Si los españoles seguimos consumiendo y desechando mascarillas quirúrgicas al mismo ritmo que lo hemos hecho con la pandemia, podrían acabar en la naturaleza unas 1.300 toneladas de plástico cada año.

Antes de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, el uso de las mascarillas se reducía en España a casi exclusivamente el ámbito sanitario. Desde que se han convertido en un producto necesario y obligatorio para la población, el volumen de estos residuos ha aumentado de manera espectacular y preocupante.

Debido a sus pocas horas de vida útil, las mascarillas se han convertido en un producto de usar y tirar, que está emporando el problema que ya teníamos a nivel mundial con el plástico. Además de las consecuencias negativas para el medioambiente y la biodiversidad, las mascarillas que no se reciclan, pueden estar contaminadas, e incluso, contagiar.

Posibles soluciones

Ante un uso incontrolado de este material y la incapacidad de dar una respuesta de gestión acorde, Greenpeace aboga por la instalación de un sistema de depósito de mascarillas usadas con contenedores adecuados donde el consumidor pueda dejarlas con seguridad y recibir a cambio el depósito económico que invirtiera al comprarlas.

Entre las posibles soluciones para intentar evitar o paliar en lo posible el descontrol actual de su gestión, han surgido iniciativas como las de Pol Alonso que, desde Barcelona y a través de su marca de mascarillas biodegradables BiosMask, ha logrado reciclar unas 300 botellas de plástico en tan sólo 3 meses.

La cantidad de contaminación que generan estos productos reutilizables, teniendo en cuenta el embalaje, transporte y producción, es de apenas 117 gramos de CO2 cada una, hasta 50 veces menos que una mascarilla quirúrgica convencional de un solo uso.