobre un tema. Hay muchos más. Otro de los más utilizados, sobre todo en el mundo empresarial, es el de propósito, la razón de ser de una compañía, su alma, el compromiso social con la realidad que le ha tocado vivir.

Después de este repaso conceptual, vayamos al grano. ¿Se acuerdan de Silicon Valley? ¿De esa zona de la bahía de San Francisco, en California, donde se alojan cientos de empresas tecnológicas, desde los gigantes a las más diminutas start-up? El corazón de inventos, pelotazos y fiascos tecnológicos está empezando a flojear como imán para los más aventureros del mundo digital. Silicon Valley está en horas bajas como polo de atracción de la innovación. Eso piensan los expertos. Es verdad que desde hace un par de años, sobre todo con Donald Trump y sus políticas proteccionistas y antiinmigración –“American first”–mandando en la Casa Blanca y con el fantasma de la codicia sobrevolando a las principales corporaciones tecnológicas con sede en EE. UU., Canadá suena cada día más como el sustituto de Silicon Valley. De hecho, cientos de trabajadores, muchos tecnológicos, están cruzando la frontera.

En julio lo reconocía la prestigiosa MIT Technology Review: “El centro tecnológico de Canadá intenta posicionarse como antídoto contra los peores impulsos de la industria tecnológica de EE. UU. Sus valores, su amabilidad y su educación aspiran a convertirse en el nuevo estándar para liderar la próxima revolución tecnológica, que ponga a las personas en el centro”. ¿Se acuerdan del propósito? Pues eso. Parece que en ciertas regiones del territorio canadiense se hacen las cosas de otra manera, con otra razón de ser. Diversidad, humildad e inclusión frente a la avaricia y los encantos de la imagen. Queda un poco exagerado pero las virtudes canadienses están calando. “Canadá tiene más moderación, más consideración. Nuestro sistema de valores no se basa solo en ganar dinero y tener éxito”, explica en la revista la emprendedora tecnológica Harleen Kaur, residente en EE. UU. que ha decidido montar su empresa en Canadá. A esas áreas de Toronto. Vancouver o Montreal se las conoce ya como el Silicon Valley del Norte.

Estaríamos hablando de una pugna entre unicornios y narvales, como aseguró Brian Barth en la publicación del MIT a modo de ejemplo informal. En el mundillo tecnológico se conoce como empresas unicornio a aquellas tecnológicas que no cotizan en Bolsa cuyo valor ha superado los 1.000 millones de dólares, empresas emergentes y glamurosas que en muy poco tiempo disparan su precio. El listado a comienzos de 2020 lo encabezaban empresas chinas y estadounidenses. Y luego estarían las empresas narval, las canadienses, más discretas y centradas en resolver problemas reales de las personas. El ser de fantasía y mitológico que apunta con su cuerno al cielo frente al cetáceo que vive en las aguas del Ártico, al ser real que tiene también un largo colmillo y que en cualquier momento puede tumbar al unicornio.

En 2018, un reportaje de la BBC británica aseguraba que “Canadá está preparando el terreno para una era dorada de adquisición de capital humano”. Y ese capital llega desde su frontera sur. Precisamente por las políticas migratorias proclives a abrir las fronteras del primer ministro Justin Trudeau, que para más inri tiene mucha mejor imagen que el presidente de EE. UU. En 2017, Toronto tuvo el mercado tecnológico de mayor crecimiento en Norteamérica. Según el portal Business Insider, el 25 % de la fuerza laboral total de Canadá son inmigrantes, y este porcentaje sube hasta el 40 % si hablamos de empleados tecnológicos. Solo en Toronto, el número de empleos tecnológicos ha pasado de 148.000 en 2013 a 228.000 en 2019. “Una quinta parte de los inmigrantes tecnológicos tiene el título STEM antes de llegar aquí”, explicó Jason Goldlist, cofundador de TechToronto, organización que apoya a la comunidad tecnológica de la capital de Ontario. Goldlist se refiere a la calidad académica de los llegados a tierra canadiense. Por STEM entendemos las áreas de conocimiento que tienen que ver con Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas.

El trasfondo de esta competición tecnológica entre EE. UU. y Canadá no solo tiene que ver con sus mandatarios. Parecería que se están enfrentando dos formas de capitalismo, uno ultraliberal e individualista contra otro más colaborativo. En resumen, todo tiene que ver con el propósito.