“Mis carencias tecnológicas derivan de que todo va muy deprisa. Cuando me jubilé hace diez años pensaba que sabía manejar todas las herramientas digitales, pero todo ha ido a mucha velocidad. El teléfono que yo tenía nada tiene que ver con los de ahora por muy normales que nos parezcan. Me he dado cuenta de que la actualización tiene que ser constante porque si no lo haces, la realidad te lleva por delante. Utilizo el móvil todos los días para leer los periódicos, participar en grupos de Facebook sobre arte románico, intercambiar mensajes por WhatsApp”. Eva Rodríguez tiene 71 años. Por edad está en ese colectivo que llamamos personas mayores, pero lo curioso de Eva es que cuando era profesora de psicología en Soria, y luego en la Universidad de Valladolid, ya manejaba su ordenador y tenía su teléfono móvil. No era una analfabeta digital como otras personas de su edad o más mayores que no tuvieron la oportunidad de disfrutar de dispositivos tecnológicos, pero la velocidad de la revolución digital hace que, incluso con conocimientos digitales, te quedes atrás en cuanto te despistas.
Eva es una de tantas personas mayores que en los últimos años ha acudido a talleres para ganar confianza y habilidades en el manejo de smartphones, tabletas y portátiles. Eva participó a finales de 2021 en un curso montado por la Fundación Cibervoluntarios en Asturias. Allí perfeccionó su manejo del WhatsApp, aprendió a silenciar notificaciones en los grupos, a usar su firma digital y el certificado electrónico para realizar gestiones y a pedir citas médicas online. “A estas edades es más fácil que olvides las cosas que no sueles utilizar a diario, pero lo que sigue desconcertándome es la terminología llena de anglicismos que se usa cuando se habla de tecnología. No es comprensible y para los mayores, menos. Incluso para mí, que a finales de los ochenta ya tenía un ordenador, muchos términos me parecen enrevesados. La terminología tiene que ser más asequible”, comenta Eva.
¿Brecha insalvable?
Entre la terminología y la ausencia de capacidades, hay muchas personas mayores que se rinden, que observan como insalvable la brecha que existe respecto a los conocimientos que tienen sus hijos y nietos. “Conozco personas que han dicho ‘aquí me planto’. Y es una pena, se tendrían que hacer más cosas para romper esa actitud. Si te lo explican bien y con paciencia, las cosas no son tan complicadas. La vejez no significa perder la curiosidad, incluso puede ser lo contrario porque tenemos más tiempo que antes de jubilados”. Eva lo tiene claro.
La Fundación Cibervoluntarios tiene como objetivo formar a todas las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad digital, entre las que se encuentran las de más de 55 años, en el uso de internet y los dispositivos móviles. En los talleres, presenciales u online, intentan mejorar su autonomía y seguridad cuando encienden el smartphone. “Hacer una videollamada –esencial en los momentos más duros de los confinamientos decretados tras la pandemia–, gestionar citas médicas, buscar noticias en Google o hacer un trámite con la Administración son algunas de las tareas que se enseñan. Además, en la web hay una línea de atención telefónica para plantear cualquier duda, que será respondida en menos de 24 horas”, comentan desde la Fundación Cibervoluntarios.
Certificado COVID y control de medicinas
Cuando Levanta la cabeza localizó a Manuel Alcina, este valenciano de 79 años se encontraba de gira por Cantabria en un viaje del Imserso. Entre excursión y excursión nos contó la importancia del taller de alfabetización digital que realizó en el centro de mayores de El Saler (Valencia) dentro del proyecto Mayores Movilizados, una iniciativa que monta Jovesólides (Jóvenes hacia la Solidaridad y el Desarrollo).
Manuel trabajó siempre de contable y cuando llegó la pandemia “decidí que no quería ser un analfabeto, no quería quedarme atrás. Empezaron por lo básico, por aprender a buscar una aplicación y descargarla, por saber manejar un programa de la Generalitat para el control de las medicinas que nos tocan. Lo más importante en estos talleres es la paciencia de quien enseña”. Ahora este jubilado se ha sacado el certificado COVID, “cosillas que parecen tontas pero que a nosotros nos sirven de mucho”.
Cada uno utiliza sus trucos. Muchos mayores tienen los dedos gruesos y los botones del móvil no son precisamente muy grandes. “Cuando escribo en WhatsApp utilizó la herramienta de dictado, que a veces no reconoce ni las mayúsculas ni las comas, pero paro, lo corrijo y sigo dictando”. Manuel sabe que no puede contar todo el rato con la ayuda de sus nietos e hijos. “Los más jóvenes lo tienen muy claro y no saben explicar las cosas con paciencia. Y además suelen estar siempre ocupados. Mi nieto viene a por la propina y me dice que el mes que viene me ayudará a resolver las dudas, pero ese mes que viene no llega nunca (se ríe)”. El ‘yo te lo hago’ es incapacitante. A una persona mayor le sienta mejor que se lo explique otra persona mayor que un adolescente.
