Las nuevas tecnologías llegaron como la alfombra voladora y nos tienen en la nube, aunque con el cuello a 45 grados fijo en la pantalla. Esta es la ventana siempre abierta a internet, en la que pasan asomados buena parte del día nuestros niños y adolescentes. El 83% de ellos considera que hace un uso intensivo del móvil y las redes sociales. Los expertos explican que las interfaces de acceso a la Red no suponen un riesgo de adicción por sí mismas, pero sí parecen estar de acuerdo en que pueden afectar al desarrollo cognitivo y al aprendizaje, potenciando capacidades, pero, en usos mal supervisados, disminuyendo otras que nos han hecho ser como somos como especie. Y hoy, cuando se exige a los adultos la formación durante toda la vida, no sólo es un problema juvenil. Hablamos con psicólogos, neuropsiquiatras infantiles y académicos y expertos en comunicación para saber cómo y con qué consecuencias se conectan los cerebros a esa nube, qué obtienen de ella y qué olvidan arriba.

Una pantalla brilla frente al rostro del 92% de los adolescentes entre 14 y 16 años varias horas al día, según un reciente estudio de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. Atender las redes sociales –y sufrir si no obtienen tantas o tan buenas reacciones como esperan–, consumir contenidos y los videojuegos son las principales actividades cara a la luz azul. ¿Podemos poner mucha atención en la distracción? Según el doctor Sergio Oliveros Calvo, psiquiatra y psicoterapeuta del Grupo Doctor Oliveros, "un adolescente que pasa horas jugando online en un equipo no se está distrayendo, sino que fuerza su atención tanto o más que si hiciera un examen. Somete a su sistema nervioso central a una fatiga mental brutal".

Aparte de energía, frente a la pantalla nos dejamos algunas cosas más: se pierde "la relevancia de lo conceptual simbólico" y "el análisis secuencial de los fenómenos, alimentando mentes que privilegian la velocidad de la información en detrimento de la profundidad de la misma". Lo explica para Levanta la Cabeza la presidenta del chileno Instituto de Neurociencias Aplicadas, la neuropsiquiatra infantil y juvenil Amanda Céspedes, quien continúa: “A nivel escolar, el empleo de las TIC nos hace llegar velozmente a los niveles iniciales de la información sin detenernos para ir más allá: a la asociación, a la integración de conocimientos desde la conceptualización”.

Las consecuencias de esta superatención a la pantalla en entornos de baja supervisión paterna o tutora y sus estímulos pueden escalar hasta problemas psicológicos leves y también graves. Algunos de ellos serían la "baja autoestima, el deterioro del bienestar, trastornos de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), fobia social y ansiedad fóbica, trastorno obsesivo compulsivo (TOC) o ideaciones suicidas". Lo desgrana el responsable de Pediatría Social de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria, Jesús García Pérez, y se apoya en que en varios estudios en niños de 6 meses a 2 años expuestos durante 30 minutos a las TICs "se observó en el 50% un retraso de lenguaje y déficits de sueño, y a niños que han estado expuestos más horas se registró un adelgazamiento de la corteza cerebral". Y añade: “en otro estudio con 800 adolescentes se observó que cuando estuvieron expuestos más de 5 horas al día a las TICs, el 47% eran infelices e idealizaban la delgadez”.

Adicciones y satisfacción inmediata

¿Y qué pasa con la adicción? La propia pantalla, con su imagen en movimiento e interacción, que condensa los mayores estímulos que nos ha legado la evolución, ¿constituye en sí misma una llamada a traspasar el umbral de adicciones digitales como el juego online o la pornografía; o de comportamientos antisociales como el ‘cyberbullying’? Afortunadamente, aquí la respuesta parece ser menos aflictiva: "La exposición no explica la adicción, hace falta la concurrencia de otros factores", según el doctor Oliveros. Para este psiquiatra, la población sobreexpuesta a las TIC lo que hace es "engancharse antes, pero no más masivamente". Es decir, aquellos que por el cúmulo de otros factores físicos y sociales copaban las posibilidades de desplegar conductas adictivas pueden desarrollarlas antes gracias a las TIC, pero éstas no van hacer aumentar esa población de riesgo.

