El brote de coronavirus en China, exportado ya a varios países del mundo, cuenta con todos los ingredientes para convertirse en pasto de las noticias falsas en la red: un virus desconocido hasta ahora, en un país cuyo Gobierno no se caracteriza precisamente por la transparencia, con la rivalidad comercial entre oriente y occidente de fondo, y un precedente, el SARS, que causó 774 muertes entre 2002 y 2003. Pero entonces no había redes sociales y ahora, Facebook, Twitter y Google tratan de luchar contra la propagación de las noticias falsas que siembran el pánico en la Red.

Mientras los investigadores en salud pública tratan de hacer todo lo posible para luchar contra el virus y difundir evidencias científicas, los hilos virales, los vídeos sin contexto, las alertas falsas y las teorías de la conspiración llegan a muchas más personas. ¿Por qué? Porque ya sabemos que las declaraciones más extremas tienen mayor resonancia que los mensajes más comedidos.

Algunas de esas noticias falsas se propagan por irresponsabilidad. En The Atlantic hemos leído el caso de Eric Feigl-Ding, un epidemiólogo estadounidense nacido en China que la semana pasada, tras leer un documento sobre el coronavirus, desató todas las alarmas con un mensaje en Twitter en el que decía que el era “la epidemia más virulenta que el mundo jamás habrá visto”.

Su cuenta de Twitter tenía entonces unos 2.000 seguidores; hoy son ya casi 60.000. Su mensaje se amplificó exponencialmente: ¿cómo no creer a un experto en epidemias y salud pública formado en Harvard? Pues la cuestión es que el doctor omitió cierto conexto, basó sus afirmaciones en un documento científico preliminar, los datos de propagación del virus que citaba el texto fueron rebajados después por los investigadores sobre el terreno… y aún así y pese a que un periodista científico creó su propio hilo de Twitter con los deslices técnicos que Feigl-Ding había omitido en sus mensajes, su alerta sólo consiguió la mitad de repercusión que la del científico.

Pero el suyo no es más que uno de los cientos de casos que se encuentran estos días en redes sociales. Estos días, en España, se ha hecho viral el hilo de un periodista y diseñador de videojuegos, Dani Sánchez-Crespo, que se ha inventado toda una teoría peregrina acerca del virus, su origen y sus efectos sólo para demostrar lo fácil que resulta crear noticias falsas.

The Washington Post ha explicado que Facebook, Twitter y Google han redoblado sus esfuerzos para tratar de frenar la ola de noticias falsas sobre el coronavirus que campan a sus anchas por Internet.

Facebook, por ejemplo, trata de atajar las teorías de la conspiración que atribuyen a Estados Unidos la expansión del virus en territorio de su enemigo comercial y subrayan que Washington cuenta con la patente del medicamento que acabaría con la epidemia. También hay quien trata de convencer a sus seguidores de que, en realidad, todo es un intento del Gobierno Chino por controlar la natalidad del país tras el fracaso y la marcha atrás a su política de hijo único… Y muchas otras mentiras que, sobre todo, nacen en los grupos privados, mucho más difíciles de controlar en tiempo real por los verificadores independientes que trabajan con la plataforma para tratar de frenar la difusión las noticias falsas. “El aceite de orégano se demuestra efectivo contra el coronavirus”, titulaba un post compartido al menos 2.000 veces en un solo día.

“Esta situación está evolucionando muy rápidamente -ha dicho un portavoz de Facebook- pero seguiremos trabajando con las organizaciones médicas locales y globales para seguir prestando nuestro apoyo y asistencia”.

Desde comienzos de esta semana, Twitter ha comenzado a redirigir a quienes buscan en los hashtags relacionados con el coronavirus en su plataforma a los mensajes de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades. Y Google asegura que su algoritmo prioriza en este caso las fuentes más creíbles. Aún así, hay gran número de vídeos, algunos con altísimo número de reproducciones, con información falsa acerca del origen del coronavirus y sus formas de transmisión.

Los precedentes no son buenos en lo que a la lucha de las plataformas contra los bulos sobre información de interés médico o sanitario se refiere. Larga fue la polémica con Facebook, por ejemplo, por la forma en la que los antivacunas campaban a sus anchas por la plataforma, promoviendo remedios naturales frente a problemas médicos hace años superados.