Tu pareja no te deja salir de casa desde hace 10 años; te impone qué, cuándo y cómo debes actuar, y además te implanta un microchip en el cerebro mientras estás dormida para monitorizar todos tus movimientos, tus emociones, y ver a través de tus ojos. Suena terrible, ¿verdad?

Por suerte, esto es solo el argumento de la novela Made for Love, de Alissa Nutting, convertida en serie por HBO Max; pero también una muestra de cómo el ciberabuso está a la orden del día y no solo en la ficción. De hecho, entre marzo de 2020 y abril de 2021, la ONG británica Refuge registró un aumento del 97 % en casos de abuso doméstico donde la tecnología fue el principal agravante.

Mil ciento dieciocho. Según los últimos datos actualizados del Ministerio de Igualdad, este es el número de mujeres que ha perdido la vida a manos de su pareja en España desde 2003 y hasta este 25 de noviembre, fecha en la que se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. 37 en este último año.

De acuerdo con el barómetro Juventud y Género. Identidades, representaciones y experiencias en una realidad social compleja de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, la forma de abuso más destacada para un 21,8 % de las mujeres de entre 15 y 29 años es que sus parejas les revisen el móvil.

El Parlamento de Galicia aprobó el pasado martes por unanimidad la inclusión de la violencia digital en su legislación contra la violencia machista, de tal modo que el grooming, la sextorsión, y cualquier otro tipo de abuso contra las mujeres a través de internet, redes sociales o aplicaciones de mensajería instantánea, se registrarán explícitamente como violencia de género.

 

“Con mapas en tiempo real para controlar los movimientos de ella; y diez veces más almacenamiento para que no necesites ese espacio extra que ocupan sus vídeos. Manipularla nunca ha sido tan fácil”, reza la última campaña publicitaria de Refuge, emulando un anuncio de teléfonos móviles de última generación.

También para hacer más visible la lacra de la violencia digital, y a aquellas mujeres que lo sufren, desde la asociación catalana Donestech y el movimiento F5 Stop Violència Masclista Online crearon el pasado 18 de noviembre una hoguera digital” para quemar el machismo en las redes, con capturas de pantalla anónimas donde se daba muestra de diferentes formas de abuso tecnológico.

La tecnología y los productos inteligentes están cada vez más presentes en nuestro día a día, y los smartphones se ha convertido en un apéndice más nuestro cuerpo. En ellos reside gran parte de nuestra vida: los mensajes con nuestros seres queridos, las fotografías y vídeos más íntimos, nuestra actividad en redes sociales, o incluso información bancaria.

Cuando el enemigo está en casa

En la mente del maltratador, el móvil supone una poderosa herramienta de control de su pareja, puesto que es la forma principal que usa para comunicarse con el resto del mundo. La llave de su ‘yo’ más social. Y no es la única.

La compañía de ciberseguridad Avast destacó el pasado mes de octubre la lista de los diez dispositivos domésticos que más se utilizan en casos de abuso tecnológico, entre los que destacan: cámaras de seguridad, cerraduras y timbres automatizados; termostatos, enchufes, televisores y relojes inteligentes, así como los populares aparatos Amazon Alexa o Google Home Hub, entre otros.

Este estudio, realizado a más de 2.000 mujeres en el Reino Unido, arrojó datos preocupantes. Casi la mitad de las encuestadas (48 %), no fue capaz de verbalizar un dispositivo que sintiese que podía hacerle vulnerable al abuso.

El 41 % declaró que una pareja o miembro de la familia conocía la contraseña de sus aparatos tecnológicos; de las cuales un 28 % negó haber compartido este dato de forma voluntaria.

El abuso tecnológico no entiende de relaciones familiares, ni de clases sociales. Llega incluso hasta las más altas esferas de Hollywood. De sobras conocido es el caso de Britney Spears, que ha pasado los últimos 13 años de su vida bajo el control y la tutela de su padre, Jamie Spears.

El documental Controlling Britney Spears, de The New York Times desveló la existencia de un aparato de vigilancia colocado en el dormitorio de la estrella del pop, que supervisaba todos sus movimientos y era capaz de recoger en secreto grabaciones de audio. Digno de un capítulo de Black Mirror, ¿verdad?

Su caso ha salido a la luz por tratarse de un personaje público, pero es solo una de las millones de mujeres que sufren abuso tecnológico en todo el mundo -1 de cada 5, según Amnistía Internacional-, como el de la paraguaya Belén Whittingslow, que fue paradigmático en el ámbito de la violencia digital en Latinoamérica y de la ineptitud de la Justicia en este campo.

Whittingslow alegó haber sufrido acoso sexual en 2013 por parte de su profesor universitario, a través de mensajes e imágenes enviadas por WhatsApp. A pesar de presentar las pruebas de la violencia, el fiscal desestimó la causa y solo lo calificó de cortejo”. Además, el catedrático le demandó por daños y perjuicios y, ante el temor de ser detenida, tuvo que huir a Uruguay como refugiada y con su caso todavía sin resolver.

O el de Amy Aldworth, que narra a través de Refuge cómo su pesadilla comenzó al recibir numerosos mensajes de acoso a través de su teléfono y sus redes sociales. “Esas amenazas interrumpían mi vida diaria y hacían que las tareas cotidianas pareciesen imposibles”, admite.

Los microchips implantados en nuestro cerebro parecen algo todavía muy lejano y, quizás todavía sean de ciencia-ficción. Pero lo cierto es que la tecnología avanza a pasos agigantados y, aunque posee numerosos beneficios para la sociedad, en malas manos puede suponer un arma sutil y silenciosa con la que ejercer violencia psicológica a las mujeres; a veces, sin que estas lleguen a percatarse de que son víctimas.