No obstante, no se puede bajar la guardia completamente ante las nuevas funcionalidades digitales en constante alumbramiento, como por ejemplo la satisfacción inmediata que proporcionan muchos servicios online y que gracias a la movilidad son ya ubicuos para siempre: esté donde esté quiero ver un contenido y lo encuentro, veo o escucho al instante; o hago un pedido online y me lo sirven en menos de dos horas. "Esto es extraordinariamente peligroso" para el desarrollo cognitivo infantil y juvenil, según la doctora Céspedes. El motivo es que mata la famosa resiliencia: "Saber aguardar sin desesperar y perseverar el tiempo que sea necesario hasta conseguir el objetivo y mirar el fracaso como oportunidad para aprender" conforman esta virtud, para la cual existe actualmente cierto consenso acerca de su importancia para la vida de hoy en día. Céspedes considera que la recompensa inmediata "destruye a la larga la capacidad de desear apasionadamente, provocando anhedonia", que es la incapacidad de sentir placer.

Por un lado se nos exige a niños, adolescentes y adultos una capacidad multitarea, un aprendizaje sólido y durante toda la vida, además de ser grandes consumidores de entretenimiento y (supuestamente) beneficiarios del placer que conlleva. Para todo ello se nos dota de herramientas TIC, toda clase de dispositivos, pero por el otro lado se nos exige aquélla resiliencia imprescindible para sobrevivir en este mundo cambiante, ‘líquido’, que diría Zygmunt Bauman.

La tecnología es humana

¿Es pues la tecnología la responsable por sí misma de que rodemos en en ese aparente bucle colectivo? Para el catedrático y director del Instituto de Cultura y Tecnología de la Universidad Carlos III de Madrid, Antonio Rodríguez de las Heras, la naturaleza humana es la de "hacedores incesantes de artefactos", así que la respuesta corta sería: no. La larga nos la detalla el académico, que además forma parte del Comité Levanta La Cabeza: "Al hacer artefactos nos estamos haciendo también a nosotros". Y puntualiza: "todo lo contrario a la idea de que en un principio, en un estado natural, nos hicieron perfectos, pero que los artefactos que hacemos nos degradan, nos deshumanizan". En su opinión, toda tecnología, "desde el primer bifaz", amplifica nuestras capacidades naturales "hasta poder sustituirlas, es decir, dejarlas exentas en una máquina". Pero, según el catedrático, esta extraversión no supone vaciamiento, "sino creación de 'espacio' en nosotros para que emerjan otras capacidades".

Una de esas competencias más destacadas fue en su momento la que trajo una tecnología absolutamente disruptiva y revolucionaria como fue la televisión. "Ampliaba de manera asombrosa la capacidad de ver, de ver el mundo a unos seres humanos encerrados, hasta entonces, en el valle de la cotidianidad", ilustra gráficamente Rodríguez de las Heras. También la caja tonta asustaba. El sociólogo italiano Giovanni Sartori escribió en 1997 un famoso libro al respecto, ‘Homo videns’, en el que expresaba su preocupación sobre qué clase de ser humano, desde el punto de vista epistemológico, se estaba formando mediante la larga exposición a la televisión, “sobre todo en edades anteriores a la adquisición de las habilidades de la lectoescritura; incluso del habla misma”. La cultura audiovisual, en cierta medida madre pasiva de las activas TIC actuales, “supuso un choque perturbador con la cultura escrita dominante”, según Rodríguez de las Heras.

La televisión, histórico foco de preocupación de los padres respecto a sus hijos mucho antes de internet y los móviles, creó una comunicación en la que cada vez “se necesitaba menos prestar atención a la palabra, pues la imagen con su redundancia la sustituía”. A esto hay que sumar, en palabras del catedrático de la Carlos III, que esta exuberancia de la imagen “ha pasado factura” y el receptor, saturado por esta abundancia, “que tan poco esfuerzo reclama”, se ha hecho cada vez más exigente “y con rapidez se desentiende del discurso audiovisual, así que hay que agitarlo con un lenguaje más de videoclip y acortarlo hasta conseguir píldoras digeribles”.

Además, con la unidireccionalidad rota, las pantallas interactivas “intensifican la atracción a costa de hacer necesarias también las manos, y no solo la mirada”. Pero unas y otras pantallas “empobrecen el discurso y su atención”, opina Rodríguez de las Heras, que ve en el incipiente desarrollo de las interfaces por voz, como las Alexa o Siri que ya nos proponen los gigantes de Internet, una oportunidad de romper esta tendencia. La oralidad digital “posiblemente se extienda y tenga un interesante efecto cultural. La palabra hablada volverá a recuperar su presencia, y a ser reinterpretada su función cultural, desplazada por la cultura escrita y recientemente por la audiovisual, en muchos procesos de la comunicación de este mundo digital”.