Según Lourdes Mirón, presidenta de Jovesólides, más de 14.000 personas mayores se han beneficiado de este programa en la Comunidad Valenciana, Murcia y Castilla-La Mancha en colaboración con ayuntamientos y centros de mayores. “Muchas personas tienen un gran desconocimiento de las nuevas tecnologías hasta el punto de impedirles interactuar con otras personas en su entorno, algo que produce una cierta situación de discriminación social. Y esta discriminación suele afectar a sectores considerados más vulnerables, como el de las personas mayores. Este proyecto ha mostrado el alto nivel de motivación por aprender aún en edad adulta”, comenta Amparo Pedraza, coordinadora Mayores Movilizados.
“Nos quedaremos como analfabetos”
Muchas personas mayores no pierden el tiempo en tonterías cuando se enfrentan a aplicaciones de comunicación y mensajería. Varios de los hombres y mujeres consultados admiten que para ellos WhatsApp es esencial. Esta app les ha abierto un mundo impresionante para mantener una red social con gente del barrio o que tiene inquietudes similares, además de ser una herramienta de cohesión familiar. “Para mí es imprescindible. En mis grupos hemos decidido que no se mandan tonterías, ni chistes, ni cosas de política. Si el grupo es para hacer gimnasia, solo se habla de gimnasia”. Manuel Alcina es consciente de que si no tienen ayuda, “nos quedaremos como analfabetos de este mundo. Nos tenemos que adaptar a las circunstancias, las señales de humo eran de otra época, las palomas mensajeras eran de otra época… Ahora toca el móvil”, dice Manuel.
Beatriz Huerta tiene 47 años, vive en Zaragoza y lleva en Telefónica desde 1999. Esta ingeniera de telecomunicaciones y paleontóloga lleva muchos años dedicando su tiempo libres a ser voluntaria. El último proyecto en el que ha participado se llama Renacer Digital, proyecto creado desde el Área de Acción Social y Programa de Voluntariado de Telefónica. Ha sido una de las encargadas de mostrar a las personas mayores sin habilidades tecnológicas las virtudes del smartphone. Empezó con un grupo de 16 viudas de más de 65 años de la capital aragonesa.
Beatriz insiste en lo de la terminología: “Es normal que a estas personas todo le suene a chino, el lenguaje técnico es incomprensible para ellos, por qué hablamos de smartphone cuando podemos decir móvil. Además, me da la sensación de que cuando se desarrollan apps no se piensa mucho en este colectivo de personas mayores, no son intuitivas en su diseño para las personas que tienen competencias digitales limitadas”.
No todas los mayores son iguales. Y no es lo mismo haber tenido un terminal telefónico antes o comprarse uno por primera vez en 2022. “Todo influye para el entrenamiento, no es lo mismo configurar el teléfono tú mismo que si te lo hace un nieto o un hijo. Cuando un familiar dice la frase ‘de lo demás no te preocupes’, suele provocar miedo porque piensan que si tocan algo, pueden romper el dispositivo. También hay temas sencillos de seguridad importantes: por temor a olvidarse, llevan el móvil sin contraseña. Por eso hay que explicarles que el teléfono es como tu casa, si dejas la puerta abierta, alguien puede entrar y en tu vida”, comenta Beatriz.
Psicomotricidad limitada
Para la población más joven o con habilidades digitales aprendidas, lo normal parece fácil. Pero no ocurre lo mismo con personas que se inician en lo digital siendo mayores. “No hay que olvidarnos de la psicomotricidad de este colectivo, el pulso ya no es tan fino y los dedos son más gordos. Enseñar a aumentar el tamaño de la letra, a cambiar el contraste o fondo de la pantalla o a ponerla en horizontal para que el teclado aparezca más grande son cosas sencillas y muy útiles”, comenta la voluntaria de Telefónica.
Aquel primer taller donde participó Beatriz Huerta fue en enero de 2020, pocas semanas antes de la llegada repentina de la pandemia. Todo lo aprendido tuvo que reorientarse para reducir el impacto de la soledad. Manejar aplicaciones de videollamada o saber cómo comprar en línea se convirtieron en hábitos fundamentales. “Jugábamos a darnos de alta, a pagar con tarjeta, a buscar comercios confiables y seguros, a encontrar contactos para hacer pedidos a domicilio, a buscar la tienda más cercana… así que también les contamos cómo manejar Google maps”, dice Beatriz.
