El aumento del envejecimiento a nivel mundial no tiene precedentes. Constituye una transformación demográfica de nuestra sociedad, caracterizada por un incremento en la proporción de personas de edades avanzadas respecto a la de jóvenes. En 2019, las personas mayores de 65 años representaron el 19,4% de la población total de España. Esta franja de edad ha crecido significativamente. Casi 10 puntos desde los años 70.

Atender las necesidades presentes y futuras de este sector poblacional parece ser un nudo gordiano. Una dificultad que deberá resolverse mediante estrategias fuera de lo tradicional. Hasta el momento, pese al amplio porcentaje que representan estas, los derechos de las personas mayores no han sido reconocidos en forma de convención o tratado del sistema de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Sí ha sucedido con otros grupos poblacionales. Es el caso de la infancia, la mujer o personas con discapacidad.

Bajo este marco, la propia Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad de 2006 insta a los Estados parte a que promuevan el uso de dispositivos tecnológicos de apoyo. También a que favorezcan el acceso a ellos a un costo asequible.

Del teléfono a la realidad virtual

Las personas mayores han comprobado cómo la tecnología ha ido cambiando su día a día y sus costumbres. Han sido testigos de muchos avances. Por ejemplo, el uso generalizado del teléfono, la televisión o la creación de Internet. A pesar de su heterogeneidad, también se han sumado al uso de diferentes recursos digitales. Esto ha permitido que algunos medios tecnológicos se incorporen como soporte en la atención psicosocial.

Una de las herramientas tecnológicas que está despegando es la realidad virtual. Se caracteriza por ser una interfaz usuario-ordenador capaz de simular en tiempo real entornos, escenarios o actividades. Así, permite la interacción a través de diferentes canales sensoriales. Da la sensación de plena inmersión, llegando a favorecer un sentimiento de evasión. El usuario es capaz de contemplar dicho entorno gracias a un dispositivo compuesto por gafas o casco de realidad virtual. También puede ir acompañado de guantes o trajes especiales.

Ejemplos prácticos

La realidad virtual puede ser útil como una versión de alta tecnología de la terapia de reminiscencia. A través de ella, se alienta a las personas con algún trastorno neurocognitivo mayor a la observación y discusión de actividades, eventos y experiencias pasadas. Generalmente se sirve de la ayuda de recuerdos tangibles como fotografías u objetos. También de alternativas como música o vídeos que les resulten familiares y evoquen recuerdos. Lo que se pretende es estimular su estado de ánimo.

La tecnología inmersiva está teniendo un impacto positivo en las personas mayores. Sus diferentes usos pueden tener un gran potencial durante esta etapa de la vida. Gracias a la realidad virtual pueden experimentar viajes en los que no pueden participar. Pueden familiarizarse con nuevos entornos, como su futuro centro residencial o de día, antes de acudir a ellos. También les permite simular actividades cotidianas que solían hacer. Acciones que su deterioro físico ahora les impide realizar. Entre ellas, acudir a actos religiosos; eventos de ocio, deportivos o culturales u otras actividades.

Ahora que los contactos y la interacción social se han reducido debido a la pandemia por la COVID-19, la realidad virtual puede ser una forma de evasión para los mayores. Al fin y al cabo, permite cambiar de ambientes, experimentar estímulos que no podrían sentir de otra manera. También permite realizar ejercicio con un soporte virtual adicional a las propias instalaciones disponibles en residencias y centros de día. Muchas personas mayores no están motivadas para realizar ejercicio físico en esos entornos tradicionales, pero podrían sentirse más predispuestos si se incorporasen paisajes y sonidos de la naturaleza.

Evidencias científicas

Una reciente revisión de la literatura señala que la realidad virtual puede ser una estrategia para prevenir el desarrollo de problemas cognitivos. Podría aplicarse como herramienta diagnóstica de detección de deterioro leve o demencia, ser efectiva como tratamiento y mejorar el funcionamiento cognitivo. Sobre esto último, si reparamos en el tiempo adecuado de uso, una experiencia práctica en una residencia de Estados Unidos incidió en que la realidad virtual para personas mayores debe considerar un ritmo más lento. Además, es recomendable utilizarla en pequeñas “dosis”. Por ejemplo, de 15 a 20 minutos y unas tres veces a la semana.

La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) también señala que la realidad virtual ha podido disminuir un 84 % la sensación de dolor y un 26 % la ansiedad antes del tratamiento. Además, el 88% de las personas han manifestado tener la sensación de que el tiempo de tratamiento ha pasado más rápido. También que les ha ayudado a sobrellevar la quimioterapia.

Respecto a la intervención psicosocial, se deberán considerar las diferentes particularidades. Por ejemplo, el fomento de la adaptación a cada patología y características personales. También contemplar que el desconocimiento en su uso puede provocar miedo o ansiedad. Además, que las personas mayores con dificultades motoras pueden tener dificultades en su manipulación.

Ahora bien, no deja de ser una herramienta tecnológica. Por tanto, es un recurso que difícilmente modifica per se una situación. Nuestra labor como profesionales es conocerla. Ser conscientes de sus potencialidades y debilidades. Decidir cuándo es momento de utilizarla como instrumento de nuestra intervención.The Conversation

[Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Sus autores son Rubén González Rodríguez, profesor de Trabajo social y servicios sociales, Universidade de Vigo y Paula Frieiro Padín, PDI predoctoral. Área de Trabajo Social. Departamento de Análisis e intervención psicosocioeducativa, Universidade de Vigo]