Lo único sólido (de momento) es el cambio

La humanidad avanza, la tecnología –que es humana, como hemos visto– avanza. Quizá la duda estriba en la velocidad en que lo hace cada una. En el compás. Tal vez en esta aparente desalineación se halla la brecha por la que se desagua la posibilidad, todavía, de hallar consensos cuando las TIC entran en la ecuación. Pasa en el mundo del trabajo, con constantes noticias que anuncian el advenimiento de la era de los robots obreros y el desempleo generalizado. Pasa en la economía, donde algoritmos toman decisiones trascendentales o donde tecnologías como blockchain no se limitan a servir de soporte a una criptomoneda –un concepto ya de por sí difícil de entender para gran parte de la humanidad–, sino que son la base de multitud de automatizaciones de procesos críticos para la sociedad global.

Acaso sea debido a esa percepción desigual sobre el avance y el impacto de las TICs en nuestras vidas, pero parece claro que no hay una postura sólidamente establecida sobre el efecto de éstas en el aprendizaje y en el desarrollo cognitivo humano en general. Entre los riesgos, por un lado, y las llamadas a la calma expresadas hasta ahora, por otro, encontramos estudios como el que patrocinó una conocida marca de tecnología y que contó con el apoyo del propio Ministerio de Educación. Éste exponía que el 92% de los docentes españoles considera que el uso de los dispositivos móviles en las aulas mejora las habilidades técnicas de los alumnos y que éstos “están más motivados para aprender”.

Ante esto, la doctora Céspedes establece un distinción clara entre las TIC como entretenimiento y éstas empleadas como recurso educativo. Para estas últimas, no obstante, parece mostrarse algo más cauta que los datos arrojados por el estudio: “Entre los 7 y los 10 años es el momento de desarrollar habilidades de lectura comprensiva y escritura crítica y creativa, un segundo idioma, los números. Se trata aquí de desarrollar un razonamiento deductivo lógico simbólico que facilite la resolución creativa de problemas”, explica la neuropsiquiatra, que es tajante: “para lograr esto no hacen falta las TIC, hace falta un docente excelente”. Aunque admite como positivo un uso menor del 10% del tiempo en aula en menores de 6 años y un 25% del tiempo entre los 7 y los 12 años, Céspedes aboga por introducir los dispositivos móviles, tablets habitualmente en los colegios, a partir de secundaria, “entre los 12 y los 18 años”, pero “de manera gradual y hasta llegar a un máximo del 60% del tiempo”. Una vez ya en la universidad o en el resto de formación adulta, esta experta no ve ningún problema en un uso que pueda llegar incluso al 100%, como ocurre con los MOOCs, que siempre se cursan a través de interfaces digitales.

Al final de la partida, el catedrático de Comunicación lo tiene claro: Las distopías tecnológicas que tanto proliferan y que se reflejan también en la producción cultural –véase por ejemplo la paradigmática serie ‘Black Mirror’–, “tocan las cuerdas de los temores ancestrales que tenemos los humanos”. Unos miedos cimentados análogamente en que las amenazas “provienen del exterior de nuestro territorio de caza –bandas–, de nuestras murallas de la ciudad –asedios–, de la línea del horizonte del mar –monstruos y abismos–, de nuestras fronteras nacionales –invasiones y guerras–, de nuestro planeta diminuto flotando en el espacio –extraterrestres–”. Porque, como ilustra Rodríguez de las Heras, fuera está lo desconocido, lo incontrolable, así que esas tinieblas “acogen cualquier temor que genere la imaginación”.

Para exorcizar estos miedos, pero sin perder el equilibrio entre la mirada y la visión periférica, “pues así nos movemos por el mundo”, según el comunicólogo, “hay que recuperar y reinterpretar la atención que da la narración. Se nos está ofreciendo el atractivo de un mundo caleidoscópico, y lo que se necesita es que nos cuenten el mundo”. Tenemos la responsabilidad de “ser optimistas ante las generaciones jóvenes y no transmitirles pesimismos creyendo que son una forma de advertencia, de prudencia”.