Beatriz, como otras formadoras, están muy orgullosa de la experiencia. “Nos demostraron que las personas mayores tienen una curiosidad tremenda, pero a lo mejor no se interesan por las mismas cosas que nosotros. Su afán de aprender y superarse es increíble. He comprendido la importancia de la paciencia para probar muchas veces, avanzar, volver al comienzo…”. La mayoría de los alumnos de estos cursos quieren entender cosas que les faciliten la vida. Antes de la pandemia, las personas mayores tenían más alternativas en la realidad física. “Por ejemplo, si querías organizar un viaje y no controlabas internet, podías salir a la calle e ir a la agencia de viajes. Esa alternativa ya casi no existe, por eso es importante que sepan unas píldoras básicas de manejo de internet y móvil”.
Cotidianas y conectadas
En Madrid existe la Casa Encendida, un centro de arte y actividades culturales dependiente de Caja Madrid. Allí un grupo de mujeres mayores se juntan semanalmente para practicar el autocuidado y, también, para empoderarse digitalmente. Violeta Buckley es una de las responsables del Grupo Cooperativo Tangente, encargado de sacar adelante el programa Cotidianas para luchar contra la soledad no deseada. Todas se conocieron antes de la pandemia y hoy manejan a las mil maravillas su teléfono móvil. “Se apuntaron veinte mujeres y, de repente, llegó el confinamiento. Menos mal que ya teníamos un grupo de WhatsApp, que fue lo que más les ayudó. Y luego llegó la otra ola y empezamos con las videollamadas. Para una mujer mayor, lo imprescindible es saber usar el móvil y el WhatsApp. De esta forma, son autónomas, se convocan a reuniones, organizan salidas por la ciudad, se mandan mensajes y cosas de interés…”, sostiene Buckley.
Las mujeres de Cotidianas, vivan solas o no, necesitan una red de amigas. Si han perdido a una persona cercana como el marido o han dedicado mucho tiempo a cuidarlo, la sensación de soledad es muy grande. Por eso antes del móvil hay que enseñar a tomar las riendas de sus vidas, a tener autoestima, a empoderarlas. Muchas se han hecho muy amigas, con vínculos muy fuertes, como si fueran su segunda familia. Han demostrado una entereza y una resiliencia impresionantes. A pesar de haber estado solas, asustadas y ser un grupo de riesgo, fueron muy valientes”, asegura Violeta.
Marien fue una de ellas. A sus 73 años, ha conseguido destreza para escribir guasaps, poner los nombres en la agenda de teléfonos e incluso compartir vídeos y manejarse en Facebook. “Utilizo el WhatsApp para comunicarme con mis compañeras de Cotidianas. Me gusta escribir porque, además de comunicarme, me sirve como ejercicio. Repaso las frases si me confundo, rectifico, corrijo”. Esta mujer decidió alquilar habitaciones de su casa para sentirse menos sola y tener un sustento económico. Hoy en su casa residen dos chicas. “Suelo utilizar el móvil cuando acabo de comer y me voy a descansar un rato, entonces me pongo vídeos en YouTube de historia, de biografías. O escribo a mis compañeras. No me siento enganchada, puedo estar dos o tres horas al día con el teléfono”.
Una de las cosas que echa de menos Marien es cómo distinguir las informaciones falsas que se reenvían por el teléfono. “Me da pena porque llegan cosas para que pinches y no sabes si es un bulo o no”. También recuerda meteduras de pata, como cuando estaba hablando con una amiga que estaba delicada de salud: “Le mandaba mensajes de consuelo y en uno de ellos quise poner un emoticono con la carita y el beso y me confundí. Recibió una caca. Creía que me moría”. Marien todavía lo recuerda con una carcajada.
Contra la soledad, tecnología
Lucía Gómez fue una de las formadoras del grupo Cotidianas. Hoy trabaja en los programas de mayores y desinformación de Maldita Educa (Maldita.es), diseñados específicamente para personas mayores y centrados en combatir la desinformación, acercar la tecnología a los mayores, reducir la brecha digital, favorecer el envejecimiento activo y combatir así la dependencia. “Para luchar contra la soledad no deseada, la parte digital es fundamental porque eran personas con miedo a la tecnología”. Lucía entiende que la alfabetización comienza por conocer qué es un smartphone y saber manejar el WhatsApp. La brecha se empieza a superar con herramientas que ya existen y son útiles”.
Por eso crearon un grupo para las participantes. “Había que eliminar ese miedo a romper el móvil, a que les timen y les cobren de más, a que vayan a hacer algo indebido. Ese miedo hay que combatirlo desde el principio”, afirma Lucía. “Luego les enseñaremos a diferenciar la información que les llega al dispositivo porque tienen más riesgo de caer en bulos y timos. No hay que olvidar que son grandes reenviadores de noticias falsas”, comenta esta antropóloga y educadora.