¿Has escuchado alguna vez el término doomscrolling? Si aplicamos la comunicación clara a este nuevo concepto surgido a raíz de la pandemia del coronavirus, podemos definir doomscrolling como la necesidad incesante de consumir en redes sociales historias distópicas vinculadas con la realidad extraña, e incierta, que vive la humanidad tras la aparición de la COVID-19. Vamos, que pasas mucho tiempo mirando tu móvil y engullendo noticias sobre el virus, los contagios, las estadísticas, las conspiranoias y el apocalipsis. Este hábito surgió de una tormenta perfecta, un virus que se expandía a una velocidad inimaginable que obligó a un encierro obligatorio. Es decir, todos en casa con un smartphone y más tiempo para comerte la cabeza. El doomscrolling da miedo.

Durante el confinamiento hemos hecho un poco de cocina y ejercicio, mucho de visionado de series y videojuegos, bastante de teletrabajo y muchísimo de redes sociales. Teníamos –y tenemos– la necesidad de saber qué pasa en el barrio, tu ciudad, en el planeta… y todo en poco tiempo. También entra en juego el morbo, intrínseco al ser humano y más ante una epidemia desbocada. Fue una periodista norteamericana de las primeras en utilizar la palabra doomscrolling, lo hizo en un tuit el 23 de marzo de 2020. Hace seis meses. Enumeró las cosas que estaba haciendo en el aislamiento: cocinar, limpiar, respirar profundamente, hacer videollamadas y doomscrolear. Pues bien, el término se ha convertido en una de esas palabras nuevas vinculadas a un suceso muy concreto.

El problema es que estar revisando continuamente el teléfono móvil para consultar las redes sociales en busca de algo de ‘verdad’ puede descontrolar tu sueño, hacer que desatiendas asuntos más importantes y afectar a tu salud mental. El contexto es la COVID-19 pero si al doomscrolling añades las noticias que más crispan en cada país –por ejemplo, la brutalidad policial contra personas de raza negra en EE. UU.–, la cosa empieza a ponerse seria.

Ansiedad y estrés

Es normal, pasamos el tiempo en una normalidad incierta, provisional. No somos científicos, gurús ni políticos. Las certezas se nos escabullen entre los dedos al despertar cada día. Estamos perdidos porque, como explicó la experta en comunicación Nicole Ellison en The Wired, hay una demanda de darle sentido a esta situación y “no hay una narrativa general que nos ayude”. Está claro que las redes sociales han ayudado durante mucho tiempo a que nos sintamos parte de este mundo, a conocer lo que piensan otros, a poner en duda lo que pensamos nosotros, pero cuando te pasas muchas horas mirando las redes sociales, buscando respuestas, puede llegar la ansiedad y el estrés. El cóctel en España es explosivo: pandemia+polarización política. Si añadimos una situación personal renqueante y una situación económica en el aire, al final es muy sencillo caer en la trampa de las redes sociales y, sobre todo, en aquellas noticias que tienden a mostrar todo mucho más negro. Nos hemos sentido hiperconectados y al mismo tiempo enganchados a las malas noticias. Así no hay manera.

En un artículo aparecido el 11 de abril en Los Angeles Times se aseguraba que el doomscrolling estaba cambiando incluso nuestra forma de hablar. Nos hemos habituado a conceptos como asintomático, inmunidad de rebaño, videollamada, distancia social o cuarentena, y no nos hemos dado cuenta de que nuestros hábitos con las redes sociales se han modificado totalmente. Hay incluso quien piensa que las redes sociales “tienen un impacto profundamente negativo para las democracias”. Lo dice Laura Manley, directora del Proyecto Tecnología y Fines Públicos (TAPP) del Belfer Center for Science and International Affairs, institución dedicada a garantizar que el desarrollo tecnológico no perjudica el bien común. Según Manley, “las redes sociales están incentivadas y diseñadas para explotar y obtener beneficios de estas tendencias humanas naturales. Se vuelven más valiosas cuanto más tiempo pasan sus usuarios online, cosa que sucede cuando están asustados, indignados o viendo de manera constante contenido que refuerza sus creencias, sea o no verdad”.

150 minutos al día en redes sociales

La experta del TAPP admite que las redes sociales han contribuido a conectar a colectivos vulnerables, a crear comunidades virtuales que en la realidad física hubiera sido imposible y a coordinar movimientos sociales positivos para la dignidad humana en cualquier rincón del planeta. Aunque también confiesa que poco han hecho por consolidar la causa democrática en el mundo. Y pone como ejemplo el papel de Facebook en la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016 o en el genocidio de los Rohingya en Birmania. Y concluye con una afirmación que da que pensar: “Los usuarios pasan 150 minutos al día en redes sociales. Se espera que estas alcancen los 3.430 millones de usuarios mensuales activos en 2023, cerca de un tercio de la población estimada del mundo. Dado el incomparable poder y alcance de estas plataformas en nuestra sociedad global, sería impensable que permanezcan absolutamente exentas de legislación”. El debate sobre el control de los gigantes tecnológicos que manejan las redes sociales queda abierto.

Por último, te mostramos el ejemplo de una persona que decidió borrar las aplicaciones de redes sociales de su teléfono móvil. Lo ha hecho como terapia anti ansiedad. Las mantiene en su ordenador pero las ha eliminado de su smartphone. Se llama Anthony L. Fisher, columnista de la publicación Business Insider.

“No necesitas las redes sociales, ellas te necesitan a ti. Son un parásito, su fuerza vital nace de tus confesiones, memes y opiniones que pronto serán mortificantes”. Así empezaba su artículo del pasado 6 de septiembre. Tras afirmar que Twitter, Facebook o Instagram no son entes malvados, sí admite que actúan como auténticos “sociópatas: siempre en sus propios intereses, sin conciencia y a expensas de los demás”. Sirven para validar tus creencias, te recompensan, obtienes dosis de dopamina pero fomentan la adicción para mayor beneficio de sus propietarios.

A principios del verano su mente estaba agotada, practicaba el doomscrolling sin sentido. Se comía el tiempo, alteraban su capacidad de atención y se preocupaba por todo tipo de basura efímera. Después de dos meses sin redes sociales en el móvil, “mi vida es mejor (…) Ha habido más lectura de libros, más escucha de música, más bromas con mis hijos. Mi cerebro no se siente atado permanentemente a la matriz en línea. Todo lo que necesité fue sacar las redes sociales de mi teléfono”. ¿Sencillo? Probablemente no, pero quizá haya que intentarlo.